La estrategia de Petraeus no es muy agradable y conlleva riesgos, pero ha sido eficaz. El Gobierno de Bagdad, de mayoría chií, no está contento con las actividades de Petraeus. Un destacado ayudante de Maliki ha llegado a decir, lastimero, que nuestro general sólo conseguirá hacer de Irak "una sociedad armada y repleta de milicias". ¿Y qué cree este hombre que es Irak hoy día? Si acaso, habría que decir que muchas de las milicias sunníes que antes atacaban a los americanos atacan ahora a los miembros de Al Qaeda.
La naturaleza de la guerra está cambiando. El 73% de los ataques que provocaron bajas norteamericanas el pasado julio procedían de militantes chiíes, no sunníes. Maliki, desde luego, no es imbécil. A medida que crece el número de milicias sunníes pacificadas ve más claro el capítulo final de este conflicto: la carga de la formidable maquinaria bélica norteamericana contra los extremistas chiíes.
De los muchos errores cometidos en Irak, quizá el más grave haya sido no haber arramblado con Muqtada al Sader y los restos de su ejército irregular cuando los teníamos acorralados y derrotados en Nayaf, allá por el año 2004. Como consecuencia de ello, ahora tenemos que volver a hacerles frente. Con todo, gracias al reciente incremento del número de efectivos norteamericanos se han llevado a cabo incursiones significativas y letales en los bastiones del Ejército del Mahdí en Bagdad.
Sader lo está pasando mal. El otro día, después de que una lucha entre chiíes en Kerbala se cobrara numerosas vidas, solicitó una tregua de seis meses para poder "rehabilitar" sus cada vez más desorganizadas fuerzas. No obstante, al mismo tiempo Maliki nos critica por entrar a fuego en las zonas chiíes. Se está abriendo una brecha entre Washington y Bagdad; una brecha que no hará sino expandirse si Maliki permanece en el poder.
Maliki no es amigo de Muqtada al Sader. Tampoco lo es de Irán. Sabe de sobra que, si finalmente prevalecen, se lo comerán crudo. Pero es demasiado débil, temperamental y políticamente hablando, como para acometer un cambio de rumbo decisivo que le aproxime a los sunníes y chiíes moderados y le permita sacar adelante unos acuerdos nacionales absolutamente necesarios. Por eso es que está subiendo la apuesta. Cursa visitas a Irán, y después, en Siria, responde a los llamamientos del Parlamentó iraquí para que disuelva el Gobierno diciendo que quienes piden tal cosa están "nerviosos" por su visita a Damasco y advirtiendo que Bagdad "puede encontrar amigos en otras partes".
El primer ministro iraquí no sólo es débil; es que no es de fiar. Y el tiempo vuela. Hace ya mucho que debíamos haber comenzado a trabajar en la sustitución de este Gobierno disfuncional; por ejemplo, cuando el consejero de Seguridad Nacional, Stephen Hadley, redactó su informe sobre el fracaso de Maliki, filtrado el pasado noviembre. Hasta el ministro de Exteriores francés, tras viajar a Irak para relanzar las relaciones entre París y Bagdad, ha pedido la sustitución de Maliki. (Y sí, podemos dejar de lado su posterior disculpa, meramente formal).
Este tipo de sugerencias se suelen tachar de hipócritas y antidemocráticas. Tonterías: en un sistema parlamentario, un Gobierno sólo sirve si continúa inspirando confianza. ¿Alguien piensa que Maliki disfruta de la confianza de la mayoría de los iraquíes? Si no es el caso, el Parlamento, en representación del pueblo, tiene todo el derecho a votar una moción de censura y disolver el Ejecutivo.
¿Y luego qué? En lugar de buscar una nueva coalición como tumultuoso sustituto, la mejor alternativa es convocar elecciones. Y esta vez no repetiremos el error de las listas partidarias, un sistema diríase que diseñado para dar lugar a caudillismos y coaliciones inestables.
El senador Lindsey Graham, tras pasar dos semanas en Irak, ha dicho que el receso parlamentario de agosto fue beneficioso porque permitió a los miembros de la Cámara conocer de primera mano las demandas de paz y acuerdo político de la gente, que anda encolerizada. Ahora bien, el problema con el sistema actual es que los diputados iraquíes no son elegidos por sus conciudadanos, sino por los mandamases de los partidos.
Si echamos un vistazo a los países que se han decantado por esta absurda forma de democracia –Italia, Israel, la Alemania de Weimar–, podremos hacernos una idea de lo que traen consigo las listas partidarias: unos sistemas políticos inestables, balcanizados. Bajo un sistema por circunscripción, donde los parlamentarios son elegidos por una entidad geográfica real, serían los jeques de Al Anbar los que estarían sentados en el Parlamento en representación de los sunníes, y no los miembros de un partido sunní falsamente nacional que no representa prácticamente a nadie.
Desde luego, una nueva consulta electoral no es la panacea. Costará mucho tiempo organizar los comicios –de ahí que debiéramos haber estado trabajando en este sentido ya hace meses–; pero la reconciliación desde abajo que se está produciendo en las provincias podría –y, lógicamente, debería– posibilitar la reconciliación nacional en Bagdad. No podemos seguir de brazos cruzados, esperando a ver qué hace Maliki.
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