Ahora la causa de la nulidad de los acuerdos tripartitos con que el último Gobierno del dictador Franco entregó el Sáhara a sus enemigos suena lejana, y algunos dirigentes socialistas incluso se atreven a despachar la cuestión atribuyendo el conflicto a las nostalgias de los militares del régimen franquista.
Se olvidan, o pretenden que la opinión pública se olvide, de que en 1982 el Frente Polisario no hacía más que reclamar el cumplimiento de una de las grandes promesas electorales de Felipe González, y de que el PSOE y las demás fuerzas que se oponían a la UCD habían señalado la invalidación oficial de los acuerdos de Madrid como una de las certificaciones del triunfo de la transición democrática sobre la amenaza involucionista de los residuos del franquismo.
Las promesas de González
“Hemos querido estar aquí para demostraros, con nuestra presencia, nuestra repulsa y nuestra reprobación por el acuerdo de Madrid de 1975”, dijo Felipe González a los saharauis en su visita a los campamentos de refugiados en Tinduf (sur de Argelia) el 14 de noviembre de 1976, aniversario de la firma de los vergonzosos acuerdos. “Nuestro partido está convencido de que el Frente Polisario es el guía recto hacia la victoria final del pueblo saharaui. Y está convencido también de que vuestra república democrática se consolidará sobre vuestro pueblo y podréis volver a vuestros hogares. Sabemos que vuestra experiencia es la de haber recibido muchas promesas nunca cumplidas: yo quiero, por consiguiente, no prometeros algo, sino comprometerme con la Historia: nuestro partido estará con vosotros hasta la victoria final”, añadió González en ese acto solemne, en el que le acompañaban Luis Fajardo, Emilio Menéndez del Valle y Enrique Ballester.
Ese día el PSOE y el Frente Polisario emitieron un comunicado conjunto donde reiteraban su condena del Acuerdo de Madrid, declarándolo nulo de pleno derecho, y denunciaban la guerra de conquista, rapiña y exterminio impuesta al pueblo saharaui por sus ocupantes.
Las promesas socialistas a los saharauis se multiplicaron. El 5 de diciembre de 1976 el XXVII Congreso del PSOE adoptó una resolución sobre política internacional en la que se decía: “Ante la situación planteada en el Sáhara Occidental por el abandono del régimen franquista de las obligaciones que le correspondían como potencia administradora en el proceso de descolonización de este territorio, el PSOE manifiesta su profundo rechazo del acuerdo tripartito de Madrid (…)”. Y el 8 de septiembre de 1977 el secretario general del PSOE, Felipe González, y el secretario general adjunto del Frente Polisario, Bachir Mustafá Sayed, hicieron público un comunicado conjunto en el que declararon que España, como potencia administradora, no podrá extinguir sus responsabilidades mientras el pueblo saharaui no haya obtenido el efectivo ejercicio de su autodeterminación e independencia.
Felipe González siguió siendo el protagonista, hasta pocos días antes de su primer triunfo electoral, de actos y manifestaciones que lograban aglutinar a ONG y partidos políticos del amplio espectro de la oposición que consideraban la defensa de la causa saharaui como uno de los distintivos del progresismo frente a la España rancia y siniestra de la dictadura. Su partido tachó de cortina de humo iniciativas como la que el 16 de agosto de 1979 lanzó el entonces encargado de Relaciones Exteriores de UCD, Javier Rupérez, al firmar en Tinduf un acuerdo con el Frente Polisario por el que se reconocía a éste, a nivel de partido, como único y legítimo representante del pueblo saharaui en lucha.
Marruecos respondió entonces, entre otras acciones, con la reivindicación en la prensa de Ceuta y Melilla y la aparición de un frente patriótico que, en febrero de 1979, colocó algunas bombas en las dos ciudades. Pero al PSOE no le parecía entonces concebible que la tranquilidad de los españoles tuviese que tener como contrapartida el sacrificio de los derechos del pueblo saharaui y siguió firme en sus exigencias de que la reparación histórica de los sucesores del franquismo debía ir más allá, no sólo en el asunto de los acuerdos (aunque fuese una necesidad más simbólica que real, pues habían sido papel mojado desde su firma) sino en el capítulo de las relaciones diplomáticas, donde exigía el reconocimiento diplomático de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD).
Sin embargo, en los más de diez años de Gobierno socialista que siguieron a la advertencia de Morán ni hubo ilegalización de los acuerdos, ni reconocimiento de la RASD ni gestos que hiciesen temer a Marruecos un enérgico y efectivo apoyo español al Polisario en la ONU. Por el contrario, tras la visita con que en marzo de 1983 González inauguró esa costumbre de que el primer viaje de un mandatario español sea a Marruecos y no, por ejemplo, a un país de Latinoamérica, todo fue el unísono: a medida que aumentaban las ventas de armas a Marruecos se perdía interés en las redacciones de la prensa progresista por el conflicto saharaui (las de la derecha hacía tiempo que estaban alineadas con los lobbies promarroquíes), y, sobre todo, se dejó de aludir a la condición de potencia administradora que la ONU sigue reconociendo a España sobre el Sáhara.
Los pro-saharauis, "peligrosos irresponsables"
Y quienes en política, derecho o medios de comunicación no se adaptaban al viraje pasaban a engrosar el pelotón de los que eran descalificados como “pobres ingenuos”, cuyo “idealismo romántico” les incapacitaba para la comprensión de los imperativos de la política real. Si los desdichados persistían en su empeño, especialmente los profesionales de la prensa, se convertían en “peligrosos irresponsables”, puesto que –como intentaban explicar en tono pedagógico algunos insignes diplomáticos– cada vez que se informa en los medios españoles de los abusos del majzén o de las dificultades que la ONU enfrenta para aplicar el derecho internacional en el Sáhara “una empresa española sale de Marruecos”; o, peor aún, “se pone en serio peligro la andadura de las relaciones hispano-marroquíes”.
A medida que el Sáhara se desvanecía en los medios los actos a favor del referéndum de autodeterminación se despoblaban; por fin triunfaba la justificación suprema del silencio mediático: “El conflicto saharaui ya no interesa a la opinión pública española”.
La metamorfosis socialista a favor de una “amistad” incondicional con los dirigentes de Marruecos no fue ajena a las presiones de los lobbies promarroquíes con que, desde los tiempos de Franco, los sultanes han hecho valer sus intereses en España. Pero también fue fruto de un sincero esfuerzo por ganarse un lugar en la alianza con Francia, para la que siempre ha sido un asunto de Estado convencer al mundo de que privar a Marruecos de la anexión del Sáhara asestaría un golpe mortal a la estabilidad del sultán, lo que, inevitablemente, arrastraría al caos a todo el Magreb.
Muchos dirigentes socialistas hicieron suya esta tesis con el fervor con que el discípulo sigue al gurú en que confía para erradicar el mal del imperialismo, que en su universo es monopolio exclusivo de EEUU. Algunos de sus funcionarios fueron en su entusiasmo mucho más allá de la neutralidad en la ONU, con gestos de entrega apasionada como el del topo de Asuntos Exteriores que, en la época en que Jorge Dezcallar era director general de África y Miguel Ángel Moratinos subdirector en el mismo del área del Magreb, filtró a Marruecos documentos confidenciales que contenían datos relativos al Frente Polisario (ver El País del 20 de junio de 1990).
Aznar apoya la autodeterminación del Sáhara... y Marruecos invade Perejil
Al electorado socialista solidario con los saharauis le está costando asimilar que, paradójicamente, haya sido el último mandato del PP de José María Aznar el que realmente impuso un cambio en esta cuestión, con un apoyo firme en la ONU a favor del referéndum de autodeterminación del Sáhara, lo cual le costó la represalia marroquí en Perejil.
A ello ha contribuido el propio José María Aznar, al obviar explicar a la opinión pública las dificultades que entraña para España desarrollar una política independiente en el Magreb, ya fuese en un vano intento por intentar disimular ante Marruecos su giro y evitar problemas con el sultán o por el talante personalista de sus opciones políticas frente a la inercia que todavía arrastra entre sus compañeros del PP la mancha que dejó la participación de algunos de sus padres en el chanchullo de los acuerdos tripartitos.
Gracias al nuevo talante de Moratinos muchos simpatizantes de la causa saharaui que en la guerra de Irak se identificaban con el grito de “yo quiero ser francés” ya no ven el mundo exclusivamente desde la perspectiva de la confrontación ideológica que simplifica las relaciones internacionales en una lucha entre el bien (Francia) y el mal (EE UU). Los tiempos son favorables a este cambio, y conflictos como el de Costa de Marfil delatan los burdos métodos con que Francia también ejerce un imperialismo que mata a inocentes y utiliza el derecho internacional a la medida de sus intereses.
© GEES