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ELECCIONES EN JAPÓN

El último samurái

Junichiro Koizumi ha obtenido una histórica victoria en las elecciones de ayer. Su victoria trasciende la política japonesa y se convertirá en un referente para líderes de otras democracias. Koizumi no sólo pasará a la historia por ser uno de los primeros ministros que más tiempo han permanecido en el cargo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, también por haber impulsado una serie de reformas económicas y sociales para sacar el país de una larga recesión económica y, sobre todo, por haber buscado la legitimación de estas reformas en la ciudadanía.

Junichiro Koizumi ha obtenido una histórica victoria en las elecciones de ayer. Su victoria trasciende la política japonesa y se convertirá en un referente para líderes de otras democracias. Koizumi no sólo pasará a la historia por ser uno de los primeros ministros que más tiempo han permanecido en el cargo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, también por haber impulsado una serie de reformas económicas y sociales para sacar el país de una larga recesión económica y, sobre todo, por haber buscado la legitimación de estas reformas en la ciudadanía.
El primer ministro de Japón, Junichiro Koizumi.
No es una simple victoria electoral. Se trata de una apuesta personal fundamentada en las convicciones que Koizumi, a pesar de las malas perspectivas iniciales, ha ganado, y de forma sobresaliente. Tras tres semanas de campaña frenética, y rodeada de todo tipo de excentricidades sólo posibles en Japón, las elecciones han arrojado un resultado claro: con una participación histórica, el Partido Liberal Democrático (LDP) se ha impuesto a su rival, el Partido Democrático (DP), y ha obtenido 296 diputados en un parlamento de 480, con lo que ha incrementado su anterior mayoría, que pasa a ser absoluta.
 
La historia que rodea estos comicios nos recuerda a los dramas del Japón tradicional, con la traición, el honor y el duelo final como ingredientes. El pasado 8 de agosto el Senado japonés votó en contra del proyecto del primer ministro para privatizar el organismo público de correos. Los 37 senadores del LDP –los llamados "rebeldes"– que votaron en contra lo habían avisado. Se alinearían con la oposición del DP si persistía el deseo del jefe del Gobierno de privatizar Correos. Koizumi también había sido claro: si se rompía la disciplina de voto lo consideraría una traición, y estaba dispuesto a convocar unas elecciones generales para la Cámara Baja, aunque ello significara su particular harakiri –por lo que, aun derrotado, mantendría su honor.
 
En efecto, pudo optar por retirar su propuesta, pero, fiel a la tradición según la cual un samurái nunca huye, con un enorme valor político aceptó el duelo y lanzó su particular órdago: expulsó a los miembros "traidores" del partido y aceptó perder la mayoría parlamentaria (lo que derivaba forzosamente en la convocatoria de elecciones legislativas), y sustituyó a los diputados díscolos por leales candidatos especialmente seleccionados, polémicamente bautizados por la prensa como "los asesinos" (ya que su tarea era vencer a los "rebeldes" en sus circunscripciones electorales). Finalmente, con todos los sondeos iniciales en su contra, concurrió a los comicios; y, como un buen luchador de sumo, no sólo no ha conseguido que no le muevan de su sitio, sino que ha echado a los que intentaban acabar con su carrera política y ha salido reforzado del combate. No habrá obstáculo para la privatización de Correos ni para futuras reformas liberalizadoras de la economía.
 
Desde los años 80, la privatización de Japan Post ha sido una vieja aspiración de Koizumi y otros muchos liberales. Con 380.000 funcionarios empleados, además de repartir el correo en cada rincón del país, esta institución gestiona a través de su red de 24.700 oficinas más de 4 billones de euros en depósitos bancarios, planes de pensiones y seguros. Hasta ahora los enormes ahorros depositados en Japan Post habían servido para financiar la deuda pública, o para préstamos a fondo perdido a empresas estatales.
 
El plan de privatización incluye la segregación del ente por actividades y la creación de cuatro empresas: una aseguradora, un banco, una empresa de reparto de envíos y una cadena de tiendas de conveniencia. Significaría dar a luz el mayor banco del mundo y una de las mayores aseguradoras de Japón. Según todos los economistas, la medida dinamizaría la economía nacional, ya que permitiría asignar los recursos financieros de una forma mucho más eficiente y mejoraría la financiación de empresas y bancos en Japón. Los críticos de la privatización argumentan que se perderían empleos y que el servicio empeoraría en áreas rurales donde la actividad no es rentable.
 
Pero en estas elecciones se decidía mucho más que una privatización. Era una lucha entre dos concepciones distintas; como afirmó el ministro de Economía, Takenaka, se trataba de elegir entre "el nuevo y el viejo Japón". Con este resultado se ha premiado el estilo abierto de liderazgo y la ruptura de Koizumi con la tradición política del país, por la que el primer ministro decidía todo y tenía garantizada la confianza de los ciudadanos y cualquier decisión se veía obstaculizada por una interminable sucesión de barreras burocráticas y legales.
 
Obteniendo un apoyo popular a las medidas rechazadas por el parlamento, Koizumi ha dejado en evidencia a una clase política, al viejo Japón. Los ciudadanos también se han decantado por la responsabilidad y la sensatez de tener una política de alianza permanente con EEUU frente a la demagógica actitud del Partido Demócrata, que pedía retirar las tropas de Irak y alejarse políticamente de Washington, privilegiando una alianza a largo plazo con China. El primer ministro lo dijo siempre: "Tengo las ideas muy claras respecto a dónde quiero que Japón esté en el mundo".
 
Y es que las fuertes convicciones son algo que siempre ha caracterizado a este político. Cuando llegó al poder, Koizumi, de 59 años, recibió el apodo de "Lionheart" por su característico peinado y su forma clara y directa de hablar. Se esperaba de él poco más que lo visto anteriormente en Japón: burócratas sin carisma que, desde la recesión de finales de los 80, no aplicaban reformas ni soluciones y que seguían aquella máxima de cambiar las cosas muy poquito para que todo siga igual. Sin embargo, Koizumi fue desde el principio muy diferente al político tradicional japonés. En sus discursos la palabra kaikaku, reforma, era la más repetida. Su eslogan era claro: "No hay crecimiento sin reformas". Si Japón quería salir de la crisis, había muchas cosas que cambiar.
 
Desde el primer momento mostró una cercanía sin precedentes con el pueblo, y se acercó a él para explicarle toda su política en un lenguaje claro y directo. Su página web ha sido objeto de estudio en escuelas de política de todo el mundo. Recibía millones de visitas cada semana, y en ella se describía cada decisión política, desde las reformas económicas hasta su apoyo sin fisuras a EEUU en la guerra contra el terrorismo. De hecho, la carta mensual por e-mail es recibida por más de 20 millones de ciudadanos, a los que, tuteándolos, les justifica cada reforma, cada subvención que elimina, y les habla de sus motivaciones y convicciones personales.
 
Su último número es todo un ejemplo, ya que explica las virtudes de la  privatización de Japan Post y los beneficios para el ciudadano. Inaudito en otras democracias, donde la obsesión por el servicio público impide cualquier debate bajo el riesgo de poner en peligro el llamado "Estado del Bienestar".
 
Paradójicamente, Japón, una joven democracia, y su primer ministro pueden convertirse en ejemplo para muchos países y líderes occidentales. Koizumi ha sido capaz de afrontar los problemas de la sociedad japonesa sin esa demagogia o ese discurso de lo políticamente correcto que padecemos en Europa. Fue claro y tajante cuando afirmó, en directo, ante las cámaras de televisión: "Creo que [en el servicio postal] hay demasiados funcionarios y que se debe dejar al sector privado lo que pueda ser realizado [por éste] de forma más eficiente"; o cuando, a pesar de las críticas en muchos ámbitos sobre la intervención en Irak, dijo en una rueda de prensa que lo mejor para Japón era estar del lado de EEUU.
 
Aquellos que buscan soluciones a la llamada "crisis europea" –o sea, los políticos que desde su atalaya parlamentaria desprecian las verdaderas preocupaciones de la sociedad y se fijan más en consolidar privilegios adquiridos que en escuchar a los ciudadanos– harían bien en mirar esta vez a Japón. Koizumi, a pesar de las pesimistas encuestas y de los malos augurios, no dudó en buscar el apoyo popular frente a los políticos que se lo negaban porque él creía en lo que hacía. "Las reformas se llevarán a cabo o no seré primer ministro", afirmó, y buscó en las urnas el apoyo que en su partido le negaban. El pueblo japonés ha aplaudido esa determinación para seguir adelante con las reformas dándole un amplísimo respaldo que afianza su liderazgo y pone en entredicho a toda una clase política
 
Koizumi se ha consagrado como una figura sobresaliente en el Japón de posguerra. Ha demostrado hasta qué punto las democracias precisan no sólo líderes comprometidos y dispuestos a asumir decisiones difíciles e impopulares en aras de un interés general, también necesitan mandatarios que sean capaces de trasladar con claridad sus mensajes a la opinión pública y de explicar al ciudadano lo que está en juego. Es otra reforma más que añadir al legado que dejará: ha cambiado las expectativas que los ciudadanos japoneses tendrán de sus políticos. Se les exigirá transparencia, cercanía y compromiso; y aquellos ya no podrán escudarse en partidos monolíticos y alejados del ciudadano.
 
La reforma postal es sólo una más de entre tantas otras llevadas a cabo, pero, sin duda alguna, marcará un antes y un después en la concepción de la política en Japón, ya que, como afirmó en otra época Musashi, el más famoso samurái, "primero son los principios y el honor, luego el señor y el clan", o sea, el partido político.
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