La protesta, apoyada desde un principio por gran parte de la prensa local, tuvo un tinte romántico y fue y es mostrada como una "movilización espontánea" de "jóvenes idealistas" que luchan por mejorar la calidad de vida de los israelíes ¿Y cómo pretenden hacerlo? Pues pidiendo al Gobierno "acción", "más intervención" para acabar con el capitalismo "desalmado y destructor" y ayudar tanto a la clase media como a los pobres.
El epicentro de la protesta se encontraba en el Bulevard Rothschild de Tel Aviv, que prácticamente se transformó en un centro turístico, con jóvenes fumando en narguiles, bandas de música, charlas ideológicas, artistas callejeros, vendedores ambulantes y, por sobre todas las cosas, grupos de todo tipo (de artistas, de médicos, de maestros...) denunciando que merecen un trato mejor, o sea, que se les dé más dinero a costa de los demás.
Si bien ya no quedan muchas carpas, la hipocresía y la ignorancia, símbolos de este movimiento, siguen intactas.
Lo cierto es que argumentos por parte de los manifestantes nunca hubo; con todo, hay que reconocer que la protesta fue muy rica en consignas baratas, sin el menor respaldo lógico. "Justicia Social", "Estado de Bienestar", "Más impuestos a los ricos", "Educación gratuita", "Medicina gratuita", "Igualdad", "Basta de puerco capitalismo", "Basta de monopolios": estos son algunos de los argumentos que se han esgrimido.
Tuve la posibilidad de visitar el campamento del Bulevard Rothschild –así como de asistir a diversas manifestaciones multitudinarias– con mis compañeros del Nuevo Movimiento Liberal –cuya meta es la defensa la libertad económica e individual–, a fin de explicar a la gente cuál es el verdadero problema de Israel. Me encontré con todo tipo de opiniones, por lo general basadas en la ignorancia. No todos eran comunistas fanáticos o socialistas, es verdad, pero todos tenían algo en común: pedían al Gobierno "acción" para controlar el mercado y mejorar los precios o ayudar a las personas necesitadas. Uno podía encontrarse con extremistas pidiendo prácticamente la abolición de la propiedad privada –a la que por otra parte no acaban de renunciar–, o con gente un poco más moderada abogando por "modelos socialistas equilibrados exitosos, como el sueco, el holandés o el canadiense".
La señorita Dafni Lif, supuesta líder y organizadora –Facebook mediante– de esta nueva revolución, aunque muchos piensan que es un títere de peces gordos de izquierda, ha reconocido en reiteradas ocasiones que a ella no se le pueden pedir soluciones porque es "una simple estudiante de cine". Sin embargo, eso no la detuvo, y junto con sus amigotes decidió presentar una lista de exigencias al Gobierno, exigencias que no tiene mucho sentido enumerar: el lector puede imaginarse que se trata de subir impuestos (con la vista puesta en los niveles de ingresos), crear nuevos tributos y ampliar la regulación que pesa sobre el mercado.
Lo que no terminan de entender los manifestantes es que en Israel ya existe un Estado de Bienestar, eso que ellos llaman "justicia social". Las regulaciones son muy abundantes en casi todos los ámbitos. Los israelíes deben pagar impuestos directos sin cuento (sobre las ganancias, para financiar la salud y el seguro social, etc.), y buena parte de lo que les queda se les va de las manos al hacer frente a los impuestos indirectos. Los servicios aduaneros prohíben la importación de productos extranjeros o cobran a los exportadores potenciales impuestos ridículos, que ahuyentan a empresas que bien podrían competir en el mercado local para reducir los precios. Son justamente las regulaciones lo que explica en buena medida el panorama de sueldos bajos y precios altos, no la falta de ellas.
Los israelíes trabajan, aproximadamente, medio año para ellos y medio año para el Estado. Exigir que se añadan políticas socialistas a las políticas socialistas ya existentes es un absurdo; ¿pretenden exigir comunismo a la cubana o a la norcoreana?
Sin nos vamos al ámbito de la vivienda, las regulaciones son interminables. En primer lugar, el 93% de los terrenos pertenece al Estado. Si uno quiere construir, tiene que hacer frente a todo tipo de limitaciones: los burócratas deciden cuántos pisos puede tener un edificio, de qué tamaño deben ser los departamentos; está prohibido construir departamentos residenciales en edificios de oficinas o en hoteles; se cobran impuestos sobre las plusvalías. Etcétera. Este maremágnum de regulaciones hace que la oferta baje y la demanda suba, lo que, como no podía ser de otra forma, empuja los precios hacia arriba. El control de precios por parte del Gobierno, otra exigencia de los manifestantes, reduciría la inversión en vivienda, por lo que no sólo subirían los precios, sino que habría escasez.
Israel es un país pequeño, pero territorio no falta. El problema surge cuando los jóvenes se niegan a vivir fuera de Tel Aviv o en la periferia y el Gobierno limita la construcción tanto en el centro como en las zonas del extrarradio.
Imitar el modelo sueco, el holandés o el canadiense, como exigen los más moderados, no es una mala idea, ciertamente; y es que, en el ranking de libertad económica, Suecia se encuentra en el puesto número 22, Holanda en el 15 y Canadá en el 6, mientras que Israel se tiene que conformar con el 43º. Para llegar a ser como uno de esos países hay que empezar por liberar el mercado, no limitarlo más. Por la otra punta del ranking descollan Cuba y Corea del Norte...
Si quieren que la economía mejore, los protestatarios deben pedir una rebaja de los impuestos para todas las clases sociales. Debe haber menos regulación e intervención estatal si se quiere potenciar la inversión y no ahuyentarla, si se quiere que haya sana competencia y justicia verdadera.
No entiendo por qué no exigen el cierre de tantos ministerios inútiles, como los que se encargan de la religión, la cultura, los deportes, el turismo, etc. No entiendo cómo no exigen la privatización de servicios como la luz, el agua, correos, los puertos y aeropuertos, la medicina, la educación, etc., que redundaría en una reducción de los precios y una mejora de la calidad, y los ciudadanos ya no serían víctimas del chantaje de funcionarios conchabados con sindicatos mafiosos. No entiendo cómo no comprenden que quitar capital a los ricos derivaría en despidos y por lo tanto en un incremento del desempleo y la pobreza. No entiendo cómo no se dan cuenta de que, si damos dinero a todos los claman que se lo merecen, la producción caería vertiginosamente. No entiendo cómo exigen medidas que perjudicarían sobremanera a la clase media, que tanto dicen defender. No entiendo cómo no perciben que los monopolios están siempre al servicio del Estado o a empresarios amigos de los gobernantes de turno. No es tan difícil.
Para terminar, me veo en la obligación de aclarar que la protesta es legítima, pero las soluciones que los manifestantes proponen empeorarían aún más las cosas. Sí, en este caso, el remedio cubano sería bastante peor que la enfermedad que sufre Israel.
LEANDRO FLEISCHER, miembro del Nuevo Movimiento Liberal (Israel).