El enfoque mercantilista del Mercosur hace que sus líderes se preocupen por el "desequilibrio" del comercio, turno que ahora le toca a la Argentina, nación que viene mostrando un continuo déficit comercial con Brasil y quiere "balancearlo". Curiosamente, dicho "desequilibrio" ha estado ocurriendo durante meses, en los que Argentina sufrió la mayor devaluación de su moneda en la historia y la moneda brasileña, por el contrario, se ha revaluado.
La mentalidad mercantilista los hace pensar y actuar como si los países comerciaran entre sí. En realidad, Argentina y Brasil no exportan ni importan nada: todo el comercio lo realizan individuos o empresas. Cuando hablamos de las "exportaciones de Brasil" se trata de una metáfora para comentar una estadística que muestra el valor de todas las cosas que vendieron muchos brasileños a la Argentina, cosas que los argentinos han valorado, porque si no fuera así no las hubieran adquirido. En verdad, la balanza de pagos entre la Argentina y Brasil está siempre balanceada: las importaciones de productos se pagan tanto con la venta de otros productos y servicios o con otros activos, como el dinero.
Pero los gobiernos creen que cuando un país importa más, la economía queda dañada. Por ello, la Argentina ha acordado con Brasil limitar las importaciones de ese país en ciertas áreas "sensibles", para proteger a la industria nacional.
Las preguntas que entonces surgen son: ¿para qué queremos una integración comercial si no nos gustan los beneficios que de ella se obtienen? ¿Por qué el Gobierno argentino toma en cuenta el interés de ciertos productores afectados por la competencia brasileña y no el interés general de todos los consumidores, que sufrirán precios más altos por tales restricciones? El origen del problema es que ambos gobiernos, particularmente el argentino, aplican políticas intervencionistas para promover tal industria o subsidiar tal otra.
Esta clase de micromanejo de la economía choca contra la integración comercial. Esto no es nuevo: un caso extremo ocurrió en los años 30, profundizando la crisis mundial que condujo a la Segunda Guerra, como describe Ludwig von Mises en su libro Gobierno omnipotente.
No habrá una guerra en el Mercosur, pero sí muchas rencillas diplomáticas. Algunas de ellas provienen de los socios menores del grupo. Uruguay, por ejemplo, es un caso interesante. Hace unos meses fue electo presidente Tabaré Vázquez, la primera vez que la coalición izquierdista del Frente Amplio derrotó a los dos partidos tradicionales; coalición que supuestamente comparte valores con los actuales presidentes de Brasil y Argentina. Pero Uruguay se ha cansado de estos dos países y ha iniciado una política independiente que, si no termina destruyendo al Mercosur, al menos sí la hipocresía que allí impera.
Hace pocas semanas, el Gobierno izquierdista uruguayo ratificó un acuerdo sobre inversiones extranjeras con los Estados Unidos, y ha solicitado ahora iniciar conversaciones para llegar a un acuerdo bilateral de libre comercio con ese país, como el que ya tiene Chile.
Las limitaciones al comercio de Argentina y Brasil y el nuevo camino de Uruguay muestran que el Mercosur no fue creado como un paso en dirección al libre comercio, sino como un desvío del mismo. Originalmente, los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, quienes iniciaron ese proyecto, argumentaban que los productores necesitaban fortalecerse primero en la región para luego competir con el resto del mundo. Pero ahora puede verse que eso no ha sucedido: los productores brasileños resisten el ALCA, y los argentinos no pueden ni hacer frente a la competencia regional dentro de Mercosur.
Una vez más, escuchamos argumentos a favor de proteger "industrias nacientes", las cuales luego nunca llegan a crecer ni a madurar y continúan dependientes de los favores políticos.
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