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EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS

Karl Rove y el "Impostor"

Hasta los cimientos. Hasta ahí parece haberse conmovido la Administración Bush con la salida de Karl Rove de la Casa Blanca. Después de la victoria de noviembre de 2004 Bush lo llamó el Arquitecto. Antes lo había apodado Niño Superdotado y Flor de Estiércol.

Hasta los cimientos. Hasta ahí parece haberse conmovido la Administración Bush con la salida de Karl Rove de la Casa Blanca. Después de la victoria de noviembre de 2004 Bush lo llamó el Arquitecto. Antes lo había apodado Niño Superdotado y Flor de Estiércol.
Karl Rove.
La despedida del cerebro y estratega de todas las campañas electorales que ha ganado Bush desde que llegó a gobernador de Texas, en 1994, ha debido de ser humillante para sus dos protagonistas. Y significa algo más, y probablemente más grave, que pura y simple debilidad por parte de la Casa Blanca.
 
Es cierto que Rove se va en un momento en que la popularidad de Bush está bajo mínimos y no parece en camino de recuperarse. Pero Rove no ha salido de la Casa Blanca como un sacrificio ofrecido a los adversarios de Bush, o para escenificar la moderación del presidente, o como cortafuegos en el escándalo de las filtraciones a la prensa.
 
Rove ha salido de la Casa Blanca para ocuparse de las elecciones del próximo mes de noviembre, cuando se renueve la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. Rove se va de la Casa Blanca pero no de la política. Vuelve a lo suyo, que es la estrategia electoral.
 
Bush.Karl Rove ha estado estos años muy próximo al presidente, en el despacho de al lado, prácticamente. Su función ha sido más la de mantener unida la coalición que ha apoyado a Bush que la de definir las grandes líneas políticas del mandato de su jefe. Mejor dicho, Rove se ha encargado de articular los proyectos políticos que debían definir la presidencia de Bush con la coalición social y electoral que le apoyaba.
 
Lo suyo no era lo que los norteamericanos llaman policy, lo que a veces se traduce en español por "políticas públicas", sino la articulación de las cuestiones de policy con lo que en Estados Unidos llaman politics y que en español siempre ha sido "política", a secas.
 
Los grandes objetivos de Bush eran dos, por lo fundamental, y los dos estaban relacionados. Uno era reformar la vida social norteamericana cambiando una de sus bases fundamentales: el New Deal de tiempos de Roosevelt; la otra era construir, gracias a esta reforma extremadamente ambiciosa, una mayoría social de derechas que consolidara la hegemonía del Partido Republicano.
 
La salida de Rove de la Casa Blanca para volver a la política, a la fontanería, puede ser interpretada como la consecuencia del fracaso de este proyecto y, además, del miedo a que la coalición republicana que apoyó a Bush haya empezado a deteriorarse seriamente.
 
Son muchos los signos que apuntan a que esa coalición está seriamente deteriorada. Uno de ellos es la aparición del libro Impostor, del periodista republicano Bruce Bartlett, que acusa a Bush, ya desde la portada, de "arruinar a Estados Unidos y traicionar el legado de Reagan".
 
Bartlett, columnista del Washington Times, es un liberal clásico, de los que en Estados Unidos se llaman "libertarios", bien relacionado con gente que ha estado próxima a Rove (aunque ya haya habido diferencias entre ellos), como el grupo de la American for Tax Reform (ATR) y Grover Norquist. De ahí que su libro resulte aún más revelador.
 
En Impostor Bartlett hace a Bush tres grandes reproches. Primero, haber aumentado el gasto (y el poder) del Gobierno central con programas como la ley de educación y, sobre todo, las ampliaciones de los programas de medicinas y pensiones. Segundo, y en contraste con lo anterior, Bush no ha sido capaz de sacar adelante las reformas de la Seguridad Social, la clave del cambio en el New Deal. Fue, efectivamente, una de las grandes promesas de Bush, en particular durante su segunda campaña, y encalló definitivamente en los primeros meses de este segundo mandato. Tercero, Bush tampoco ha puesto coto a un Congreso que ha aumentado sin consideraciones el gasto destinado a la reelección de los propios representantes, algo que en Estados Unidos llaman pork barrel, es decir, demagogia caciquil. En 2000 se destinaron a estas partidas 18.500 millones de dólares; en 2005, 27.300. Bush es el primer presidente desde hace más de 120 años que no ha vetado ni una sola decisión del Congreso.
 
Como la única reforma seria emprendida por Bush fueron sus tres bajadas de impuestos, el déficit ha crecido brutalmente. A diferencia de lo ocurrido en la era Reagan, el déficit seguirá aumentando porque los programas de gastos en medicinas y pensiones son estructurales, y se empezarán a notar de verdad cuando se empiecen a jubilar los primeros hijos del baby-boom, en 2008.
 
Consecuencia inevitable: a medio e incluso a corto plazo va a ser necesario una subida de impuestos, porque el déficit gubernamental va a ser imposible de sostener.
 
Ronald Reagan.Bartlett postula, por otra parte, que la clave de arco de toda la coalición que ha apoyado a Bush, es decir, la alianza liberal conservadora que ha sostenido la hegemonía republicana de los últimos años, desde Reagan, se basa en un punto fundamental: la reducción de impuestos.
 
Al haber hecho imposible ese objetivo y al haber puesto en marcha políticas que obligarán, según Bartlett, a abandonarlo, es decir a aumentar los impuestos en vez de reducirlos, Bush habría dinamitado su propia coalición.
 
Es aquí donde volvemos a la salida de Karl Rove. Su vuelta a la política de partido podría ser interpretada, desde este punto de vista, como un intento de recomponer esa coalición que se enfrenta a problemas nuevos, surgidos de las propias decisiones o los fracasos de estos años.
 
El libro de Bartlett resulta explosivo, aunque no tiene en cuenta otros asuntos que han marcado la presidencia de Bush. Dos de ellos han sido fundamentales para entender la naturaleza de la coalición que le ha apoyado: el primero, la guerra contra el terrorismo; el segundo, la moral pública o, por decirlo de otra manera, la ofensiva cultural de la derecha norteamericana, que se negó de una vez por todas, hace ya varias décadas, a seguir a la defensiva ante los progresistas.
 
Esto resta credibilidad al libro de Bartlett, porque reduce el análisis a un aspecto de la cuestión. Pero no le quita su valor como síntoma, corroborado, por lo menos en parte, con la vuelta de Rove a la política partidista.
 
También es verdad que, como ha apuntado E. J. Dionne, un importante columnista (izquierda moderada) del Washington Post, un Karl Rove suelto, sin las ataduras a que estaba sometido en la Casa Blanca y con el único objetivo de sobrevivir, constituye un peligro muy serio para los demócratas.
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