En la jerga de los que vigilan a Turquía, hice la argumentación de la agenda oculta a propósito de Erdogán y el AKP. La prensa turca dio gran publicidad a mis comentarios, frecuentemente para discrepar de ellos.
Por casualidad, el Centro Nixon y el German Marshall Fund me invitaron a unirme a un grupo euroamericano para mantener un debate intensivo, en Estambul y Ankara, con políticos, periodistas, intelectuales y figuras turcas del mundo de los negocios. Para hacer el viaje más interesante, muchos de nuestros interlocutores sabían de mis opiniones, y me interrogaron al respecto; después se hicieron todo oídos.
Sus argumentos me hicieron estar, tengo que admitirlo, menos seguro de las intenciones de Erdogán que cuando llegué.
La defensa en favor de la agenda oculta comienza por el hecho de que Erdogán y muchos de sus colegas comenzaron sus carreras en un partido islamista que busca explícitamente deshacer el orden secular de Turquía. Hicieron frente a lo que se conoce como "el Estado profundo" (el ejército, la judicatura y la burocracia; colectivamente, los guardianes de la herencia secular de Ataturk) e hicieron emerger para ello lo peor, por lo que algunas veces fueron expulsados de cargos relevantes o encarcelados.
Los islamistas más inteligentes aprendieron de esta experiencia e hicieron cambios. Tales cambios, con mayúscula, eran de naturaleza táctica (es decir, perseguir sus metas más lenta y sutilmente), más que estratégica (aceptar el orden secular). Esto encaja en un patrón conocido del disimulo islamista (para otro ejemplo, recuérdense las instrucciones de Al Qaeda a sus adeptos).
Las acciones que confirman las dudas de uno acerca de que el AKP haya cambiado de objetivos desde que llegara al poder, a finales de 2002, incluyen los intentos de criminalizar el adulterio, de transformar la educación religiosa de la escuela pública en propaganda en favor del islam y de relajar las penas contra la instrucción coránica independiente. Condenar el cristianismo como religión politeísta y purgar la Junta Directiva Religiosa de miembros de la minoría alevi también fueron señales de alerta.
La defensa contra el argumento de la agenda oculta observa que los políticos sí aprenden de sus errores, maduran y cambian de objetivos. Si otros políticos pueden evolucionar (piénsese en el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Joschka Fischer, o en el primer ministro de Israel, Ariel Sharon), ¿por qué no la dirección del AKP? No siendo tipos impulsivos que intentan derrocar el sistema, ahora trabajan en él. Iniciativas limitadas al margen, el AKP no ha desafiado básicamente el orden secular.
La interpretación del AKP puede adquirir el grado de rompecabezas intelectual sofisticado, prestándose una misma evidencia a explicaciones contrarias. Considérense los vigorosos esfuerzos del AKP por ganar la aceptación como miembro de pleno derecho de la Unión Europea, sometiendo las prácticas turcas a la conformidad de los estándares de la UE. ¿Encaja esto en la agenda islamista de expandir los derechos de la práctica religiosa y reducir el papel del ejército en política? ¿O encaja en la agenda secular, al hacer de Turquía parte integral de Europa? Ambos interrogantes pueden ser discutidos.
A algunos turcos no les importa especular sobre las intenciones del AKP, y sostienen que no puede volcar el secularismo turco por varias razones: el vigor y la amplia popularidad de éste, el poder del "Estado profundo" para frustrar en última instancia la agenda islamista de gobiernos electos y las limitaciones específicas del propio AKP. Por lo que hace a esta última cuestión, el AKP agrupa a varias facciones en conflicto, y se ha hecho enorme muy rápido: ambas cosas sugieren que no puede servir como instrumento para el ambicioso proyecto de derrocar el orden existente.
En conjunto, hoy encuentro escasas las pruebas para juzgar hacia qué lado desea decantarse la directiva del AKPM, si se ceñirá al marco secular legado por Atatürk o lo derrocará. Todo puede estar más claro en 2007, asumiendo que Erdogán se convierta entonces en presidente de la república, con todos los poderes que confiere el cargo.