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ARGENTINA

El mundo según Cristina

Prácticamente desde su asunción, hace algo más de dos años, la presidente Cristina Fernández ha gobernado Argentina de un modo autista. Se ha enfrentado con todos los sectores que han mostrado oposición a sus decisiones, en el entendido de que sólo ella tiene razón y que quienes no la siguen son golpistas o están equivocados. Adopta sus decisiones en el marco de un enfrentamiento con los enemigos; jamás busca el consenso.

Prácticamente desde su asunción, hace algo más de dos años, la presidente Cristina Fernández ha gobernado Argentina de un modo autista. Se ha enfrentado con todos los sectores que han mostrado oposición a sus decisiones, en el entendido de que sólo ella tiene razón y que quienes no la siguen son golpistas o están equivocados. Adopta sus decisiones en el marco de un enfrentamiento con los enemigos; jamás busca el consenso.
Cristina Fernández de Kirchner.
La frutilla del postre ha sido el discurso –y su conducta posterior– que dio al inaugurar las sesiones del Congreso, el 1º de marzo. Mientras anunciaba a los legisladores y al país que retiraba el conflictivo decreto que creaba el llamado "Fondo del Bicentenario", su ministro de Economía y la flamante presidenta (ad hoc) del Banco Central perfeccionaban el traspaso del dinero sobre la base de un nuevo decreto, firmado minutos antes.

En el Congreso, Cristina habló de un país "real", que es maravilloso, donde todo es positivo, donde no hay inflación, ni desocupación, ni problema económico alguno, un país que lo único que necesita es más tiempo para avanzar en sus logros; y de un país "virtual", en el que viven quienes se quejan y no están de acuerdo con ella, que en puridad son casi todos los que no dependen de los fondos que el gobierno maneja.

Ese país "virtual" es el que cuestiona las estadísticas e índices de los órganos del gobierno; el que en junio pasado dio al oficialismo una severa advertencia en las urnas; el que pretende que se sigan los mecanismos institucionales establecidos por la Constitución Nacional y las leyes; el que exige que el Poder Ejecutivo ejerza sus funciones respetando las atribuciones, igualmente importantes, del Congreso y los jueces.

En el mundo de Cristina, el presidente tiene todo el poder; como en la perinola, "toma todo". Cualquier oposición del Congreso, de los jueces, de órganos independientes, del periodismo, de quien sea, es vista como un atentado a la "gobernabilidad". En esto viene insistiendo cada vez con más fuerza la presidente, en la medida en que los mecanismos constitucionales –que están sin duda por encima de sus atribuciones– comienzan tibiamente a funcionar. Por eso habla de actitudes "golpistas" del Congreso; y en su último discurso señaló que está dispuesta a enfrentarse con cualquier juez "circunstancial": pues en su mundo los jueces son circunstanciales y los presidentes, permanentes, aunque en la realidad las cosas sean al revés.

Lo importante para ella no es lo acertado o desacertado de una medida, sino que se le reconozca el poder de tomarla sin discusiones. Hasta Maquiavelo reconoció que, aun cuando el fin justifique los medios, todo está supeditado al examen de los costos. Pero en el mundo de Cristina hay sólo dos caminos: o el poder absoluto o la nada. Por ello, con razón viene insistiendo en que así no puede seguir gobernando.

Lo dice ella, y tiene razón. La alternativa que se plantea entonces es si cuarenta millones de habitantes están dispuestos a reconocerle el poder absoluto. En caso negativo, quedará en su buen tino y en la acción de los mecanismos constitucionales la solución al problema.

Argentina pasó dos crisis gravísimas en su historia reciente, por no lograr que esos mecanismos funcionaran:
1) A fines de 1975, mientras el país se debatía entre la anarquía, la violencia y la hiperinflación, el Congreso no estuvo a la altura de las circunstancias y no tomó las medidas necesarias. El resultado fue un baño de sangre del que costó décadas recuperarse.
 
2) A fines del 2001, un presidente mostraba signos de incapacidad manifiesta que lo mantenían inmóvil frente a la crisis política. La televisión mostraba una versión caricaturesca de esos problemas, que no eran ficticios sino bien reales. Tampoco los mecanismos institucionales funcionaron, y en meses Argentina cayó en una de las peores crisis económicas de su historia.
Latinoamérica puede aportar muchos ejemplos en el mismo sentido.

En el mundo de Cristina, que el Congreso y los jueces ejerzan sus atribuciones y le pongan límites es desestabilización y golpismo. En el mundo de los hechos, es el modo en que se pueden corregir errores sin provocar tragedias.
 
 
© AIPE

RICARDO MANUEL ROJAS, profesor de la Universidad Francisco Marroquín.
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