Sobre ese mito se sentaron las bases de la campaña presidencial de Hillary Clinton, así como sobre la convicción, ampliamente extendida, de que su designación como candidata demócrata era impepinable.
Si Hillary se presentara para conseguir el tercer mandato de Bill, sería lógico que éste entrase en campaña para recordar a los demócratas lo mucho que amaron las dos primeras Administraciones Clinton. "Sé que hay gente que dice: 'Míralos, están mayores, cosa del pasado'", declaraba el ex presidente el pasado verano ante un grupo de electores. Y acto seguido añadió, más contento que unas pascuas: "Pues lo cierto es que ese pasado estuvo pero que muy bien".
Sin embargo, el mito de la clintonofilia del país no deja de ser... pues eso, un mito.
Una y otra vez, las encuestas realizadas en 1999 y 2000 mostraron que una vasta mayoría de la población no quería que Clinton optara a un tercer mandato. Y su vuelta al primer plano político, el año pasado, no consiguió, precisamente, extasiar a los demócratas con la perspectiva de una restauración clintoniana. De hecho, a veces ha parecido que los electores querían saber menos de la que fue y puede volver a ser Primera Pareja de la nación cuanto más se la echaban a la cara. "Cuando apenas llevaba 30 de los 120 minutos previstos de visita en Darmouth College –informaba el pasado día 7 el Washington Post–, los estudiantes empezaron a abandonar, en grandes números, las instalaciones". En cambio, los actos programados por Barack Obama han solido estar abarrotados de público.
La vieja magia clintoniana parece tener hoy más de viejo que de mágico. Mientras el elegante y elocuente Obama electriza a los votantes y les inspira pensamientos esperanzados a propósito de un futuro brillante, Hillary tiende a mostrarse fría y artificiosa. Las lágrimas que derramó el otro día –tan inesperadas como, sin lugar a dudas, auténticas– puede que le hayan reportado más simpatías que nada de lo que haya hecho en mucho, mucho tiempo. Es más, quizá le valieran la victoria en New Hampshire.
La idea del tercer mandato de Bill ha dejado a Hillary en tierra de nadie. Ésta no se hará con la candidatura del Partido Demócrata si va de "mujer de" o si los electores la perciben como la encarnación del pasado. Lo que tiene que hacer, en fin, es apostar por sí misma.
Puede que Hillary no tenga el encanto de Obama ni el instinto de su marido, pero tiene corazón y tiene alma. Y en ellos podría tener sus más importantes bazas.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.