Como dijo mi amigo Johann Hari recientemente en el London Independent: "Por fin, buenas noticias desde Darfur: el genocidio en el Sudán occidental casi ha finalizado. Sólo hay un problema: está llegando a su fin sólo porque ya no quedan negros que limpiar o asesinar".
Según algunas estimaciones fiables, el Gobierno sudanés, o "Frente Islámico Nacional", ha masacrado a nada menos que 400.000 de sus correligionarios negros –conocidos despectivamente como zurga ("negratas")– y ha expulsado quizá a dos millones más. Este espantoso logro ha sido posible mediante una táctica muy simple: los asesinos o limpiadores étnicos, las milicias árabes janjaweed, son un brazo "plausible" de las autoridades sudanesas. Esas autoridades fingen negociar con Naciones Unidas, con Estados Unidos y con la Unión Africana, y su "carta" de negociación es el control que pueden o podrían ejercer sobre dichas milicias. Mientras que el grifo es abierto o cerrado según las distintas aplicaciones de la política del palo y la zanahoria, las milicias fingen salirse de control y perpetrar masacres y deportaciones. Para cuando se ha agotado el tiempo, el trabajo está hecho.
Si no fuera por los esfuerzos de unos cuantos periodistas valientes y trabajadores humanitarios, y de al menos un soldado americano destacado en las "fuerzas de paz" de la Unión Africana que saltó a la palestra por mostrar su repugnancia ante lo que había visto, el Gobierno sudanés podría haberse ido de rositas. Pero disponemos de bastantes pruebas, fotografiadas y filmadas, de aviones y helicópteros sudaneses volando en apoyo de las operaciones janjaweed, ilustrativas de que la relación es la misma que entre las autoridades de Ruanda y los tumultos del "Poder Hutu" que acabaron con la población tutsi.
En otras palabras, una Ruanda a cámara lenta y frente a las cámaras y los diplomáticos. ¿Qué fue de toda esa chorrada del "nunca más"? ¿De qué valía la disculpa de Clinton a los ruandeses? ¿A qué se refería Colin Powell cuando utilizó por fin la palabra "genocidio" para describir los sucesos de Darfur, momentos antes de dimitir como secretario de Estado y convertirse en defensor de un mayor realismo por todas partes?
¿Y en qué demonios pensaba cuando utilicé ese cliché del "palo y la zanahoria" unos párrafos más arriba? Allí ha habido zanahorias. Apenas el otro día, según el New York Times, la Administración Bush concedía una derogación a las sanciones aparentemente en vigor contra el Gobierno de Jartum, con el fin de permitirle emplear 530.000 dólares en un grupo de presión de Washington. Tampoco querría uno negar el derecho a la defensa a un Gobierno condenado por genocidio. A duras penas sería eso justo.
Mientras tanto, el Departamento de Estado ha actualizado el estatus de Sudán en la tabla que muestra "cooperación" en materia de tráfico de esclavos. Aparentemente, puedes aparecer en esta lista y, aun así, ser recompensado con puntos por buen comportamiento. Más de 100 congresistas firmaban recientemente una declaración en la que se acusaba a la Administración de "apaciguamiento", que parece ser la única palabra apropiada para ello.
Pero ahí acaba la extensión de la protesta. ¿Cómo puede ser? Con seguridad, la Administración hizo todo lo que se le podía haber pedido. Abandonando cualquier tipo de "unilateralismo", siguió pedantemente el guión de negociaciones multipartitas y diplomacia paciente del secretario general de la ONU, Kofi Annan. Concedió más tiempo a los inspectores. Agotó todas las opciones alternativas a la guerra y nunca amenazó con el uso de la fuerza. Mediante el uso de las sanciones, puso a Sudán "en su lugar". Y ha recibido exactamente lo que cualquiera habría predicho. Quizá por eso es por lo que hay tan pocas protestas. Después de todo, sabemos que "la guerra no es la respuesta". Y ahora Sudán ha puesto en su sitio a la provincia de Darfur. Ha cogido la tierra y se ha deshecho de la gente.
Cualquier crítica desde el realismo tiene que comenzar con una firme afirmación de los horrores de la paz. Todo el mundo desea hoy, o al menos dice desear, que no nos hubiéramos convertido en espectadores cómplices en Ruanda. Pero, ¿que habría pasado si hubiéramos decidido tomar medidas? Solamente un Estado miembro del Consejo de Seguridad de la ONU habría tenido la capacidad de actuar con celeridad, desplegando la fuerza preventiva (y eso habría sido muy necesario, teniendo en cuenta el peso del Estado francés, y su veto, del lado de los genocidas).
Está claro que, en algún momento, las tropas americanas habrían tenido que abrir fuego contra las milicias y turbas del "Poder Hutu", matando gente y, muy probablemente, muriendo en la lucha. Habría bolsas de cadáveres. No es una certeza absoluta que todos los miembros detenidos de esas milicias habrían sido tratados con injusta dulzura. Es probable que algunos de los contratistas militares hubieran sobreactuado, y que algunos nativos hubieran estado implicados en lucros, incluso en políticas tribales. Es imposible que hijo alguno de cualquier miembro de la Administración Clinton hubiera sido alistado como soldado. Pero nunca tuvimos que sufrir ninguna de estas abrumadoras experiencias, así que podemos continuar deseando, en algún universo utópico paralelo, haber hecho algo en lugar de no haber hecho nada.
O no exactamente nada. Estados Unidos terminó apoyando la intervención militar francesa en Ruanda, que no fue un intento de eliminar a los genocidas, sino de salvarlos. La no intervención no significa que no suceda nada. Significa que sucede algo más. Nuestra política en Darfur no sólo ha fracasado a la hora de rescatar a una población africana negra. En la práctica, ha asistido a los islamistas sudaneses a la hora de completar su política de asesinato racista. Gracias al cielo que somos lo bastante duros como para soportar la vergüenza de esto, y lo bastante fuertes como para perdonarnos.