Pero Chávez no puede lanzarse a actuar, ante estas dificultades, como él quisiera: después del rechazo electoral a la implantación del socialismo, el teniente coronel no puede proceder a realizar expropiaciones masivas y a estatizar la mayor parte de la producción del país. No tiene respaldo en la opinión pública para hacerlo; no posee siquiera el apoyo decidido de las propias fuerzas políticas que integran su proyecto. Si es cierto que en el chavismo –y en general en Venezuela– existe una mentalidad bastante favorable al control del Estado sobre la economía, también lo es que son muy pocos los que prefieren encaminarse a una economía totalmente estatizada, de tipo cubano.
La situación podría resolverse, como ha sucedido otras veces en Venezuela, si se levantasen de una vez los controles que pesan sobre la economía. Esto, sin embargo, resulta impensable ahora: para el chavismo sería como abdicar de todas sus propuestas y tomar las medidas neoliberales, favorables a la libertad de mercado, que han sido el blanco de todos sus ataques. Si bien se habla ahora de liberar la mayoría de los productos de precio regulado y dejar "apenas" una cesta de 50 productos básicos bajo control, todavía no se ha adoptado ninguna decisión firme ,y se extienden las discusiones en el seno del aparato gubernamental y los grupos que apoyan al chavismo.
En el frente político sucede algo similar: después de la derrota de diciembre, que tuvo que aceptar debido a la presión que ejercieron las Fuerzas Armadas, Chávez está en la disyuntiva de persistir y profundizar en el curso revolucionario o poner momentáneamente freno a su proyecto y retroceder hacia una política más moderada. En este punto cabe mencionar la amnistía promulgada por el Gobierno, que, si bien limitada y parcial, se agrega a algunas declaraciones conciliadoras del mandatario, que inciden en la necesidad de ocuparse de la economía y de ganar apoyos antes de proseguir la marcha hacia el socialismo. Pero, simultáneamente, Chávez sigue dando pronunciamientos incendiarios, como el que pide que se deje de considerar terroristas a las FARC, e insiste en la posibilidad de llamar a un nuevo referéndum para que el electorado considere otra vez su propuesta de reelección indefinida.
En el seno del chavismo se discuten todas estas posibilidades, pero, dada la naturaleza caudillista del régimen y su vocación autoritaria, las decisiones sólo serán tomadas por el jefe supremo, y de un modo muy poco transparente. Con un panorama internacional complicado, en el que no es probable que haya mayores subidas en el precio del petróleo y sí, en cambio, grandes dificultades para los aliados internacionales de Chávez, éste afronta un momento de debilidad e incertidumbre.
Por ahora, sin embargo, la oposición no ha mostrado una capacidad real para aprovechar la coyuntura y se mantiene como a la expectativa. De sus filas no surgen propuestas efectivas y motivadoras capaces de rendir frutos. Es cierto que existe un creciente malestar en las Fuerzas Armadas –que en conjunto tienden hacia una salida moderada–, y que las próximas elecciones regionales pueden dar por resultado un mayor debilitamiento del régimen. Pero esos comicios aún están muy lejos, hacia el final de este año, y es mucho lo que puede suceder en los largos meses que faltan para. Lo único seguro es que, en el corto plazo, aumentarán las dificultades económicas de los venezolanos: termina la bonanza de estos años, aumentará sin duda la inflación y la economía tenderá a enfriarse, lo que provocará malestar entre la ciudadanía y una respuesta cada vez más activa de los sindicatos.
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CARLOS SABINO, doctor en Ciencias Sociales y profesor de la Universidad Francisco Marroquín.