Dentro de esos planes hay que situar el violento antiisraelismo y antisemitismo propiciado por Irán. Es, suponen los ayatolás, una causa que galvaniza al mundo islámico. Liderarla coloca a Teherán al frente de ese revuelto amasijo de petróleo y regímenes dictatoriales que conforma el universo mahometano. Por eso paga, adiestra y alienta sin recato a los terroristas de Hezbolá: no quiere ocultar su apoyo a esta organización empeñada en destruir a Israel y echar a los judíos al mar. Ni siquiera desea evitar que se sepa que sus diplomáticos estuvieron detrás del atentado contra la AMIA de Buenos Aires, en el que murieron 85 inocentes. De hecho, quiere que se sepa: en el enrarecido mundillo del radicalismo islámico, ese crimen le proporciona un raro prestigio.
Hugo Chávez persigue fines paralelos. Busca, con la dirección y la complicidad de La Habana, crear una opción antioccidental parecida a la que protagonizaron la URSS y sus satélites hasta 1991. Este delirante diseño surgió de las múltiples conversaciones que Chávez y Castro sostuvieron entre 2002 y 2006, después del fallido golpe contra el primero (abril del 2002) y antes de la enfermedad del segundo (verano del 2006).
Fidel, que vivía rumiando su frustración por la caída del Muro y el fin del proyecto soviético de conquista planetaria, persuadió a Chávez de que ese rol que desempeñara Moscú podían y debían desempeñarlo La Habana y Caracas, porque el dilema era sencillo: o se expandía el proyecto revolucionario o el imperialismo norteamericano lo asfixiaba. Chávez y no Raúl Castro, demasiado pragmático y realista, era el perfecto heredero para llevar adelante los planes del dictador cubano.
Fue éste el que convenció al venezolano de que debían contar con Irán y sus posibilidades de desarrollo nuclear. La posesión de armas nucleares era vital para la supervivencia de esa nueva URSS que estaban gestando, como demostraba el caso de Corea del Norte: eran las armas nucleares y los misiles capaces de lanzarlas lo que hacía invulnerable al gobierno de Pyongyang. Ese es el sentido último de la frase públicamente pronunciada por Fidel en Teherán en el 2002: Irán y Cuba podían poner de rodillas a Estados Unidos.
¿Cómo paga el eje Caracas-La Habana su colaboración a Irán? Pues fomentando los lazos de la dictadura teocrática de los ayatolás con países como Brasil, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Con estridentes muestras de antisemitismo y antiisraelismo. Adquiriendo en el mercado internacional los componentes electrónicos y los equipos militares a que Teherán no tiene acceso por el embargo de la ONU. Convenciendo a algunas ingenuas cancillerías latinoamericanas de que pongan presión sobre Israel reconociendo a un Estado palestino que todavía no existe y cuyo presunto territorio está dividido entre dos grupos que se entrematan cada vez que pueden: Hamás (Gaza) y Fatah (Cisjordania).
Brasil completa la carambola. Si la actual presidente sigue la senda diplomática trazada por Lula da Silva, Brasilia intentará convertirse en el gran poder regional latinoamericano y, en esa condición, ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, tal vez junto a la India, que posee la misma aspiración de romper el monopolio establecido tras la Segunda Guerra por las cinco potencias de entonces.
Itamaraty, la cancillería brasilera, no quiere ser la sucursal de Estados Unidos en Sudamérica, sino convertirse en un poder regional independiente, escorado a la izquierda, incardinado en un sistema de alianzas con el Tercer Mundo capaz de mostrarse muy inquieto por la colaboración militar entre Washington y Bogotá pero silente y complacido ante la presencia militar iraní en bases de misiles venezolanas.
Esa presencia militar iraní en Sudamérica ya tiene presupuesto, y nombres y apellidos. Lo reveló en Argentina el periodista Pepe Eliashev, tras haber contrastado fuentes de inteligencia usualmente fiables. Teherán dedicará 4.500 millones de dólares a consolidar su influencia en América Latina. Las operaciones quedarán a cargo de la Fuerza Quds, de acciones especiales.
¿Qué gana Irán con su presencia en suelo americano? Muy simple: el propósito es responder desde América Latina a cualquier ataque que sufra en su propio territorio. Es el clásico choque de trenes. Se ve venir. Lo que no se comprende es la bovina pasividad de los gobiernos democráticos latinoamericanos. ¿No hay por ahí una voz sensata que dé la alarma?