El nombre Tea Party proviene del Boston Tea Party, una organización política de resistencia al mandato inglés en Norte América que se formó en 1773 como protesta contra el monopolio de la importación del té a las colonias y los elevados impuestos que pesaban sobre dicho producto. Sería la mecha que encendería la revolución contra el Imperio Británico, que culminaría con la independencia de los Estados Unidos.
El Tea Party del siglo XXI está formado principalmente por ciudadanos independientes que se sienten defraudados por un gobierno que ha situado la deuda de los norteamericanos a niveles desmedidos para subsidiar proyectos que no gozan de apoyo popular, como el de la socialización de la medicina.
El paro sigue bordeando el 10% y apenas se genera empleo, debido a los exagerados impuestos a que están sujetos los empresarios privados. La pobreza aumentó hasta el 14,3% en 2009, el índice más alto registrado en décadas.
Las medidas económicas y sociales de Obama coinciden con un modelo socialista que no cuadra con el pensamiento de la mayoría, que no gusta de la intrusión gubernamental en sus asuntos y aboga por la irrestricta libertad económica. La ciudadanía quiere mantener el sistema capitalista que ha hecho de los Estados Unidos la sociedad más libre, productiva y avanzada de la historia. ¿Es eso ser extremista?
El Tea Party es la respuesta pacífica a un régimen izquierdista que atenta contra la libertad personal y económica. El Congreso norteamericano ha decepcionado a la población y las consecuencias están manifestándose con el triunfo electoral en las primarias de los candidatos independientes. Sus victorias en estados tradicionalmente demócratas demuestran que los más desilusionados con el gobierno son aquellos que votaron por Obama.
La pregunta freudiana que no puede ignorarse es: ¿cómo una persona normal en pleno uso de sus facultades mentales pudo votar por Barack Obama?
Si uno es accionista de la empresa más grande, poderosa y rica del mundo, con un pasado de 200 años de éxitos inigualables, y tiene que elegir un administrador nuevo, ¿va a escoger a alguien sin ninguna experiencia previa, que ni siquiera terminó el colegio? Obviamente, la respuesta es negativa. Pero los norteamericanos obraron contra la lógica y la razón.
Obama no tuvo previamente práctica ejecutiva en función pública o privada alguna; no cumplió siquiera un mandato en el Congreso; era el más radical de los senadores, el de peor desempeño parlamentario, y advirtió de que haría cambios estructurales si llegaba al poder.
El Tea Party es tildado de extremista por los progres, que lo comparan negativamente con el conservadurismo anodino de algunos republicanos. Obviamente, hablamos de extremismo en términos democráticos. Los conceptos de izquierda y derecha adquieren otras connotaciones en el universo latinoamericano debido a la falta de cultura democrática. Ser de derechas en Estados Unidos o en Europa significa abogar por los principios clásicos del liberalismo.
La acción lleva a la reacción. Contra un gobierno de extrema izquierda, que intenta imponer medidas antipopulares que contradicen la esencia misma de la nación, la única alternativa es la derecha de valores sólidos que ensalza los principios recogidos en la Constitución. Hoy es en Estados Unidos; mañana, los movimientos de defensa popular florecerán en América Latina; pero la lucha será más dura y tal vez violenta.