Para entender el verdadero alcance de esta combinación hay que retroceder al electorado y los valores que sostuvieron la coalición progresista, fundamentalmente demócrata, entre 1932 y mediados de los años 60. Los principios que dieron nacimiento al New Deal fueron sencillos. Los ha descrito muy bien Ruy Teixeira, uno de los mejores conocedores del progresismo norteamericano: "El Gobierno debe ayudar a la gente normal mediante el gasto estatal. El capitalismo debe ser regulado para funcionar adecuadamente. Los sindicatos son buenos". En resumen, el Estado del New Deal era un seguro contra las catástrofes imprevisibles del capitalismo, algo comprensible después de la crisis de la depresión, y una ayuda para ir progresando en la sociedad.
En torno a esta filosofía se agrupan sectores sociales variados: pequeños granjeros, judíos y negros. La base social la formaron por lo fundamental trabajadores –obreros o empleados en los servicios–, en su mayoría blancos y afiliados a grandes sindicatos.
Los valores en que se basaba esta visión política eran estrictamente tradicionales. Quienes inventaron, pusieron en práctica y mantuvieron las políticas del New Deal durante décadas pensaban que la moral tradicional debe ser respetada, no subvertida. En la América del New Deal a nadie se le hubiera ocurrido que los niños dejaran de rezar en las escuelas. Los Diez Mandamientos y la familia eran considerados la base de la conducta personal y social. Se fomentaba el patriotismo como un valor primero: la bandera era objeto de culto, los niños le juraban lealtad todos los días y expresaban su adhesión a América cantando el himno nacional. El antimilitarismo era considerado una traición a la nación.
Así fue la izquierda americana entre 1932 y mediados de los años 60. A los políticos que forjaron esta gran alianza social y los programas políticos y sociales que la mantuvieron se les ha llamado los "Antiguos Demócratas". ¿Por qué "antiguos"? Porque a mediados de los 60 llegaron otros demócratas que en aquel momento parecieron nuevos. En aquel entonces lo eran, efectivamente.
Los historiadores de izquierda atribuyen lo ocurrido a partir de aquí al éxito del New Deal. Gracias a sus políticas de redistribución de la riqueza, la base social que dio vida al New Deal se convirtió en una nueva clase media, la más amplia del mundo. Y sus preocupaciones dejaron de ser las que hasta entonces habían sido. Los hijos de esta clase media ya no sentían la urgencia de la pobreza. Los baby-boomers, los hijos del New Deal en términos históricos, habían comido caliente desde pequeños. Había llegado el momento de sustituir el progreso económico y el ascenso en la escala social por otras preocupaciones: la autonomía personal, la autorrealización sexual y afectiva o la investigación existencial (las drogas, obviamente, no andaban lejos).
Eran preocupaciones de gente acomodada. Uno de los cambios más significativos de todos los ocurridos en el Partido Demócrata es precisamente que su electorado abandona la mitad menos próspera de la sociedad americana para colocarse en la zona de mayores ingresos. El Partido Demócrata acabó perdiendo a los trabajadores blancos menos remunerados.
En 1960-1964 votaba demócrata un 55 por ciento de los trabajadores o empleados blancos. En 1968-1972, cuando se empieza a forjar la nueva mayoría republicana, sólo lo hacían un 35 por ciento. Una caída de un 20 por ciento en menos de diez años. Nunca lo ha recuperado. A final de siglo, en 2000, un 38 por ciento de los trabajadores blancos no universitarios tenían una opinión positiva de los demócratas, frente a un 54 por ciento que la tenía positiva del Partido Republicano. Los demócratas, que siguen considerándose a sí mismos representantes del pueblo y de los trabajadores, son un movimiento progresista sin trabajadores que lo sustenten.
Este desplazamiento de la base social va acompañado de otros dos movimientos: uno, de orden cultural, en los valores que fomentan y preconizan los nuevos demócratas, y otro, de orden social, que afecta a los nuevos votantes del Partido Demócrata que sustituyen a los anteriores. El segundo se origina en buena medida en el movimiento de derechos civiles y en la "Gran Sociedad" del presidente Johnson.
La nueva base social del Partido Demócrata la va a constituir a partir de los años 60 una alianza formada, en lo fundamental, por tres categorías de personas: desempleados y trabajadores con bajos salarios o con escasos conocimientos para la sociedad postindustrial que se avecinaba; minorías raciales o culturales que descubren con los derechos civiles un potencial político (negros, mujeres, hispanos, gays, y luego personas mayores, discapacitados, etcétera); todos aquellos que la llamada "revolución cultural" de los 60 ha ido dejando en la cuneta: madres solteras, enfermos, adictos que han perdido su empleo, etcétera.
A esta coalición, ya de por sí inestable, se añade otro segmento social conquistado por el Partido Demócrata: el de una parte de los profesionales cualificados, integrados en la sociedad postindustrial y progresistas por ideología, no por necesidades económicas. Este idealismo se pagó caro en términos políticos: la expansión del "Gran Gobierno" en los años 60 acabó pesando como una losa sobre la clase media que sustentaba las políticas progresistas demócratas.
En la mentalidad de estos profesionales se percibe el cambio cultural operado dentro del Partido Demócrata. La moral tradicional, el patriotismo, el respeto a la jerarquía y la formación del carácter dejaron paso a la realización individual, el culto a la diferencia, la ética de la autenticidad o de la identidad, y la estética como principal horizonte vital. Como dijo un columnista del Washington Post, de la disciplina del New Deal se pasó a la terapia, más o menos lo que ahora se llama wellness y en otros círculos, menos versados en lenguas extranjeras, talante. Este es el mismo partido que pasó de apoyar una posición cautamente tolerante en cuanto al aborto hace unos años a convertir el aborto una de las piedras angulares de todo su programa.
Este gran movimiento social y cultural tuvo un enorme éxito. Consiguió poner fin a la Guerra de Vietnam. Logró la legalización de la contracepción y del aborto, el divorcio sin penalización, la erradicación de la censura y del autoritarismo en la escuela y en las costumbres. Avanzó en la supresión de la pena de muerte y colocó en la agenda política la preservación de medio ambiente.
Sin embargo, fue un republicano, Richard Nixon, el que puso en práctica el programa de estos demócratas nuevos. En 1972 George McGovern intentó la proeza de llevar a la Casa Blanca este movimiento. Lo ridiculizaron como el candidato de la Triple A: "Ácido, aborto y amnistía" (la amnistía era para los desertores de Vietnam). La frase tuvo su respuesta. Los progresistas, en particular los del mundo cultural y periodístico, no perdonaron nunca a Nixon sus dos victorias, la de 1968 y luego la aplastante de 1972.
He hablado de demócratas nuevos, y no de "nuevos demócratas", para distinguir a los dos grupos. En la jerga histórico-política del progresismo norteamericano, a McGovern se le denomina "Antiguo Nuevo Demócrata", por oposición a los "antiguos demócratas" –los partidarios del New Deal– y a los "Nuevos Demócratas" a secas.
De estos años proceden también otros "neos", los neoconservadores, que abandonaron sus posiciones progresistas para pasarse con armas y bagajes al conservadurismo, y más en particular al Partido Republicano. Allí les acabaron haciendo más caso.
Los "Nuevos Demócratas", en cambio, se quedarán con su partido de siempre. Consideraban, con razón, que la deriva contracultural y radical impediría al Partido Demócrata llegar al poder. Pero también estaban en contra de los "Viejos Demócratas", los del New Deal, a los que les que dedicaban términos tan poco cariñosos como "progresistas fundamentalistas".
Los "Nuevos Demócratas" son centristas que incorporan a su programa la contención del déficit, la austeridad fiscal, la apertura de los mercados nacionales y una mayor atención a la defensa militar. Sus principales instrumentos son el Democratic Leadership Council, fundado en 1985, y el PPI (Private Policy Institute), un think tank que publicó en 1989 su manifiesto ideológico, The Politics of Evasion, un texto que no ha perdido del todo actualidad.
Entre los representantes tempranos del DLC se encontraban Al Gore y Bill Clinton. De hecho, Clinton pareció llevar al poder las ideas centristas, de Tercera Vía, de los Nuevos Demócratas. No fue así del todo. Primero, porque Clinton estaba también próximo a la "nueva izquierda" nacida en los 60. Conectaba muy bien con los baby boomers de su edad, y por eso mismo tuvo patinazos sonados, típicos de esta generación de neointervencionistas, como cuando dejó a su esposa Hillary patrocinar un programa sanitario digno de la mejor tradición socialdemócrata europea.
Por otro lado, la arrolladora personalidad de Clinton disimuló lo que le ha faltado siempre a los Nuevos Demócratas, que ha sido tirón electoral. Bajo Clinton los demócratas perdieron la mayoría en la Cámara de los Representantes. Los escándalos de todo tipo no ayudaron mucho. Y desde que Clinton dejó la Presidencia, en 2000, no ha habido manera de recomponer una mayoría demócrata.
De la crítica a los Nuevos Demócratas surgieron entre 2001 y 2003 muchos de los movimientos que han protagonizado la última campaña electoral a favor de la candidatura de John Kerry. Intentan proporcionar al Partido Demócrata lo que los Nuevos Demócratas, demasiado templados y un poco tecnócratas, en general elitistas, no le supieron dar: un movimiento de base y con capacidad de movilización.
Ahí está el origen de los grupos 527 (dedicados a reunir fondos: su nombre procede del artículo del código de Hacienda al que se acogen para cumplir sus objetivos), el del Center for American Progress, fundado por el antiguo jefe de Gabinete de Clinton y financiado por Soros, o el de Moveon.org, que intentó movilizar a todo bicho viviente que estuviera en contra de Bush por el solo hecho de serlo, sin un programa más sofisticado. Siguen protestando contra la intervención en Irak y ahora han encontrado un nuevo filón en la reforma de la Seguridad Social.
Howard Dean es, por el momento, el último intento de encontrar una forma de síntesis entre estas corrientes contradictorias. Hizo su aparición estelar con un movimiento de base como los antes citados. Consiguió mucho dinero (40 millones de dólares en 2003) de mucha gente (280.000 personas), en particular a través de internet. Eso le ha proporcionado un aura de populismo que contradice su historial de centrista, muy próximo a los postulados de los Nuevos Demócratas y del DLC.
Estos no han visto con buenos ojos la llegada de Dean a la Presidencia del Partido Demócrata. Es verdad que Dean es un centrista en ciertas cosas (hacienda, impuestos), pero tiene un temperamento impredecible, no parece conceder gran importancia a la religión y sigue radicalmente en contra de una guerra que por ahora los Estados Unidos parecen estar ganando.
Por su parte, los Nuevos Demócratas piensan que necesitan hacer en su partido lo que el equipo de Bush ha hecho en la derecha: volver a los principios, profundizar en ellos y a partir de ahí reconquistar el electorado. El problema es que en este largo trayecto el Partido Demócrata ha ido acumulando demasiados principios contradictorios. ¿Cómo volver a hablar de patria y de religión, como dicen muchos demócratas que tienen que volver a hacer, y al mismo tiempo seguir haciendo del aborto la punta de lanza del programa electoral? ¿Cómo defender la Seguridad Social sin presentar una alternativa al plan de Bush, y habiendo repetido una y otra vez –como han hecho los Nuevos Demócratas– que los programas de pensiones están abocados a la ruina?
Por si fuera poco, el giro puede hacerles coincidir, paradójicamente, con la parte más radical del Partido Demócrata. Esta franja se propone imitar lo que piensa que es la estrategia republicana: dar por inexistente el centro y conquistar la mayoría gracias a la movilización de los extremos. Tal es la teoría de Joe Trippi (prohibido hacer chistes con el nombre). Trippi es el gurú estratégico electoral de Dean, y su idea recuerda, en apariencia, la vuelta a los principios preconizada por los centristas.
Por el momento, el resultado de todas estas derivas, divisiones y malentendidos es que el voto blanco y popular que sostuvo al Partido Demócrata durante el New Deal se ha pasado al Partido Republicano, como demuestra simbólicamente la presencia de un demócrata en ese posible ticket presidencial del que hablaba al principio. Y también se están pasando al Partido Republicano las mujeres, los hispanos y los judíos, es decir, los miembros de las minorías que han dejado de encontrar en el Partido Demócrata un ideario consistente. Esto es lo que significa la posible candidatura de Condoleezza Rice en ese ticket tan novedoso.
La historia parece confirmar una gran definición, según la cual un progresista es aquel que propone la emancipación de las costumbres, se queda horrorizado con las consecuencias de lo que ha preconizado (en un breve catálogo: divorcios, hijos de madres solteras, drogas, sida, enfermedades varias) y acaba proponiéndose como candidato para gestionar un programa estatal encaminado a paliarlas.