Menú
ISRAEL

El triunfo de la moderación

Los resultados de las elecciones israelíes del 28 de marzo resultan auspiciosos para los partidarios de la democracia. Una vez más, Israel, la única democracia del Medio Oriente, ha dado prueba de su resilencia y voluntad de paz.

Los resultados de las elecciones israelíes del 28 de marzo resultan auspiciosos para los partidarios de la democracia. Una vez más, Israel, la única democracia del Medio Oriente, ha dado prueba de su resilencia y voluntad de paz.
El primer ministro en funciones y líder de Kadima, Ehud Olmert.
En contraste con el electorado palestino, que ha llevado al Gobierno a la organización fundamentalista islámica Hamas, partidaria de la yihad, de la represión mortal contra las mujeres y los disidentes de todo tipo y, por supuesto, del exterminio de los judíos, el electorado israelí no sólo ha votado al partido Kadima, que apoyó la retirada de Gaza y propone nuevas retiradas a fin de dividir la tierra en un Estado palestino y un Estado judío, sino que el segundo lugar ha sido para el laborismo de Amir Peretz, aún más concesivo que el triunfante Kadima en lo que hace a la respuesta a la amenaza de los factores de poder árabes y palestinos. Sumados, ambos partidos superan el 50% de los votos. El gran perdidoso ha sido el Likud de Bibi Netanyahu.
 
Siento cierta simpatía, estrictamente polìtica, por el candidato derrotado, debido a dos razones; una indiscutible: desde la firma del tratado de Oslo, la primera magistratura de Benjamín Netanyahu fue el período con menos atentados del fundamentalismo islámico, gracias a la política de seguridad del por entonces premier; y la segunda: sus políticas liberales durante su tenida como ministro de Finanzas del Gobierno de Ariel Sharon resultaron, a mi entender, un soplo de aire fresco para la economía israelí.
 
Pero en esta coyuntura precisa yo prefería el triunfo de Kadima, y, tal como ha ocurrido, seguido del laborismo. ¿Por qué?
 
Considero que el gran desafío que enfrentan los israelíes desde Oslo y su inmediato fracaso en cuanto a la pacificación de la parte palestina es el consenso interno. No puede ser que en cada elección israelí, en cada acto de gobierno, en cada debate público, lo que se discutan sean las fronteras del país. No hay armamento, adiestramiento ni empatía que permita buscar la seguridad en un contexto en el que medio país cree que las fronteras deben llegar hasta tal punto y el otro medio hasta otro. Las fronteras del país deben ser el resultado de un consenso nacional casi tan rígido como la decisión de que se trate de un Estado democrático y judío.
 
Es cierto que, aun manteniendo estos tres consensos, nadie puede determinar qué hará el enemigo. Ni los terroristas palestinos ni los nazis iraníes actúan según la lógica del interés por la vida. En ocasiones prefieren la muerte a la vida, en ocasiones prefieren el dinero a la vida, en ocasiones prefieren huríes vírgenes en el otro mundo antes que una mujer en éste, de modo que sus respuestas estratégicas no es algo que podamos adivinar. Pero sí pueden los israelíes actuar según su buen entender y, al menos, contar con la certeza de que no han optado por un camino autodestructivo. No es mucho más lo que puede hacer un hombre en este mundo desdichado: saber que tomó la decisión menos mala, por su propia voluntad y bajo su propia responsabilidad.
 
No hay grandes distancias entre las fronteras que ha planteado históricamente el laborismo y las que plantea hoy el actuante primer ministro, Ehud Olmert, y eso es una buena noticia para la democracia israelí.
 
Que se arranquen los cuernos por la economía, que discutan eternamente sobre educación y salud, pero no sobre las fronteras. De cara a un enemigo irredento, las fronteras de un país deben ser un dogma consensuado.
 
Como decíamos, no sólo no hay grandes distancias entre el planteo laborista clásico y el actual de Olmert, sino que, a diferencia del tándem de Oslo: Rabin-Peres, y de todos sus antecesores laboristas, Sharon y Olmert sí aceptaron la existencia de un Estado palestino en el mismo territorio en el que el laborismo, al menos hasta el ascenso al poder de Ehud Barak, nunca terminaba de exponer con claridad una propuesta: autonomía, benelux, confederación. El consenso israelí ahora es claro: fronteras seguras y Estado palestino.
 
No debemos hacernos esperanzas en cuanto a la respuesta de la contraparte. Pero sí nos es permitido albergar la esperanza de que Israel alcance muy pronto un plan concreto de partición de la tierra y, a partir de ahí, se sienta con las manos libres para defenderse, de Estado a Estado, ya sin las constricciones del trato diario con población civil, contra el enemigo.
 
 
Marcelo Birmajer, coautor de En defensa de Israel.
0
comentarios