En un ataque relámpago, los israelíes mataron a los terroristas, rescataron a los rehenes y destruyeron once MIG ugandeses de construcción soviética, para evitar que pudieran ser perseguidos. Apenas 58 minutos después de haber tocado tierra, los israelíes despegaban y daban inicio a un viaje de vuelta a casa de ocho horas. El único muerto en las filas de los libertadores fue el propio Netanyahu, cuyo heroísmo pasó a ser objeto de leyenda en Israel.
Fue una hazaña electrizante. "Una vez más, la reluciente espada de Israel ha caído sobre sus enemigos –comentaba Newsweek pocos días después–, y su despliegue de precisión militar, coraje y descarado arrojo le ha valido el aplauso y la admiración de la mayor parte del mundo". A los enemigos de Israel se les recordó que el Estado judío era pequeño pero indomable. Aquellos que clamaban por su destrucción perdían el tiempo; y cualquier ataque contra su pueblo tendría por consecuencia una dolorosa respuesta.
¿Existe aún ese Israel? Examinando los titulares de Oriente Medio, un Rip van Winkle que acabase de despertar de una siesta de casi 30 años podría suponer que la resolución y la iniciativa israelíes siguen igual. Recientemente, hombres armados de Hamas procedentes de Gaza atacaron un puesto militar en territorio israelí; mataron a dos soldados, hirieron a bastantes y secuestraron a Gilad Shalit, de 19 años, el primer soldado israelí que secuestran los palestinos desde 1994.
Israel respondió entrando en la Franja, bombardeando edificios de la ANP, derribando puentes y proclamando que no saldría de allí sin recuperar a Shalit. Simultáneamente, detenía a 64 miembros de Hamas, entre los que se contaban 23 parlamentarios, y a un tercio del Gobierno palestino. Incluso envió aviones de guerra a que sobrevolaran la residencia del dictador sirio, Bachar Asad, que protege al líder de Hamas en Damasco, Jaled Meshaal. "Si usted está en el negocio terrorista –declaraba Mark Regev, portavoz del Ministerio de Exteriores israelí– no puede sorprenderse cuando Israel actúa contra usted".
Sin embargo, lejos de demostrar que "las normas de Entebbe" todavía rigen la política israelí, la última crisis demuestra, simplemente, lo demencial que fue abandonarlas.
La operación de Israel en Gaza llega menos de un año después de su retirada unilateral del verano pasado, cuando más de 8.000 judíos fueron expulsados de sus hogares y comunidades (algunos llevaban décadas viviendo allí). Esto, se dijo a los israelíes, significaba "desconectarse" de los enemigos; los palestinos tendrían toda Gaza para ellos, y se desbarataría la violencia con la barrera de seguridad. "Si se hace esto, todo cambiará", prometía entonces Ehud Olmert, uno de los arquitectos del plan. Fuera de Gaza, Israel estaría mejor que permaneciendo en ella.
Pero Israel no ha estado mejor. La entrega de Gaza no apaciguó a Hamas y a Fatah; todo lo contrario: les convenció de que los israelíes eran débiles, de que el terrorismo funciona... y de que funcionará aún más si se practica en mayor medida.
De modo que prosiguió el terror. "En las dos últimas semanas –escribí el pasado septiembre– un palestino ha apuñalado a un estudiante judío, hasta matarlo, en la Ciudad Vieja de Jerusalén; un policía israelí ha sido degollado por un árabe en Hebrón; la ciudad de Sderot (sur de Israel) ha recibido el impacto de cohetes Qassam; un terrorista suicida se ha reventado en plena hora punta en una estación de autobuses de Beersheba; un misil Katyusha lanzado desde el Líbano ha explotado en la idea israelí de Margaliot, se ha arrojado una bomba incendiaria contra un vehículo israelí en una autopista de las afueras de Jerusalén y se ha sorprendido transportando tres bombas a un niño de 14 años procedente de Nablús".
En los meses que han pasado desde entonces, la guerra de los palestinos contra Israel no ha cesado un solo momento. Lo que ha cambiado ha sido el frente, que, sin asentamientos judíos ni soldados en la Franja, se ha desplazado a la frontera, lo que hace más fácil que nunca que los ataques tengan lugar en territorio israelí. La barrera de seguridad de Gaza no ha sido ninguna panacea. Sderot y otras ciudades del sur de Israel han sido bombardeadas con cientos de cohetes. Los terroristas que secuestraron a Shalit y asesinaron a dos de sus compañeros entraron en Israel a través de un túnel subterráneo.
"Estamos cansados de luchar", decía Olmert el año pasado, defendiendo la retirada de Gaza. "Estamos cansados de ser valientes, estamos cansados de ganar, estamos cansados de derrotar a nuestros enemigos". El caso es que o Israel derrota a sus enemigos, o será derrotado por ellos; "desconectarse" no es una opción.