Lo primero que hay que descartar es la ingenua noción de que terminó del todo la Guerra Fría. Eso no es cierto. Los servicios de espionaje tienen su propia dinámica interna, y su propia inercia.
Cuando Lenin toma el poder, en 1917, edifica la Cheka, su temible policía política, sobre los cimientos de la muy eficiente Ojrana del zarismo. Por un tiempo, los métodos y hasta los agentes serán los mismos. Luego, el organismo va cambiando de nombre en la medida en que la lucha por el poder genera nuevos actores, pero sin desprenderse de la impronta original del zarismo: la Cheka se transforma en GPU, luego en NKVD, más tarde en KGB y, por último, en el actual Servicio de Inteligencia Extranjera (SIE).
Este cuerpo de inteligencia, organizado tras el fin del comunismo, la desaparición de la URSS y la renuncia a las supersticiones marxistas, fue el que sembró a esta decena de agentes en Estados Unidos. ¿Por qué lo hicieron, si los rusos ya habían descartado el proyecto de conquista mundial y hasta se desembarazaban de unos cuantos satélites costosos e inútiles?
Lo hicieron porque esos eran los métodos que llevaban utilizando un siglo largo. Con el lóbulo derecho del cerebro entendían que el comunismo era un proyecto fallido y el marxismo un grave error intelectual, pero con el izquierdo continuaban sospechando de Occidente, especialmente de Estados Unidos, y necesitaban combatirlo, sin saber muy bien para qué. Supongo que en los interrogatorios, junto a los agentes del FBI, se sentarán unos cuantos psiquiatras a estudiar esta fascinante variedad de la esquizofrenia ideológica.
En el grupo hay una latinoamericana que no encaja muy bien en la operación. La señora Vicky Peláez, peruana, periodista de El Diario-La Prensa de Nueva York. Cayó en la redada junto a su marido, quien se hace llamar Juan Lázaro Fuentes y se presenta como uruguayo aunque parece ser un ruso. Peláez era una columnista muy radical, visceralmente antinorteamericana, defensora de los narcoterroristas de las FARC, de Sendero Luminoso y de la dictadura cubana. ¿Qué hacía esta pareja en medio de una decena de rusos disfrazados de norteamericanos? Tal vez sólo coincidían en la fuente de pagos. Según las acusaciones, los agentes del SIE les entregaban maletines con dinero en lugares públicos de América Latina. ¿Era sólo para ellos o debían repartir esos fondos con los rusos sembrados en Estados Unidos?
En todo caso, el interés de Peláez y de su marido no proviene de los servicios que prestaban a Moscú, sino del papel que desempeñaban en el circuito de propaganda cubano-venezolano. Sin duda, la Rusia posterior a Gorbachov ha cancelado su modelo comunista y los planes de control planetario, pero no así el tándem Chávez-Fidel. Por absurdo y delirante que sea, Chávez se propone crear un estado comunista hermano del que los Castro erigieron en Cuba, mientras los dos países afrontan la tarea de conquistar, primero, América Latina, y luego el resto del mundo. Ninguna persona sensata duda de que fracasarán en esa tarea, pero la historia está llena de estos loquitos iluminados que cada cierto tiempo arrastran a sus semejantes en dirección de la catástrofe.
Es dentro de esos planes donde Peláez y su esposo desempeñaban un rol. ¿Cuál? Muy sencillo: eran agentes de influencia. Los dos formaban parte de un circuito de propaganda forjado por los servicios cubanos desde hace décadas, hoy utilizado por los venezolanos como parte del joint-venture político que mantienen ambos países, dedicado a diseminar informaciones, defender causas, atacar adversarios y denigrar países e ideas, como parte de la gran estrategia de demolición de las democracias burguesas' y de su sustitución por sociedades colectivistas de partido único. Ese circuito existe desde México a la Argentina, incluso en España y Francia, y en cada país hay uno o varios Peláez perfectamente integrados en el coro dirigido desde La Habana y Caracas.
Lo curioso, y lo que la investigación acaso revele, es el hecho de que Moscú pagara a estos agentes de influencia cubano-venezolanos. ¿Prestó Cuba a Moscú esos dos agentes de influencia para facilitar el trabajo de canalización de fondos previamente lavados en la banca venezolana? ¿Son parte de una transacción mayor en la que hay otros mutuos intercambios de favores? ¿Servía el matrimonio a dos amos al mismo tiempo, a los rusos por dinero y a los cubano-venezolanos por devoción ideológica? Seguramente, las respuestas las tendremos en las próximas semanas.