Es muy probable que Obama se acabe convirtiendo en uno de los presidentes más impuestistas de nuestra historia. Si vuelve a subir los impuestos, los consumidores tendrán menos dinero para gastar, y los creadores de empleo para contratar.
Los principales rivales Obama en esta competición de dudoso prestigio son Herbert Hoover y Franklin Delano Roosevelt: las desaforadas subidas de impuestos de éstos dificultaron enormemente la recuperación del sector privado en tiempos de la Gran Depresión.
Hoover fue responsable de dos desastrosas subidas de impuestos. La primera tuvo su origen en la campaña de las presidenciales de 1928, cuando HH aseguró que respaldaría un aumento de los aranceles a los productos agrícolas. Esto desató el frenesí de los lobbistas, que para cuando concluyeron las preceptivas audiencias en el Congreso habían evacuado 20.000 páginas de solicitudes y peticiones. En junio de 1930, Hoover firmó la ley Smoot-Hawley, que subió los impuestos a la importación a unos 25.000 productos agrícolas y manufacturados... ¡un 59% de media! La Bolsa colapsó, y más de 60 países vetaron las exportaciones estadounidenses en represalia, lo cual no hizo sino hundir aun más la economía.
Preocupado por el déficit presupuestario que había originado su abultado gasto, Hoover solicitó al Congreso que aprobara una nueva subida de impuestos, que se saldó con la formidable Ley de Ingresos de 1932. Se impusieron nuevos tributos a los automóviles, la gasolina, los neumáticos, la electricidad, los servicios telefónicos, los cheques bancarios..., y el tope máximo del impuesto sobre la renta pasó del 25 al 63%. También subió el impuesto de sociedades.
Luego de imponer a sus conciudadanos semejante carga impositiva, Hoover vio cómo la economía caía a su punto más bajo.
Franklin Delano Roosevelt subió los impuestos en 1933, 1934, 1935 y 1936. Ya de por sí, las incesantes reformas tributarias causaron una tremenda incertidumbre, que desalentó a los inversores y a los creadores de empleo a asumir riesgos. Los impuestos al alcohol prácticamente se duplicaron; también subieron los que pesaban sobre el tabaco, la gasolina y los dividendos. También se gravó a los molinos que convertían el trigo en harina, lo cual no dejaba de ser un impuesto indirecto al pan. En cuanto a las contribuciones obligatorias al seguro social, no hicieron sino mermar aún más la capacidad financiera del sector privado. Y el tipo máximo del IRPF pasó del 63 al 75%. En definitiva: durante el periodo del New Deal (1933-1940), la cantidad detraída fiscalmente al sector privado se triplicó.
Irónicamente, los programas de FDR que se suponía iban a ayudar a los pobres y a las clases medias fueron sufragados principalmente por... las clases medias y los pobres. Y es que la principal fuente de recaudación fueron los impuestos especiales sobre la cerveza, los cigarrillos, el chicle, las gaseosas y otros placeres baratos, consumidos sobre todo por las gentes más modestas. Hasta 1936, las arcas públicas norteamericanas recaudaron más por la vía de los impuestos especiales que por la del IRPF. No fue hasta 1942 –en plena Guerra Mundial– que el IRPF se convirtió en la principal fuente de recaudación federal.
Volvamos al presente. El paro sigue ahí, bien alto, pero Obama insiste con sus subas de impuestos y con arrumbar las rebajas fiscales sancionadas por Bush. Incluso parece especialmente ansioso por perjudicar a los generadores de empleo, pequeños empresarios incluidos, a los que Obama suele describir como "los ricos".
El presidente afirma que es necesario subir los impuestos para, así, poder reducir el déficit; pero, claro, el déficit no sería tan abultado si el presidente no hubiese presionado al Congreso para que aprobara la mal llamada Ley de Estímulo, que no más que cebar al obeso sector público. Por otro lado, si quiere reducir el déficit haría bien en centrarse en la creación de empleos en el sector privado, en vez de en promover el control estatal de la industria sanitaria, que puede suponernos un onerosísimo desembolso, de miles y miles de millones de dólares. Pero no: su plan parece pasar por mostrarse duro con los creadores de puestos de trabajo y lanzar el hueso esmirriado de los subsidios a quienes pierdan los suyos.
© El Cato
JIM POWELL, académico titular del Cato Institute y autor de Bully Boy: The Truth About Theodore Roosevelt's Legacy.