
La mayoría de los norteamericanos que progresan, que tienen hijos, que compran casas y que están dinamizando la economía del país, ya sean inmigrantes o no, hombres o mujeres, jóvenes o menos jóvenes, y con indiferencia de su origen étnico o cultural (excepto en el caso de la comunidad negra) votan republicano.
La Casa Blanca está ocupada por un republicano, y el Partido Republicano tiene mayoría en las dos Cámaras. Ante esto, los demócratas han empezado a preguntarse si deben profundizar o radicalizar su mensaje o intentar recuperar el centro político y disputar a los republicanos el espacio en el que estos están avanzando. El primer problema al que se enfrentan es un problema de liderazgo.

Tras el 11S clamó por que América mandara tropas a donde hiciera falta y en cualquier momento, y criticó a Bush por tratar con demasiada cortesía a los saudíes. Pronto se convirtió en un furibundo militante contra la intervención en Irak. Tanto como su radicalismo, le perdió su incontinencia verbal. Pasará a la historia pequeña por algunos exabruptos memorables. “Odio a los republicanos”, comentó recientemente. Durante la campaña electoral se permitió decir que “si Clinton puede ser el ‘primer presidente negro’ [en referencia a una frase famosa de Clinton], yo puedo ser el primer presidente gay”.
En las reuniones que han precedido a su elección como presidente del Partido Demócrata no ha llegado tan lejos, aun cuando ha tenido que recorrerse, en el Hotel Hilton de Washington, todas las diversas reuniones de minorías integradas en el Partido Demócrata. Según The Washington Post, a las 12’15 del viernes 11 de febrero estuvo con el grupo de gays, lesbianas y transexuales; a las 12’45, con los seniors; a las 15’40, con las mujeres; a las 16’35, con los nativos americanos (los indios); a las 17, con los afroamericanos; a las 17’20, con los isleños del Pacífico, y a las 17’40 con los hispanos.
Probablemente consciente de que esta fragmentación da una imagen de otros tiempos, Dean bromeó sobre la “uniformidad” de las reuniones del Partido Republicano. Pero una de las posibles causas para la radicalización del Partido Demócrata es precisamente que no encuentra un terreno común, un motivo moral e ideológico que unifique a todos los grupos que lo componen. Es algo corriente, y en España ha ocurrido con el PSOE.
Como los intereses de los grupos predominan sobre el interés de conjunto, el partido emprende una huida hacia adelante que evita la ruptura. Howard Dean representa el ala más antibelicista del partido, y su vertiente más laicista, en un momento en que los electores han respaldado la política de Bush en Irak y muchos se preguntan hasta qué punto los demócratas han perdido el contacto con la profunda religiosidad de la cultura americana.
Hay quien dice que Howard Dean no lo hará mal, precisamente porque su liderazgo garantiza la cohesión, mientras que otra persona más moderada habrá de encargarse de la imagen exterior del partido. Dean, se dice, es popular entre los jóvenes y profundizará la modernización del Partido emprendida por su antecesor. Esto último puede ser verdad, pero la perspectiva de lo que en España se llamó “bicefalia” siempre resulta complicada.

¿Por qué Hillary Clinton no ha intentado detener esta deriva hacia el radicalismo?Probablemente porque espera a que Dean se abrase, como se abrasó Kerry, antes de dar una batalla prematura. Hillary Clinton, de cuya preparación e inteligencia nadie tiene dudas, es una de las responsables de la actual situación del Partido Demócrata en las Cámaras.
El fracaso de su gigantesco plan de reforma sanitaria, al principio del primer mandato de su marido, propició la mayoría republicana en las Cámaras. Hillary Clinton contradecía la tendencia centrista representada por su marido. Ahora bien, desde que fue abucheada por los policías y los bomberos en un acto de recolección de fondos tras el 11 S, y sobre todo tras su elección como senadora por Nueva York, se ha ido alejando de su imagen de intervencionista radical.
Cuando aparece en un acto religioso, siempre parece profundamente concentrada en una visión interior. Ha apoyado sin reparos la intervención en Irak, y hace poco tiempo pronunció un buen discurso para definir su posición ante el aborto. Apareció equilibrada, pragmática y seria. En su contra tiene la aversión que produce no entre el electorado republicano, sino justamente entre quienes se han movilizado para que Bush saliera reelegido.
Resulta difícil exagerar la animadversión que suscita Hillary Clinton en ese sector esencial de la vida política norteamericana. Por mucho que se esfuerce por parecer templada y amable, nunca conseguirá dejar atrás su imagen de ideóloga cínica e inmoral. Puede movilizar a los suyos, pero también moviliza en su contra al adversario. ¡Y de qué manera!

No es senador ni congresista, y por tanto tiene poco protagonismo, aunque eso puede ser una ventaja porque le evitará comprometerse en temas difíciles. En cualquier caso, es una figura poco consistente. De fulgurante promesa demócrata ha pasado, en cuestión de meses, a ser el símbolo de un fracaso. En la campaña electoral jugó la carta populista hasta el cinismo más desaforado, como cuando dijo que con Kerry en la Presidencia Chistopher Reeve no habría fallecido, porque estaría permitida la investigación con células madre. Suscita poca confianza y carece de entidad.