Chávez es un personaje extraño. Nació dotado de una mecánica verbal apenas comparable con la de Fidel Castro, con una cierta habilidad para mimetizarse entre el follaje de los resentimientos y los odios colectivos, de ahí que parezca, a primera vista, un reparador de antiguas injusticias.
Tiene la excelente memoria de los resentidos y el histrionismo de unos cuantos de los payasos a los que extrañas circunstancias hicieron poderosos. Talento medianísimo, ilustración inferior, sin frenos morales y con la ambición desbordada, es incapaz de hacer autocrítica con el mínimo rigor. En suma: es un sujeto de alta peligrosidad.
Cualquiera podía imaginar lo que ocurriría el día en que una persona así dispusiera de cuarenta mil millones de dólares al año. Giovanni Papini dedicó una de sus obras inmortales, El libro de Gog, a una hipótesis semejante. Pero las extravagancias fabulosas de ese rico sin fronteras terminaban por ser inofensivas. Chávez es como Gog, pero en perverso y en torpe. El otro era ingenioso y en el fondo bonachón.
La peligrosidad de Chávez no es hipotética. Ecuador la está pagando, pues con el dinero del petróleo venezolano se instauró allá otra dictadura de pésimo pronóstico, la de Correa, cuyos costos a nadie escapan. Está acabando con Bolivia con su apoyo a Evo Morales, cuyo menor defecto es ser un cocalero actuante y confeso. A1 Nicaragua le instaló por segunda vez un matón corrompido. Ha demorado la transición en Cuba mediante la transfusión a su régimen de cinco mil millones de dólares por año, que los venezolanos pagan, doloridos y pacientes. Ha tendido la mano a los pingüinos argentinos, con la friolera de más de diez mil millones de dólares en bonos que el mercado mundial aborrece. Y Perú y México tienen la amarga experiencia de haberse sentido al borde de sendos abismos chavistas.
Ahora, más desesperado que nunca, vuelve a poner sus ojos en Colombia. Porque su situación interna es catastrófica. Cuando no hay comida en los mercados, cuando ya la oposición se sabe mayoritaria y el pueblo está dispuesto a batirse por la televisora Globovisión, sólo le queda un conflicto internacional. Que no será con los Estados Unidos, pero que sí puede ser con Colombia. A un sujeto como Chávez no le queda lejos nada. Hitler, al que se parece tanto, invadió Polonia y después se metió en Rusia. No tiene con qué invadirnos, pero se muere de ganas de poner a prueba sus aviones rusos y de precipitar la más infame e irracional de las guerras.
Este Chávez no es un valiente. Lo demostró cierto 4 de febrero. Pero sí es un loco, como demuestra todos los días. Y un loco megalómano, con plata en la chequera y juguetes letales. Demasiado para lo que nos merecemos, nosotros y nuestros queridos hermanos venezolanos.
Tiene la excelente memoria de los resentidos y el histrionismo de unos cuantos de los payasos a los que extrañas circunstancias hicieron poderosos. Talento medianísimo, ilustración inferior, sin frenos morales y con la ambición desbordada, es incapaz de hacer autocrítica con el mínimo rigor. En suma: es un sujeto de alta peligrosidad.
Cualquiera podía imaginar lo que ocurriría el día en que una persona así dispusiera de cuarenta mil millones de dólares al año. Giovanni Papini dedicó una de sus obras inmortales, El libro de Gog, a una hipótesis semejante. Pero las extravagancias fabulosas de ese rico sin fronteras terminaban por ser inofensivas. Chávez es como Gog, pero en perverso y en torpe. El otro era ingenioso y en el fondo bonachón.
La peligrosidad de Chávez no es hipotética. Ecuador la está pagando, pues con el dinero del petróleo venezolano se instauró allá otra dictadura de pésimo pronóstico, la de Correa, cuyos costos a nadie escapan. Está acabando con Bolivia con su apoyo a Evo Morales, cuyo menor defecto es ser un cocalero actuante y confeso. A1 Nicaragua le instaló por segunda vez un matón corrompido. Ha demorado la transición en Cuba mediante la transfusión a su régimen de cinco mil millones de dólares por año, que los venezolanos pagan, doloridos y pacientes. Ha tendido la mano a los pingüinos argentinos, con la friolera de más de diez mil millones de dólares en bonos que el mercado mundial aborrece. Y Perú y México tienen la amarga experiencia de haberse sentido al borde de sendos abismos chavistas.
Ahora, más desesperado que nunca, vuelve a poner sus ojos en Colombia. Porque su situación interna es catastrófica. Cuando no hay comida en los mercados, cuando ya la oposición se sabe mayoritaria y el pueblo está dispuesto a batirse por la televisora Globovisión, sólo le queda un conflicto internacional. Que no será con los Estados Unidos, pero que sí puede ser con Colombia. A un sujeto como Chávez no le queda lejos nada. Hitler, al que se parece tanto, invadió Polonia y después se metió en Rusia. No tiene con qué invadirnos, pero se muere de ganas de poner a prueba sus aviones rusos y de precipitar la más infame e irracional de las guerras.
Este Chávez no es un valiente. Lo demostró cierto 4 de febrero. Pero sí es un loco, como demuestra todos los días. Y un loco megalómano, con plata en la chequera y juguetes letales. Demasiado para lo que nos merecemos, nosotros y nuestros queridos hermanos venezolanos.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.