Desde 1999 hasta 2006, Morales viajó por lo menos un centenar de veces a Caracas para recibir instrucciones directas de su jefe, quien todavía no era visible para la mayoría de los bolivianos. Chávez apareció en el escenario cuando Morales ya tenía el control del poder; de lo contrario, muchos no hubiesen votado por éste. Fue el mayor engaño al pueblo. Habiendo logrado su objetivo, todas las demás son mentiras de miniatura.
De las falsedades que pregona el presidente boliviano, algunas son copia de las que coreaba la mentirosa Menchú para concitar la atención e inspirar lástima. Morales, como la guatemalteca, dijo que los blancos cortaban las manos y quemaban los ojos a los indios para que no pudieran aprender a leer o escribir. Como si los nativos hubiesen sabido de esas artes. Los naturales andinos conocieron por primera vez la escritura cuando llegaron los españoles.
La educación en Bolivia es obligatoria y gratuita. Existen escuelas en todo el país, pero aquel vil embuste sirvió para importar miles de cubanos con el aparente propósito de "alfabetizar" a los campesinos, que son porcentualmente una minoría de la ciudadanía, ya que la mayoría se mudó a los centros urbanos y suburbanos. Los originarios se dedican al comercio, la industria o los servicios: son muy pocos los que aún tienen la agricultura como base de su sustento económico.
Morales trata de impactar internacionalmente por medio de alusiones a un racismo que él mismo practica. Sus declaraciones ante las protestas masivas, que van creciendo en envergadura –pero que optó temporalmente por no reprimir, en procura de hacerse con una imagen mesurada para su candidatura al Nobel–, inciden en que sus opositores quieren "derrocar al indio". Jamás menciona que también hubo no indios que votaron por él. Por otro lado, elude responsabilidades sobre las violentas provocaciones y asesinatos cometidos por su Gobierno, no respeta el derecho a manifestarse libremente y avasalla brutalmente a la sociedad civil.
Se refiere a sí mismo como el "indio" amenazado. Como si los demás bolivianos no tuviesen sangre autóctona corriendo por sus venas. Como si su condición étnica fuese el móvil que alienta a la población a sublevarse. Morales no quiere admitir que el pueblo se cansó de su alevosía, de su incompetencia y de su sometimiento a intereses foráneos. Y pocos hablan de la discriminación indigenista del aimara contra quechuas, mestizos y blancos, difundida por sus ideólogos de ultraizquierda.
La unión de quechuas y blancos conforma la predominante arquitectura mestiza boliviana. Los españoles no trajeron mujeres al Nuevo Mundo durante los primeros ochenta años de conquista, y durante ese tiempo se juntaron con las mujeres quechuas, a las cuales encontraron más atractivas y accesibles. El mestizaje con las aimaras fue menor. El añejo resentimiento viene de que, durante el incario, los aimaras vivieron como esclavos de los quechuas, que a su vez eran siervos de los incas. Fue el criollo –el hombre blanco– el que los liberó de más de 300 años de absoluto sometimiento al sanguinario monarca incaico.
El Gobierno indigenista está cimentado en la calumnia repetitiva, igual que el de Chávez, pero escudarse en una discriminación infundada es una infamia canallesca. Los únicos racistas declarados son Evo Morales y sus cofrades. La segregación es frontal y pública. Ni el demente coronel –siendo zambo– se ha atrevido a tanto: y es que los venezolanos son también amalgama de muchos genes.
Esta última jugada de Morales es irritante y ofensiva no sólo para los bolivianos, sino para cualquiera. Escudar sus abusos y su ineptitud con alusiones a su linaje está más allá de lo tolerable. Si los aimaras quieren guerra racial, de seguro la van a tener; pero no habrá vencedores.
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