El resultado de esa segunda vuelta es, por ahora, completamente incierto. Si bien se dice en Guatemala que Colom fue apoyado por Chávez, al menos en materia de financiación, la verdad es que el candidato de la UNE (Unidad Nacional de la Esperanza) adoptó un discurso muy moderado, alejado por completo del estilo de confrontación propio del caudillo venezolano o de Evo Morales, y que su proyecto político en nada se parece al de estos populistas que tanto malestar están sembrando en nuestra América.
Podríamos decir más: tanto Pérez Molina como los tres candidatos que le siguieron en el orden de los votos, con un total acumulado del 55%, presentaron al electorado un mensaje que se inclinaba levemente hacia la derecha y que para nada tenía el tinte radical de los nuevos populismos. Los partidos de la izquierda tradicional, por otra parte, obtuvieron apenas un 2,7% de las papeletas, lo que refleja un declive histórico que no parece tener atenuante alguno.
Un caso particular es el de la candidata Rigoberta Menchú, que fue presentada –especialmente en la prensa internacional– como la adalid del voto indígena y femenino, y que desarrolló una campaña de tinte bastante moderado aunque sin duda veladamente conflictiva. Menchú quedó séptima, con apenas el 3,09% de las preferencias, a pesar de ser una figura muy conocida en el país y de contar con el prestigio que le otorga el Nobel de la Paz que obtuvo en 1992.
El fracaso de Menchú –que podría haber formado parte del eje chavista en el continente, según temieron algunos– se debe ante todo a que no representó a los amplios sectores indígenas guatemaltecos, perfectamente integrados en el país a través de los otros partidos políticos o de grupos de electores independientes que se mueven a nivel municipal, donde cabe destacar que resultaron bastante exitosos. Asimismo, tampoco logró concitar el apoyo femenino (que sí recibieron otras candidatas), porque su mensaje, anclado en parte en el pasado, no despertó particulares simpatías. En Guatemala no hay el menor deseo de abrir las heridas que dejó el conflicto armado de las décadas pasadas, ni de que se desencadene un enfrentamiento entre los diversos grupos étnicos que conviven en el país.
El conteo de los votos se hizo de forma manual, rápida y efectiva, sin que se produjesen discrepancias dignas de mención: ningún partido o candidato objetó los resultados, salvo en el caso de algunos municipios apartados. Tuvimos la satisfacción de ver cómo, por la televisión y la radio, las diversas fuentes noticiosas iban adelantando cifras parciales sin ninguna restricción, sin la absurda prohibición que existe por ejemplo en Venezuela, que impide difundir datos al público antes de que el organismo electoral entregue sus primeros resultados.
De modo manual, sin trampas electrónicas, un país de amplia población rural pudo tener en la madrugada del día posterior a los comicios unos resultados prácticamente completos y confiables, que fueron aceptados por todos. Las torpes manipulaciones que hace el Consejo Nacional Electoral en Venezuela quedan así sin justificación alguna, apenas como burdas excusas que un país no democrático presenta a los electores, siempre escamoteados cuando se trata de poder expresar la voluntad política libremente.
Los mitos de la izquierda radical se han derrumbado una vez más. Ahora, en Guatemala; antes, en Perú y en otras latitudes. Esperemos que pronto se produzca también un cambio en aquellas naciones que todavía se encuentran convulsionadas por los conflictos que provocan hoy los populistas autoritarios que gobiernan Venezuela, Ecuador y Bolivia.
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