El mandatario indígena, que ni tiene dignidad ni tiene capacidad, sólo sabe jugar –y sólo cuando le conviene– a la injerencia extranjera. Hasta ha pedido al embajador de EEUU en Bolivia que se manifieste sobre el referéndum: pretendía involucrarle en un asunto interno para justificar cualquier maniobra que pueda estar tramando con sus socios.
Morales cree que los norteamericanos son tan necios como él, que caerán en la trampa y, así, le darán argumentos para desatar la represión y poner freno al deseo popular. Si el embajador dice que está de acuerdo con el referéndum, el Gobierno boliviano dirá que Estados Unidos está provocando la división del país; y si dice que no lo está, dirá que hasta Washington se opone y que es ilegal.
El razonamiento del caricaturesco gobernante es tan majaderamente infantil que, como todo lo que dice y hace, causa vergüenza ajena.
En los pocos días que faltan para el 4 de mayo, Morales utilizará todas las artimañas posibles para neutralizar el voto que pondrá fin a su inoperancia y despotismo. El pedante dirigente cocalero ha logrado enemistarse con prácticamente todos los sectores que componen el espectro social boliviano. Los únicos que le apoyan son sus congéneres y mantenidos. La raza es su principal herramienta de cohesión contra el resto de la población.
No existe un solo país con menos tolerancia que Bolivia, donde la media de duración de un Gobierno es de dos años. Morales es el presidente número 84 de la nación, que tiene 183 años de vida independiente. En comparación, EEUU ha tenido 43 mandatarios en 232 años. El último cuarto de siglo fue el de la excepción democrática, que puede estar llegando a su fin como consecuencia de las desquiciadas, demagógicas y fundamentalmente estúpidas medidas tomadas por el presidente campesino.
Las maquinaciones de Morales ya no son novedosas. Pero lo que viene puede ser totalmente inusitado para Latinoamérica.
En Venezuela hay un loco suelto, belicoso, armado, con poder y dinero, y su principal protegido está a punto de ser vapuleado democráticamente, tal como le sucedió a él en su último referéndum. Ahora bien, mientras que lo de Venezuela apenas tuvo consecuencias políticas menores, lo de Bolivia puede acabar teniendo una importancia fundamental.
El Oriente boliviano genera la mayor parte de los ingresos del país, y está cansado de que esos dineros vayan a parar a los bolsillos de los inútiles, los cleptómanos y los burócratas de Occidente. Evo no quiere quedarse sin el biberón, y Chávez no quiere un aliado cada día más pobre. Ya le cuesta demasiado mantener a Cuba. Si el venezolano intenta inmiscuirse en el aprieto, Brasil puede reaccionar, porque Sao Paulo depende del gas boliviano, que se encuentra, precisamente, en la región oriental. Para Brasil es más fácil, coherente, conveniente y confiable negociar con los orientales que con Morales.
Si el referéndum deriva en situaciones de violencia, la Argentina, aliada de Chávez y Morales, ya previno –durante el anterior Gobierno Kirchner– que no se quedará de brazos cruzados; como si fuera de su incumbencia. Considerando la cantidad de dinero que los Kirchner recibieron del magnate venezolano, parece que sí lo es.
Bolivia puede convertirse en un campo de batalla entre bolivianos, venezolanos, cubanos, argentinos y brasileros. La OEA ya fue comprada por Chávez, y el único que podría resolver el conflicto sería Estados Unidos, pero después de que corra la sangre…
En otro escenario, el voto autonómico podría llevar a la federalización de facto del país, lo que impediría a Morales gobernar centralistamente. Ante una poderosa mayoría opositora, su mejor opción sería renunciar, como hicieron los tres presidentes que le precedieron. Pero Morales ya anunció que prefiere la muerte antes que dejar el poder.
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