Pero en esta circunstancia en particular, la de la lucha del Estado de Israel contra el grupo terrorista Hamás, sí es posible acallar las armas y emprender negociaciones. Una vez delineado el objetivo, esto es, que se interrumpa el fuego y se abran negociaciones, debemos ponderar cómo alcanzarlo.
Nuestra posición, la de los intelectuales interesados en resolver el conflicto, es marginal. Nuestras opiniones apenas si impactan en la opinión pública, y aun menos en el campo de batalla. Es cierto que las balas no pueden matar las ideas, pero las ideas por sí mismas tampoco detienen las balas. Pero que impacten poco y menos no significa que sean inútiles. Lo poco que podamos hacer, debemos hacerlo.
Pasemos, entonces, al punto crítico: ¿de qué modo podemos los intelectuales contribuir, en nuestra marginal participación, a detener esta batalla?
Necesito, para explicarlo, delinear sucintamente el contexto del conflicto. Casi no hay duda, en los medios periodísticos, de que esta batalla la comenzó Hamás. Lo que se le cuestiona a Israel no es su posición autodefensiva, sino la desproporcionalidad de su respuesta. Dejo para otro párrafo la proporción o no de la respuesta israelí, y reafirmo, entonces, que los primeros disparos de esta batalla los realizó el grupo terrorista Hamás.
Pasemos, entonces, al punto crítico: ¿de qué modo podemos los intelectuales contribuir, en nuestra marginal participación, a detener esta batalla?
Necesito, para explicarlo, delinear sucintamente el contexto del conflicto. Casi no hay duda, en los medios periodísticos, de que esta batalla la comenzó Hamás. Lo que se le cuestiona a Israel no es su posición autodefensiva, sino la desproporcionalidad de su respuesta. Dejo para otro párrafo la proporción o no de la respuesta israelí, y reafirmo, entonces, que los primeros disparos de esta batalla los realizó el grupo terrorista Hamás.
Dos posiciones hostiles a Israel me sirven como prueba para esta aseveración. El profesor de Derecho Internacional de la Universidad de Princeton Richard Falk, en un artículo publicado por el diario Clarín el pasado día 7, titulado "No culpar por todo a Hamás", escribía:
Durante 18 meses, Gaza soportó un penoso bloqueo impuesto por Israel. Una luz de esperanza surgió hace seis meses cuando una tregua concertada por Egipto trajo como resultado un eficaz cese del fuego que redujo las bajas israelíes a cero a pesar de los periódicos disparos de cohetes palestinos.
El párrafo es curioso: en él coinciden dos frases que se contradicen: "eficaz cese del fuego" y "periódicos disparos de cohetes palestinos". O bien se produjo un "eficaz cese del fuego", o bien los terroristas palestinos continuaron disparando cohetes contra la población civil israelí; pero los dos sucesos no pueden coincidir en un mismo espacio de tiempo, ni en un mismo párrafo que respete la racionalidad. A no ser que Falk crea que un cese de fuego es eficaz sólo cuando Israel es atacado y no responde.
El otro párrafo, conceptualmente similar, fue publicado, también en Clarín, el día 9; formaba parte de un artículo firmado por el profesor palestino Rashid Khalidi, que imparte Estudios Árabes en la Universidad de Columbia, y titulado "Ciertas verdades sobre Gaza":
El otro párrafo, conceptualmente similar, fue publicado, también en Clarín, el día 9; formaba parte de un artículo firmado por el profesor palestino Rashid Khalidi, que imparte Estudios Árabes en la Universidad de Columbia, y titulado "Ciertas verdades sobre Gaza":
Levantar el bloqueo, junto con un cese del fuego de cohetes, fue una de las condiciones del cese del fuego de junio. Este acuerdo condujo a una reducción de los cohetes disparados desde Gaza. El cese del fuego se quebró cuando las fuerzas israelíes lanzaron ataques aéreos y terrestres a principios de noviembre.
Khalidi nos está diciendo que el acuerdo condujo a "una reducción de los cohetes disparados desde Gaza", no a la eliminación de los mismos. Es decir, con todas las letras: se siguió disparando contra la población civil israelí. No obstante, desafiando la lógica, al igual que Falk, Khalidi sigue como si no hubiera dicho lo anterior: "El cese del fuego se quebró cuando los israelíes lanzaron ataques aéreos y terrestres (...)". Creo que queda claro que tanto Khalidi como Falk sólo consideran roto el cese del fuego cuando Israel responde. Cuando los terroristas palestinos disparan se nos sugiere que lo consideremos, de todos modos, una tregua.
Partamos, pues, de la base: Israel está respondiendo al fuego enemigo. Aquí viene, entonces, la pregunta, ésta sí racional, acerca de si la respuesta israelí es proporcionada o no. Diversas evidencias demuestran que Hamás utiliza a sus civiles como escudos humanos (niños incluidos: los adoctrina y provee de armas y cinturones kamikaze desde la edad escolar), y que se sirve de sus propias mezquitas como centros de acumulación de armas. En una noticia publicada por el diario La Nación el día 5, titulada "Los túneles de Gaza, una trampa", se nos informaba de dos datos fundamentales: 1) el ejército israelí deberá hacer frente a un verdadero ejército de hombres bajo tierra que tiene a su disposición una eficaz red de túneles. 2) "Los miembros de Hamás recibieron órdenes de cambiar sus uniformes por ropas de civiles y mantener sus armas ocultas entre la ropa".
Esta valiosa información –originalmente publicada en el Sunday Times por dos periodistas presentes en la zona, Marie Colvin y Uzi Mahnaimi– nos permite detenernos en dos datos fundamentales: 1) Hamás intenta deliberadamente confundir a sus combatientes con la población civil; 2) Hamás sí posee la capacidad para proteger a sus civiles de los bombardeos israelíes, pero sólo protege a sus hombres armados, y deja los civiles a la intemperie. O sea, que Hamás lanza misiles contra la población civil israelí, y cuando Israel, que protege a sus civiles en refugios subterráneos, responde, los islamistas dejan a sus civiles a la intemperie y esconden a sus combatientes. No hablamos de uno o dos túneles, sino de toda una red capaz de proteger a un verdadero "ejército de hombres escondidos bajo tierra".
Siendo Hamás la autoridad máxima en la Franja de Gaza, su accionar nos deja una conclusión ineludible: apuesta a que muera el mayor número de civiles, ya sean palestinos o israelíes. Si a esto le sumamos que se halla subvencionada y protegida por Irán y Siria, y que Israel es el único Estado democrático de la región –con las disensiones internas que esto genera–, así como la disparidad demográfica y territorial entre Israel y el conjunto de sus enemigos concretos, no creo que la respuesta israelí sea desproporcionada. Pero comprendo que pueda haber discusiones al respecto; y también creo que, si realmente queremos detener esta batalla, es más importante lograr el alto el fuego que dirimir esta cuestión.
Si estamos de acuerdo en que el grupo terrorista Hamás inició las hostilidades, y en que Israel, sin detenernos a discutir la magnitud de la respuesta, respondió en defensa propia, el llamado de los intelectuales para detener esta batalla debe pasar por pedir a Hamás que cese de disparar misiles. Debemos protestar contra Hamás y reclamarle que declare que a partir de ahora resolverá todos sus desacuerdos con Israel por la vía diplomática.
Lo que se estaba discutiendo antes de esta nueva batalla no era la legitimidad de un Estado palestino: hace ya más de ocho años que los gobiernos israelíes reconocen la necesidad de la creación de un Estado palestino en Gaza y Cisjordania. Tampoco se discutía la legitimidad del triunfo democrático de Hamás: si Hamás hubiera reconocido a Israel, Israel hubiera aceptado el gobierno de Hamás.
Incidentalmente, otro de los absurdos que se han pergeñado desde el triunfo democrático y popular de Hamás es que Israel debe aceptar ser destruido si un pueblo vecino vota en elecciones libres y democráticas a un Gobierno cuya plataforma incluye, precisamente, su destrucción. Las elecciones de un pueblo no legitiman la voluntad de destruir al vecino; al menos no se puede pedir éste que acepte esas elecciones como factor legitimador de su propia destrucción.
Lo que sí se discutía desde el triunfo de Hamás, y hasta estos horribles diciembre y enero, era la violencia terrorista de Hamás y la seguridad de los civiles israelíes. Si los intelectuales queremos realmente detener esta batalla debemos, ya mismo, expresarnos por todos los medios, convocar a todas las personas de buena voluntad y distribuir por todos los métodos pacíficos nuestro reclamo a Hamás para que cese de forma inmediata y permanente sus disparos y atentados contra Israel y declare que continuará todas sus reclamaciones por la vía diplomática. Esta definición dejará sin efecto su funcionamiento como grupo terrorista y pondrá fin inmediatamente a los enfrentamientos.
Mahmud Abbás y buena parte de los dirigentes palestinos de Cisjordania parecen estar listos para comenzar el tránsito pacífico hacia la solución más perdurable a este horrible conflicto: un Estado palestino en convivencia pacífica con Israel. Reclamar a Hamás que renuncie al terrorismo y se sume a la vía diplomática es la verdadera acción pacifista de la hora.
Partamos, pues, de la base: Israel está respondiendo al fuego enemigo. Aquí viene, entonces, la pregunta, ésta sí racional, acerca de si la respuesta israelí es proporcionada o no. Diversas evidencias demuestran que Hamás utiliza a sus civiles como escudos humanos (niños incluidos: los adoctrina y provee de armas y cinturones kamikaze desde la edad escolar), y que se sirve de sus propias mezquitas como centros de acumulación de armas. En una noticia publicada por el diario La Nación el día 5, titulada "Los túneles de Gaza, una trampa", se nos informaba de dos datos fundamentales: 1) el ejército israelí deberá hacer frente a un verdadero ejército de hombres bajo tierra que tiene a su disposición una eficaz red de túneles. 2) "Los miembros de Hamás recibieron órdenes de cambiar sus uniformes por ropas de civiles y mantener sus armas ocultas entre la ropa".
Esta valiosa información –originalmente publicada en el Sunday Times por dos periodistas presentes en la zona, Marie Colvin y Uzi Mahnaimi– nos permite detenernos en dos datos fundamentales: 1) Hamás intenta deliberadamente confundir a sus combatientes con la población civil; 2) Hamás sí posee la capacidad para proteger a sus civiles de los bombardeos israelíes, pero sólo protege a sus hombres armados, y deja los civiles a la intemperie. O sea, que Hamás lanza misiles contra la población civil israelí, y cuando Israel, que protege a sus civiles en refugios subterráneos, responde, los islamistas dejan a sus civiles a la intemperie y esconden a sus combatientes. No hablamos de uno o dos túneles, sino de toda una red capaz de proteger a un verdadero "ejército de hombres escondidos bajo tierra".
Siendo Hamás la autoridad máxima en la Franja de Gaza, su accionar nos deja una conclusión ineludible: apuesta a que muera el mayor número de civiles, ya sean palestinos o israelíes. Si a esto le sumamos que se halla subvencionada y protegida por Irán y Siria, y que Israel es el único Estado democrático de la región –con las disensiones internas que esto genera–, así como la disparidad demográfica y territorial entre Israel y el conjunto de sus enemigos concretos, no creo que la respuesta israelí sea desproporcionada. Pero comprendo que pueda haber discusiones al respecto; y también creo que, si realmente queremos detener esta batalla, es más importante lograr el alto el fuego que dirimir esta cuestión.
Si estamos de acuerdo en que el grupo terrorista Hamás inició las hostilidades, y en que Israel, sin detenernos a discutir la magnitud de la respuesta, respondió en defensa propia, el llamado de los intelectuales para detener esta batalla debe pasar por pedir a Hamás que cese de disparar misiles. Debemos protestar contra Hamás y reclamarle que declare que a partir de ahora resolverá todos sus desacuerdos con Israel por la vía diplomática.
Lo que se estaba discutiendo antes de esta nueva batalla no era la legitimidad de un Estado palestino: hace ya más de ocho años que los gobiernos israelíes reconocen la necesidad de la creación de un Estado palestino en Gaza y Cisjordania. Tampoco se discutía la legitimidad del triunfo democrático de Hamás: si Hamás hubiera reconocido a Israel, Israel hubiera aceptado el gobierno de Hamás.
Incidentalmente, otro de los absurdos que se han pergeñado desde el triunfo democrático y popular de Hamás es que Israel debe aceptar ser destruido si un pueblo vecino vota en elecciones libres y democráticas a un Gobierno cuya plataforma incluye, precisamente, su destrucción. Las elecciones de un pueblo no legitiman la voluntad de destruir al vecino; al menos no se puede pedir éste que acepte esas elecciones como factor legitimador de su propia destrucción.
Lo que sí se discutía desde el triunfo de Hamás, y hasta estos horribles diciembre y enero, era la violencia terrorista de Hamás y la seguridad de los civiles israelíes. Si los intelectuales queremos realmente detener esta batalla debemos, ya mismo, expresarnos por todos los medios, convocar a todas las personas de buena voluntad y distribuir por todos los métodos pacíficos nuestro reclamo a Hamás para que cese de forma inmediata y permanente sus disparos y atentados contra Israel y declare que continuará todas sus reclamaciones por la vía diplomática. Esta definición dejará sin efecto su funcionamiento como grupo terrorista y pondrá fin inmediatamente a los enfrentamientos.
Mahmud Abbás y buena parte de los dirigentes palestinos de Cisjordania parecen estar listos para comenzar el tránsito pacífico hacia la solución más perdurable a este horrible conflicto: un Estado palestino en convivencia pacífica con Israel. Reclamar a Hamás que renuncie al terrorismo y se sume a la vía diplomática es la verdadera acción pacifista de la hora.