Bolivia y el Gobierno del presidente Evo Morales comienzan a sufrir un grave y creciente problema de expectativas frustradas. La reacción del Ejecutivo está siendo agresiva, inflexible y poco concertadora.
A diferencia de los de años anteriores, que se produjeron en los departamentos autonomistas, los conflictos del 2010 se han generado en los departamentos que se decantaron por el Movimiento Al Socialismo (MAS) en las últimas elecciones presidenciales, hace tan sólo nueve meses, con niveles superiores al 70%.
A pesar de los esfuerzos del Gobierno, difícilmente se puede hacer creer a la opinión pública que las recientes expresiones de malestar social que originaron los conflictos de Caranavi y Potosí tienen origen en conspiraciones de la derecha, de Usaid o de las ONG que durante veinte años apoyaron a los movimientos campesinos e indigenistas. Tampoco se puede estigmatizar a sus protagonistas como oligarcas o separatistas.
Lo que el Gobierno comienza a experimentar –muchos dicen que tomando de su propia medicina– es la consecuencia de los problemas estructurales derivados de su forma de gobernar y de su modelo de poder.
En los hechos, desde el inicio del Gobierno del MAS, no ha habido gestión pública. Simplemente, se han empeñado en la búsqueda del poder total, y han trabajado incesantemente para eliminar la pluralidad política y cualquier expresión de liderazgo social que pueda representar una amenaza o una competencia. Para ello, han hecho un uso asfixiante de la publicidad estatal y judicializado la política.
Paradójicamente, cuando el Gobierno logra el control de los órganos Legislativo, Ejecutivo, Judicial y Electoral es cuando empiezan a descontrolársele los conflictos. El problema de fondo es que la pobreza y la falta de oportunidades de progreso que sufre el 63% de los bolivianos siguen estando ahí. No se solucionan con la nueva Constitución, ni con más leyes ni, peor aún, con más empresas estatales. Tampoco con la plata fácil del narcotráfico, que crece sin cesar, impulsando el consumo pero sin brindar una solución a la pobreza estructural.
Lamentablemente, no tengo dudas de que el Gobierno no cambiará de rumbo. No le interesan la gestión ni sus resultados. Tampoco la popularidad perdida. La única prioridad es el poder, el poder total, si es posible. Es la formula de Chávez.
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ÓSCAR ORTIZ ANTELO, ex presidente del Senado de Bolivia.