Menú
AMÉRICA

Evo Morales y el mito del indio

El indio fue un invento de los conquistadores españoles nacido del equívoco de Colón acerca de las tierras a las que había llegado. De la gran diversidad de pueblos precolombinos crearon un nuevo sujeto, una especie de raza o casta previamente inexistente, a la que incluso dieron estatus jurídico en la así llamada República de Indios.


	El indio fue un invento de los conquistadores españoles nacido del equívoco de Colón acerca de las tierras a las que había llegado. De la gran diversidad de pueblos precolombinos crearon un nuevo sujeto, una especie de raza o casta previamente inexistente, a la que incluso dieron estatus jurídico en la así llamada República de Indios.

Este invento de un pueblo inexistente caminaría a través de los siglos, dando origen a todo tipo de falsificaciones y mitos. El último de ellos recibe el nombre de indigenismo y ha sido bandera de un nuevo racismo hecho política. Actualmente, son los mismos indígenas, como hoy se usa decir, los que están haciendo añicos la ficción, al rebelarse contra los que han hecho carrera política en nombre del mito del indio. Este es el caso paradigmático de Evo Morales.

El indio como construcción, colonial o criolla, fue el otro, el inferior, el sometido, el imberbe al que había que proteger y cristianizar, o la mano de obra que explotar –colectiva o individualmente–. Esa era su alma común, su nueva naturaleza, con la que se pretendió borrar las diferencias y la historia. Lo dijo bien el etnólogo mexicano Guillermo Bonfil en un artículo crítico con el indigenismo publicado ya en 1972 ("El concepto de indio en América"):

Las sociedades prehispánicas presentaban un abigarrado mosaico de diversidades, contrastes y conflictos en todos los órdenes. No había indios ni concepto alguno que calificara de manera uniforme a toda la población del Continente. Esa gran diversidad interna queda anulada desde el momento mismo en que se inicia el proceso de conquista: las poblaciones prehispánicas van a ver enmascarada su especificidad histórica y se van a convertir, dentro del nuevo orden colonial, en un ser plural y uniforme: el indio/los indios (...) Así, todos los pueblos aborígenes quedan equiparados, porque lo que cuenta es la relación de dominio colonial en la que sólo caben dos polos antagónicos, excluyentes y necesarios: el dominador y el dominado, el superior y el inferior, la verdad y el error.

El indigenismo no será más que la versión exactamente invertida de la creación colonial descrita por Bonfil: el inferior se transforma en superior, en futuro y esperanza, en raza redentora, y el superior (el criollo-mestizo) en clase o raza deleznable e inferior. Pero todo sigue, estructuralmente, igual: los dos polos que se repelen, la generalización brutal que enmascara la especificidad de cada pueblo y la diversidad de los individuos, la reducción de lo heterogéneo a lo homogéneo, en suma, la adulteración de la realidad y el invento de categorías propicias para separar y confrontar, excluir y reprimir.

Una de las figuras más odiadas en el universo indigenista es el mestizo cultural, el indio traidor que deforma o incluso repudia su cultura originaria adoptando valores y costumbres q'aras ("blancoides"), como despectivamente se dice en Bolivia. Esta denostación del mestizo y del mestizaje en general tiene viejas raíces en la lucha del indigenismo por la pureza racial. En sus versiones peruanas de la primera mitad del siglo XX este componente de pureza racial se halla directamente relacionado con el paisaje andino mismo, que con sus características peculiares habría moldeado un tipo específico y mejor de ser humano. Esta variante, también conocida como andinismo, contrapone la bondad del indio de la sierra a la perversión del blanco y del mestizo o cholo de la costa. Se creó así la idea de un Perú falso y foráneo, el de la costa, al que se opone el verdadero Perú, el de la sierra. Como diría el indigenista José Ángel Escalante, las "razas claudicantes y degeneradas" encontraron un "ambiente hospitalario tan sólo en la Costa, nunca en la serranía hermética e impropicia a toda bastardía y a toda contaminación". Luis Valcárcel, el más influyente de los indigenistas, proclamaba en su célebre Tempestad en los Andes (1927):

El mestizaje de las culturas no produce sino deformidades.

La versión boliviana del indigenismo (que se autodenomina indianismo) reproduce las mismas metáforas racistas, centrándose en la contraposición entre el altiplano indio y los paisajes selváticos orientales (los departamentos de Santa Cruz y Beni), degenerados por la presencia de elementos blancoides de diverso origen y de indios aculturados. Para los indianistas no hay más que guerra entre indios y el resto, y su finalidad es, lisa y llanamente, la expulsión de los q'aras. Como dijo en abril de 2010 el líder aymara Felipe Quispe:

Si vamos a ir al cielo y los q'aras van al cielo, en el cielo también va a haber guerra. Si vamos a entrar al infierno, debajo de la tierra, ahí los q'aras van a entrar y vamos a tener guerra.

Este es el universo de mitos, concepciones y odios raciales que hoy, paradojalmente, se está volviendo contra aquellos que justamente convirtieron lo indio en su trampolín político. La encrucijada en que se encuentra Evo Morales es un ejemplo notable de ello. Potenció oportunistamente el indigenismo como plataforma política, pero hoy lo acusan de traición y, sobre todo, de no ser un verdadero indio, sino un blanco con cara de indio, un vendido a su entorno q'ara. Pedro Portugal, director de la revista Pukara, planteó descarnadamente las cosas en una conferencia en La Paz en 2010:

Es conocido que ni el MAS ni Evo Morales hicieron parte del movimiento indígena. Su actitud hacia ese movimiento fue siempre despectiva. Sin embargo, el Evo sindicalista y occidentalizado, que motejaba de "volver al ch'unch'u pacha" (salvajismo) los planteamientos indianistas, terminó vistiéndose exóticamente y pugnando por ser reconocido, sobre todo en el exterior, como "líder espiritual" indígena. ¿Qué sucedió? El entorno que hizo a Evo presidente, y que ahora gobierna en su nombre, se dio cuenta de que tenía en sus manos un billete premiado: el origen y el rostro de su presidente. Y se apresuraron en cobrar ese billete, haciéndole jugar roles que seguramente nunca se había imaginado.

En suma, el mote de indio de Evo ya no vende, los indios realmente existentes se rebelan contra el indio del mito y su líder autoproclamado, reivindicando sus identidades e intereses diversos y, muchas veces, agriamente contrapuestos. Quieren poder, pero no para el indio ficticio sino para sí mismos, para su grupo, su etnia o su región. Se desolidarizan con la retórica indigenista simplemente porque hoy están teniendo una voz cada vez más real en sus países. Por ello es que unos se oponen a la carretera que pasa por el así llamado Tipnis (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure), mientras que otros, con Evo Morales a la cabeza, defienden los intereses de los productores de coca, beneficiarios directos de la construcción de la tan mentada carretera.

En fin, vemos que tras el indio mítico hay gentes diversas, individuos, grupos de interés, diversidad, egoísmos y conflictos, como en toda sociedad. Así va cayendo a pedazos la figura fantasmagórica del indio para ser reemplazada por las figuras reales de los descendientes de los pueblos precolombinos, con sus grandezas y pequeñeces, como las de todos.

Tal vez los más decepcionados con el auge y caída de Evo Morales sean los progres europeos, esos eternos buscadores del buen salvaje, del revolucionario romántico, del indio auténtico, que parecen no aprender nunca. Se tragaron el embuste de Evo el Indio con uñas y pelos, lo aplaudieron sin reparo e incluso ensalzaron su retórica neorracista. Parecía tan genuino, tan cercano al mito, y hoy se descubre que bajo el poncho caminaba otro caudillo latinoamericano. Triste espectáculo y, además, repetido.

 

MAURICIO ROJAS, escritor y profesor adjunto de la Universidad de Lund (Suecia).

0
comentarios