Si los hechos hicieron parte de una protesta laboral genuina que se salió de control, aunque los policías luchaban por mejorar sus sueldos y aparentemente personificasen el descontento popular, deberían ser castigados por extralimitarse, incitar a la violencia y poner el país en riesgo. Por otro lado, si fueron premeditados, como un acto teatral que ocultara un complot para allanar el camino a un aspirante a dictador, hay que investigar para dar con los responsables y juzgarlos.
El presidente Rafael Correa sobreactuó. Hizo el papel de verdulero en la plaza del mercado, desgarrándose las vestiduras y gritando: "¡Mátenme!". Poco antes provocó a los huelguistas en la calle, retándoles a liarse a puñetazos. Arrebatados como su comandante en jefe, después de hallar la supuesta oportunidad de retenerle en un hospital vociferaban: "Maten a ese cabrón".
Si esto no hacía parte de una pantomima, tampoco pudo ser un acto tramado desde las huestes opositoras. Sospecho que fue una reacción momentánea por la efervescencia y el enojo general; porque si realmente existió esa intención, es raro que nadie se atreviera a dispararle, estando tanta gente armada.
No hay que descartar la perversidad de estos nuevos aspirantes a dictadores, que ahora acusan a Estados Unidos y a la CIA de preparar el supuesto golpe. Recordemos cuántas veces en crisis internas Hugo Chávez, maestro de trucos, y su alumno poco aventajado, Evo Morales, han denunciado intentos de atentado e intrigas para tumbarlos.
Muchos sospechan que Chávez simuló un derrocamiento de 47 horas el 11 de abril de 2002 para identificar a sus enemigos y ganar la consideración popular. Lo que sucedió en Ecuador podría haber tenido por objeto convertir a Correa en una víctima para poner de su lado a la ciudadanía. Hay una coincidencia: desde julio pasado viene advirtiendo de que disolverá el congreso y convocará a elecciones, y acusando a la oposición de obstruir sus leyes. Es la escuela de Chávez, que, amañando los estatutos y la constitución, ha ido controlando las instituciones venezolanas para aferrarse al poder en lo que yo cito como un golpe de estado democrático.
Una de las lecciones de estos incidentes es que los latinoamericanos tenemos que elegir con sensatez; no entregar nuestro destino a individuos histéricos y camorristas de barrio bajo, que pierden el control y patean en los genitales a sus rivales, como hizo recientemente Evo Morales en un partido amistoso.
Por otra parte, si Correa no preparó el motín, le cayó como anillo al dedo. Los policías le pusieron en bandeja de plata la justificación para magnificar los sucesos, capitalizándolos en beneficio propio y allanándose el camino a la presidencia vitalicia.
El tono vengativo de Correa: "No habrá perdón ni olvido", augura malos tiempos para Ecuador. Los ecuatorianos podrían estar a las puertas de una época oscura.
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