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DESDE JERUSALÉN

El odio platónico

Que no desesperen las decenas de miles de niños abandonados que pululan por las calles venezolanas, porque su presidente ha prometido "construir un nuevo mundo"; curiosa ambición de quien no ha logrado siquiera sanear un vecindario de Caracas. Es como si el príncipe de Liechtenstein prometiera erigir una Europa mejor mientras su principado se hundiera en la venalidad y la demagogia.

Que no desesperen las decenas de miles de niños abandonados que pululan por las calles venezolanas, porque su presidente ha prometido "construir un nuevo mundo"; curiosa ambición de quien no ha logrado siquiera sanear un vecindario de Caracas. Es como si el príncipe de Liechtenstein prometiera erigir una Europa mejor mientras su principado se hundiera en la venalidad y la demagogia.
Un niño, en uno de los barrios más pobres de Caracas.
La cara trágica de esta rutina bufonesca es la localidad donde fue proferida (30-8-06): Damasco, capital de un régimen sustentado en el rezago, la opresión, el nepotismo y el terror. Hasta allí ha propuesto Chávez mudar la sede de la ONU, siempre asociado a los adalides del progreso, los ayatolás iraníes (formuló la propuesta el pasado 14 de septiembre, en otra capital de los derechos humanos: La Habana).
 
Pero como la aspiración a reconstruir el mundo es la receta tras la que se escudan quienes en la práctica no construyen nada, la iniciativa terminará por circunscribirse a intentar destruir los logros de los países del "viejo" mundo, el que progresa. Así actúa el ímpetu demoledor que viene amenazando el planeta, con la complicidad de las fuerzas suicidas de Occidente.
 
El síndrome de la autodestrucción que padece Venezuela visitó estos días Bangladesh, país al que no le vendría mal dedicarse a combatir la indigencia, la disentería o la rampante corrupción (según Transparencia Internacional, es el más corrupto de la Tierra) pero que va siendo arrastrado por el islamismo hacia la intolerancia. Un tribunal de su capital, Dhaka, incriminó (18-9-06) al periodista Salah Choudhury por sedición, que podría implicar la pena de muerte.
 
Se trata del editor del periódico The Weekly Blitz, y su crimen fueron unos artículos doblemente heréticos: por rechazar el extremismo islamista y por llamar a la paz con Israel. Hace unos años, Choudhury fue invitado a un congreso de escritores en Tel Aviv, donde disertaría sobre la confraternidad interreligiosa. Nunca pudo llegar. Cuando iba a abordar el avión (29-11-03) fue arrestado, y durante un año y medio se lo mantuvo torturado en prisión.
 
Los valientes no escarmientan. Una vez recuperada su libertad, reabrió su semanario y volvió a denunciar el peligro del fanatismo. Uno de sus artículos (20-5-05) pareciera referirse al medio para el que se escriben estas líneas:
 
Como periodista, balanceo la tendenciosidad en las noticias que viene promoviendo el odio contra Israel y los judíos. Condeno el terrorismo y estimulo el libre intercambio de ideas.
 
El mes pasado le colocaron dos bombas en la oficina, y ahora Choudhury aguarda un veredicto que podría serle letal.
 
La izquierda autista ignora todo esto, y, peor aún, recelaría que a Bangladesh o similares se importaran las ideas "imperialistas" de diversidad de opiniones, respeto a la mujer, derechos humanos, libre mercado, o anhelos de paz concreta. Para ellos, la forma de la "liberación" es que los regímenes más retrógrados se apoderen de los países musulmanes y no haya extranjeros a la vista.
 
La autodestrucción hija del odio
 
En una reveladora entrevista publicada en Israel (24-8-06), el ex asesor de seguridad nacional Guiora Eiland advirtió: "Cuando el presidente Mahmud Ahmedineyad se ponga a la cabeza de quienes deciden, estará dispuesto a sacrificar la mitad de Irán en aras de eliminar a Israel". Eiland aludía así a dos cuestiones, una formal y una esencial.
 
La primera es que la autoridad suprema de Irán es el teócrata Alí Jamenei, que aparentemente, y a diferencia de Ahmedineyad, no está dispuesto (por ahora) a utilizar armas atómicas para borrar países del mapa. La segunda es que el impulso destructor que mueve a los totalitarismos no trepida en arremeter contra sus propios pueblos. Matar al ajeno les es tan importante que están dispuestos a pagar, para lograrlo, el módico precio de morir en el camino.
 
Así, el exterminio de seis millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial no respondía a intereses políticos o económicos alemanes; era un fin en sí mismo y no era un medio: para conseguirlo estuvieron dispuestos a sacrificar su propio país. Por ello, los recursos que podían haber canalizado hacia el esfuerzo bélico se destinaron a perpetrar la Shoá.
 
Un aliado de Hitler en el genocidio, el muftí Haj Amín el Huseini, tuvo como discípulo y sucesor a Yaser Arafat, quien abrevó de la misma lógica y durante el casi medio siglo en que dominó a los palestinos sacrificó dos generaciones de su gente en el altar de la obsesión de destruir Israel. El odio podía más que los intereses.
 
Miriam Shomrat.Por ello los pesimistas tienden a suponer que el océano de odio del mundo árabe-musulmán, que refleja sus múltiples fracasos y frustraciones, nunca podrá superarse. Estaríamos condenados a una guerra interminable que irá expandiendo su escenario.
 
Hace unos días cuatro terroristas (dos pakistaníes, un turco y un noruego) dispararon con armas de fuego contra una sinagoga de Oslo (17-9-06), y revelaron que adicionalmente planeaban secuestrar a la embajadora israelí en Noruega, Miriam Shomrat, para decapitarla. No hubo manifestaciones de condena por el episodio, salvo una censura a Shomrat por haber pedido un gesto de comprensión por parte de las autoridades noruegas.
 
Sin embargo, los optimistas podemos echar mano a un término que se acuñó durante el Quattrocento. Los humanismos hebraísta y helenista tenían como exponentes respectivos a Pico della Mirandola y a Marsilio Ficino. Este último, que estableció en Florencia la renovada Academia helénica, designaba "amor platónico" al ideal que no se pone en práctica.
 
En esta etapa de la guerra podemos aspirar a que nuestros enemigos se instalen en el mero "odio platónico": que su resentimiento, basado en mitos históricos y religiosos, no se traduzca en misiles, cuchillos y atentados. Si el odio no se ejerciera durante un tiempo podríamos aspirar a que fuera disipándose en las próximas décadas.
 
Este lunes (2-10-06) los judíos celebran la jornada más sagrada de su calendario: el Yom Kipur, o Día del Perdón, el último de los diez días de introspección que comenzaron con el Año Nuevo (5767). Una semana después de Kipur comienza la festividad de las Cabañas, jornadas de máxima alegría. Hay una enseñanza en esa cronología: la reflexión y la pausa llevan al regocijo; diez días de contrición prologan las expresiones de danza y júbilo.
 
A nuestros vecinos, también una etapa de congelamiento de su enorme odio sin bombas ni suicidios podría anunciarles una paulatina era de feliz creatividad.
 
 
GUSTAVO D. PEREDNIK es autor, entre otras obras, de La Judeofobia (Flor del Viento), España descarrilada (Inédita Ediciones) y Grandes pensadores judíos (Universidad ORT de Uruguay).
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