No son antiguas estrellas con futuro más o menos incierto, como las que tratamos la semana pasada. Reflejan, muchas veces en su misma trayectoria personal, la complejidad del momento al que se enfrenta su partido.
Hace poco tiempo Condoleezza Rice se sometió a la preceptiva aprobación del Senado para el cargo de secretaria de Estado. Fue sometida a un duro interrogatorio por parte de los demócratas, que vieron en las sesiones una ocasión de reafirmar sus posiciones contra la política exterior de la Administración Bush. Después de la puesta en escena se impuso la aplastante evidencia de la preparación de Condoleezza Rice para el cargo. Obtuvo 85 votos, frente a 13 en contra.
Entre quienes le negaron su respaldo hay algún nombre previsible, como Ted Kennedy, eterno santo patrón del progresismo norteamericano y, probablemente, la viva encarnación de su destino fatal en los últimos años. También hay nombres bien conocidos, como John Kerry, empeñado en seguir dando voz y rostro a la mala conciencia de la generación de los baby-boomers. Y uno desconcertante: Evan Bayh.
Nacido en 1955, hijo de senador, Evan Bayh tiene una larga carrera política como gobernador de Indiana. Fue reelegido como senador por el mismo Estado en 2004, con un porcentaje de votos ligeramente superior (62%) al de los votantes que respaldaron a Bush para la Presidencia (60%). Bayh es uno de los casos de gobernador azul (demócrata) en un Estado francamente rojo (republicano). Entre los logros de Bayh se cuenta el haber logrado construir una plataforma demócrata en territorio republicano. ¿Su secreto? Haberse situado, por lo menos hasta ahora, en el punto más céntrico del espectro político.
Durante sus años de gobernador logró el superávit en los presupuestos de su Estado, bajó los impuestos y demostró ser un firme conservador en lo fiscal. Ha pertenecido a los grupos más moderados del Partido Demócrata, como el Democratic Leadership Council, en el que Clinton participó activamente. Llegó incluso a importar el nombre de “Tercera Vía” para distanciarse del ala radical del Partido Demócrata. Así se autodenomina la Senate Centrist Coalition, de cuya junta directiva forma parte. No cuenta con grandes simpatías entre los progresistas demócratas. Lo acusan de traicionar a las bases sociales y raciales del Partido Demócrata y, además, de ser capaz de dormir al auditorio más predispuesto al entusiasmo.
En pocas palabras, aparte de centrista, Evan Bayh es un tecnócrata. Tal vez por eso, precisamente para alejarse del estereotipo que tan bien ha encarnado, haya votado en contra de Condoleeza Rice en el Senado. Puede ser un guiño a un Partido Demócrata que, como ha demostrado la elección de Howard Dean a la Presidencia, no parece dispuesto a ceder en sus posiciones progresistas. El gesto da una pista –inquietante– acerca de la dirección que han emprendido los demócratas.
Uno de los posibles rivales de Evan Bayh a la candidatura demócrata en las presidenciales de 2008 es otro político nacido (1954) en el Estado de Indiana: Mark Warner, hoy gobernador de Virginia. En algún sentido, los dos han tenido vidas paralelas. Bayh tiene dos hijos gemelos; Warner, tres hijas. Bayh consiguió el superávit para su Estado; Warner ha empezado a sanear las finanzas tradicionalmente desastrosas de Virginia.
Virginia es, como Indiana, un Estado rojo, y muy subido de tono. La legislación estatal impide no ya el matrimonio gay, sino cualquier unión civil entre personas del mismo sexo. Warner no estuvo a favor de la ley, pero –muy convenientemente para él– no pudo hacer nada para impedirla porque el gobernador no tiene capacidad de veto, por lo que la cuestión ha quedado en manos de los tribunales.
Por ahora, Warner no ha necesitado hacer ningún gesto hacia el lado progresista de su partido. Presta, eso sí, una atención considerable a cuestiones de educación, salud y modernización tecnológica. Por el flanco derecho le ayuda su historia personal de hombre hecho a sí mismo, con una considerable fortuna realizada en inversiones y telefonía móvil. Tiene menos experiencia política que Bayh, pero más dinero para una posible campaña presidencial.
Ken Salazar es, como Evan Bayh, de los pocos senadores demócratas elegidos en 2004 en un Estado, Colorado –le dejo al lector el chiste inevitable–, mayoritariamente republicano. Supera incluso la hazaña de Bayh. A diferencia de éste, que ya era senador previamente, Salazar derrotó al candidato republicano saliente. La razón de su éxito estriba en su popularidad en el Estado. Nacido (1955) en una familia establecida desde hace cinco generaciones en Colorado, es un ranchero, propietario de empresas de productos agrícolas y radiofónicas. Tiene una larga carrera político-administrativa en la Administración estatal y fue elegido por dos veces fiscal general.
Los orígenes rurales explican su popularidad entre la población agrícola de Colorado. Su cargo de fiscal general le ha dado la ocasión de demostrar su firmeza en la defensa del orden público. Son dos áreas en las que los demócratas siempre han fallado. Eso proporciona a Ken Salazar un atractivo indudable; al que su apellido contribuye notablemente, ahora que el electorado hispano ha pasado a ser de los más cotizados en el mundo político norteamericano. Partidario de la reducción de impuestos, aunque crítico con la intervención en Irak, Salazar se siente muy seguro de su posición en el Senado.
De su pragmatismo dan fe dos gestos inequívocos: no sólo ha respaldado a Condoleezza Rice en el Senado, también ha dado su voto favorable al nuevo secretario de Justicia, Alberto Gonzales, una figura considerablemente más discutida por su supuesto visto bueno a las prácticas violentas en los interrogatorios de terroristas o prisioneros de guerra. Los demócratas encontraron ahí una buena ocasión para escenificar su respeto reverencial a los derechos humanos. Salazar se negó a participar en el juego. Es uno de los senadores demócratas con los que tal vez Bush pueda contar para sacar adelante su reforma de la Seguridad Social. Queda por saber hasta dónde podrá llegar en ese camino.
Otro nombre relacionado con el voto hispano y que está sonando para las elecciones de 2008 es Bill Richardson, gobernador de Nuevo México. Nuevo México ha sido uno de los Estados más disputados en las últimas elecciones. En 2000 Gore sacó a Bush una ventaja de 366 votos. En 2004 Bush ganó a Kerry por menos del 1%. Richardson (nacido en 1947) ya había aparecido en las apuestas para vicepresidente con Al Gore. Perdió cualquier posibilidad tras el escándalo de la desaparición de material con información sensible del laboratorio de Los Álamos. Richardson era entonces secretario de Energía. Su jefe era Bill Clinton. Richardson ejerció también de embajador ante la ONU.
Es un hombre con experiencia, bien conocido por su capacidad de negociación, que se ha mantenido en el ruedo político desde 1983. Ha mantenido las cuentas de su Estado en orden y tiene reputación de buen gestor y excelente negociador. Nada de eso le ha ayudado a detener el trasvase del voto hispano a los republicanos, y ahora parece una figura de un tiempo remoto, de cuando los hispanos parecían destinados a convertirse, como el electorado negro, en monopolio del Partido Demócrata.
Richardson es una figura populista, y tiene fama de bon vivant. Esto no tiene por qué perjudicarle, aunque tampoco le ayuda. Recuerda los alegres tiempos de la Presidencia de Clinton, cuando todo parecía posible, incluso que hubiera espías chinos en Los Álamos, como ocurrió algún tiempo después del incidente de la desaparición de material sensible. Para eso mejor un Clinton auténtico, léase Hillary. Con suerte –mucha–, podrá optar por la futura candidatura a la Vicepresidencia.
En el Sur más profundo, en el Estado de Tennessee, se está llevando a cabo desde 1994 uno de los experimentos más audaces de programas de bienestar que se han realizado nunca en Estados Unidos. Es el llamado TennCare, que puso en práctica la propuesta de asistencia médica de los Clinton, rechazada a nivel nacional por el Congreso en Washington.
TennCare amplió el número de beneficiarios de los programas sanitarios estatales tradicionales como Medicaid. El resultado ha sido un gigantesco agujero financiero y una pesadilla burocrática para los servicios del Estado y para los propios ciudadanos de Tennessee. La tarea de reformar este pequeño monstruo socialista –pequeño según parámetros europeos– le ha tocado al gobernador Phil Bredesen, elegido en 2002.
Tennessee es un Estado peculiar. Cuenta con un electorado inquebrantablemente leal al republicanismo y un electorado demócrata estable y moderado. Es un buen escenario –como Virginia en el caso de Mark Warner– para ver cómo los demócratas se enfrentan al Sur, en el que llevan retrocediendo treinta años, habiendo dominado antes durante décadas.
Por si fuera poco, Phil Bredesen, nacido en 1943, es un norteño, nacido en Nueva York y estudiante de Harvard: todo lo que no hay que tener, según el tópico, si se quiere ser popular en el Sur. Los orígenes, la compostura tecnócrata y poco dada a la demagogia, incluso el tipo de origen escandinavo, le ayudaron poco en sus primeros escarceos electorales.
Luego aprendió a vender su imagen de hombre de negocios, con una fortuna hecha desde abajo en el sector de cuidados médicos, y alcanzó la alcaldía de Nashville. Su gestión contribuyó a modernizar la capital del country y frenar lo que parecía la decadencia irremediable de una ciudad que vivía en el pasado, gobernada por una oligarquía de otros tiempos.
Bredesen es hoy, según algunas encuestas, el gobernador más popular de toda la historia del Estado. En realidad los habitantes de Tennessee han seguido otra tradición sureña: aparte de la hospitalidad, integrar a los yanquis respetuosos y no condescendientes. Como ha indicado The New Republic, que le ha dedicado un largo reportaje, Bredesen se esforzó en su campaña por establecer contactos personales y hablar y responder a las preguntas de los posibles votantes, en vez de fiarlo todo a los anuncios de televisión.
Ahora bien, cuando anunció en enero de 2005 que iba a dar de baja a 300.000 beneficiarios de TennCare empezaron a sonar las alarmas. Bredesen también ha roto otro tabú del progresismo norteamericano al mostrar su disposición a que el Estado colabore con grupos religiosos en tareas asistenciales. Ya han empezado a llamarlo derechista cristiano y neoconservador rabioso. Lo que queda del electorado sindicalizado tampoco está contento con un estilo de gobernar, que The Economist calificó de empresarial. Es un elogio que puede costarle caro.
Phil Bredesen tiene muchos puntos a su favor para presentarse como candidato presidencial en 2008. Lo mismo les ocurre a Salazar, Bayh, Warner y, en parte, a Richardson. Son demócratas moderados, pragmáticos, alejados del progresismo radical que se ha adueñado del Partido Demócrata en los últimos años. En el fondo, sus principales enemigos no son los republicanos, a los que ya han derrotado y con cuyo electorado pueden contar. Sus principales adversarios están en las filas de su propio partido. Para todos ellos, la elección de Howard Dean como cabeza del Partido Demócrata es una mala noticia.