En la radio, en la blogosfera, en la prensa conservadora son legión los que están furiosos ante la posibilidad de que el Partido Republicano, "la casa que construyó Reagan" (Mitt Romney dixit), se decante por el candidato que, a su juicio, es menos probable que siga los pasos del Gipper.
A los conservadores se les ponen los pelos como escarpias al pensar en un presidente republicano que pudiera subir los impuestos, o ampliar el radio de acción del Gobierno federal, o colocar en el Tribunal Supremo a jueces que no sean firmes defensores de la letra y el espíritu de la Constitución, o amnistiar a millones de inmigrantes ilegales. No creo que McCain fuera a hacer ninguna de estas cosas... que sí hizo Ronald Reagan.
¿Qué más hizo RR? Pues, por ejemplo, proporcionar armas a la teocracia del ayatolá Jomeini, incurrir en déficits presupuestarios abracadabrantes y ordenar a las tropas norteamericanas salir pitando de Oriente Medio antes que plantar cara al terrorismo islámico. Es poco probable que McCain cometiera cualquiera de tales pecados.
¿Quiere lo anterior decir que, al fin y a la postre, Reagan no fue un gran conservador? Por supuesto que no. Tampoco significa que McCain no haya dado a sus críticos derechistas legítimas razones para el desconcierto.
Lo que estoy tratando de transmitir es bien simple: el líder impecable que tantos anhelan no existe. La pureza ideológica y las campañas para las presidenciales no son cosas que encajen a la perfección.
Los conservadores que afirman que McCain no es ningún Ronald Reagan tienen razón. Pero es que tampoco lo es Romney. Ni Huckabee. Por no serlo, no lo fue ni el propio Ronald Reagan, una vez enfrentamos al personaje con el mito.
Los cargos que cabe hacer a McCain saltan a la vista. Ya hablé de ellos hace ocho años, cuando se postuló por vez primera como candidato del GOP a la Casa Blanca. McCain, en fin, se ha comportado como un maverick en asuntos ante los que es muy sensible la base conservadora del Partido Republicano: financiación de las campañas electorales (ha impulsado leyes restrictivas), calentamiento global (es de los que piensan que hay que actuar, y pronto), recortes fiscales (se opuso a los dos promovidos por Bush), inmigración (dista mucho de ser el más firme defensor de la mano dura), obstruccionismo judicial... Ahora bien, este año es mucho más importante hacer un alegato conservador en defensa del senador por Arizona.
En los asuntos de seguridad que trascienden nuestras fronteras: la amenaza del islam radical y la guerra de Irak, nadie es más firme que John McCain. En este punto están de acuerdo hasta sus más acerbos críticos, como el locutor radiofónico Hugh Hewitt. "A los malos que en el mundo son –ha escrito esta eminente figura del conservadurismo norteamericano– jamás se les pasaría por la cabeza que [McCain] fuera a vacilar durante un enfrentamiento, o a dudar en tomar represalias contra cualquier enemigo lo suficientemente audaz como para volver a tratar de mutilar a Estados Unidos por medio del terror".
Desde luego, McCain nunca ha sido un mero seguidista de la agenda del movimiento conservador, pero ingresó en la vida pública como "un soldado de a pie de la Revolución de Reagan", según sus propias palabras, y en líneas generales su trayectoria ha sido la de un conservador vigoroso y comprometido con la causa. Así, es un firme partidario del control del gasto, y un enemigo declarado del chanchullismo electoralista. Nunca ha votado a favor de una subida de impuestos, y quiere hacer permanentes los recortes fiscales de Bush por la mejor de las razones: "Han funcionado". Es un gran defensor del libre comercio y de la libertad de elección en el ámbito de la educación, así como un decidido partidario del derecho a la vida del feto y de la Segunda Enmienda de la Constitución (que sanciona el derecho a portar armas). Rechaza el matrimonio homosexual, y quiere someter a estricto control las prestaciones sociales y que se expandan los planes personales de retiro.
Estamos ante un personaje cuyo conservadurismo debe más al instinto que al intelecto y que, repito, en no pocas e importantes ocasiones se ha apartado de la ortodoxia republicana. Pero, con todo y con eso, sus índices de popularidad entre los grupos conservadores de referencia siempre han sido altos. "Pese a sus defectos –hemos podido leer en la muy influyente National Review, que en estas primarias ha estado apoyando al ya retirado Romney–, McCain tiene un historial conservador más consistente que Giuliani o Romney (...) He ahí uno de los grandes puntos fuertes de su candidatura".
Como conservador de toda la vida, me gustaría que McCain mostrase una mayor comprensión del hecho de que el Gobierno Limitado es una condición indispensable para el desarrollo de la libertad individual. Que fuera más escéptico con el ecologismo políticamente correcto. Que no tuviera tanta afición a las regulaciones. Ahora bien, no hay un solo aspirante a la Casa Blanca, en ningún partido, que encarne mejor que él los valores de honor y tradición, ni con mayor autoridad moral que él para invocarlos.
McCain irradia integridad y firmeza, y si sus posiciones heterodoxas mueven a veces a la furia, también son pruebas de su resolución. Una y otra vez ha adoptado una posición impopular, y se ha mantenido fiel a ella incluso a riesgo de echar a perder su carrera, en vez de hacer lo más fácil: alinearse discretamente con la mayoría.
McCain no es el perfecto conservador. Pero es valiente y constante, tiene carácter y se pone el listón muy alto. Y es un verdadero héroe. Si "la casa que construyó" Reagan quiere seguir siendo fiel a sus mejores y más altos ideales, el agruparse en torno a McCain no sería, desde luego, una de sus peores ocurrencias.
JEFF JACOBY, columnista del Boston Globe.