Las organizaciones humanitarias se han acordado del Cuerno de África como un conjunto que no es y evitando nombrar cada uno de los países que lo componen (Somalia, Yibuti, Eritrea y Etiopía), cuyos niveles de desarrollo son muy diferentes. A la vez, si por un lado esconden el nombre de las naciones debajo del de la región, por el otro eluden hablar de los países que rodean a ésta, entre ellos los dos Sudanes y, por lo tanto, Darfur.
No voy a entrar aquí en la cuestión de por qué se asume una parte de la tragedia y otra no. La mentira por omisión no es menos mentira. Y sobre los motivos relacionados con la ideología y los intereses que defienden las oenegés, empezando por la más notable de todas ellas, las Naciones Unidas, ya he escrito más de una vez en estas mismas páginas; por ejemplo, esto.
Lo que me interesa en este momento es preguntar (carezco de respuestas y no estoy dispuesto a hablar como si supiera, cosa que veo hacer más a menudo de lo que cabría pensar) por qué se ha insistido tanto en celebrar los movimientos recientes en algunos países musulmanes, refiriéndose a ellos como partes de una supuesta "primavera" árabe; la palabra primavera, empleada en política, remite al 25 de abril de 1974 y el final del Estado Novo portugués con claveles y todo. Y es cierto que ésa es una fecha memorable en la historia del progreso, pero no lo es la de la caída de Gadafi, sea ésta la que sea, que ni siquiera la conocemos con precisión.
Gadafi es o era (tampoco sabemos eso) un tipo repelente, encremado y embetunado, falso de toda falsedad, terrorista sólo formalmente arrepentido y cuantas cosas quiera el amable lector añadirle, pero su voluntad de tirano sanguinario es o era preferible al imperio de la sharia. Y lo mismo cabe decir de Mubarak y, lamento mucho tener que decirlo, de El Assad. De lo sucedido en Yemen sabemos poco y el destino de Túnez no está ni mucho menos claro. Yibuti y Bahréin son otro misterio. Recomiendo la lectura del artículo de la Wikipedia dedicado al tema, donde se descubrirá que Chomsky llama a todo el asunto "democratización" del mundo árabe. Por cierto, el artículo está elaborado en España y cumple con todos los requisitos de lo zapatéricamente correcto.
Ahora nos enfrentamos a la verdad. Y la verdad es que en Siria nadie intervino; que en Egipto se perfilan los Hermanos Musulmanes como fuerza democráticamente elegida; y que en Libia la OTAN fue a apoyar a los qataríes, que armaron e impulsaron un revuelta antigadafista porque a los árabes les interesa el petróleo tanto como a los occidentales, así que impondrán la sharia y seguirán perforando. El tipo que parece haberse hecho cargo, Abdel Hakim Belhadj, tiene temibles antecedentes como yihadista y hombre de Al Qaeda, aunque ahora diga que es "un simple musulmán". Es cierto que los exguerrilleros Mujica y Roussef gobiernan hoy con considerable sensatez Uruguay y Brasil, respectivamente, y que Mujica ha llegado a oponerse a la reapertura de los juicios contra los militares, mientras en Argentina Cristina los impulsaba por venganza. Reconozco que dudé mucho de que fueran capaces de reciclarse hasta tal punto. Pero hay que tener en cuenta que ambos han hecho su proceso en países con una larga tradición de lucha por la democracia occidental, con partidos políticos y estructuras parlamentarias más antiguas que los de algunos países europeos. Es decir, tenían a qué integrarse una vez abandonadas las armas como medio para la conquista del poder. Belhadj no tiene nada parecido detrás. Sólo tiene a los qataríes. Que no es poco; y si no que se lo pregunten al Barça.
Los motivos, que no razones, por los cuales de tanto en tanto los amigos del islam –entre los cuales se cuentan nuestro presidente y el de los Estados Unidos– hacen alardes y celebran la positiva evolución del mundo musulmán hacia la democracia son obvios. Pero lo cierto es que, desde que Jomeini demostró ser mucho peor que el sha Pahlevi, todo va de mal en peor cada vez que los países árabes se liberan de algo o avanzan hacia el porvenir luminoso, como en tiempos del padrecito Stalin. Por eso yo no abro la boca cuando veo que la ONU o la OTAN se abstienen de intervenir, por ejemplo, en Darfur: porque, aunque en ese caso parece imposible empeorar la situación, tengo la convicción de que ellos son capaces de hacerlo.
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