Como todo partido que coseche apenas el 2% del voto obtiene acceso al Parlamento (Knesset), ha habido formaciones minoritarias que han ejercido una influencia desproporcionada en las coaliciones gubernamentales. Y como los asuntos cotidianos de la agenda israelí son de gran calado –la guerra y la paz, el complejo entramado de lazos regionales e internacionales en que está inmersa Jerusalén, las relaciones entre laicos y ortodoxos, la situación económica, etc.–, las tensiones, ya digo, suelen ser enormes.
El acuerdo alcanzado entre el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y el líder del partido Kadima, Saúl Mofaz, ha tenido por consecuencia la mayoría parlamentaria más amplia de la historia reciente del país: a partir de ahora el oficialismo controlará 94 de los 120 asientos de la Knesset. Con anterioridad, y dejando de lado el Gobierno de emergencia que lidió con la Guerra de los Seis Días (1967) –111 escaños–, solamente el laborista Simón Peres y el likudnik Isaac Shamir lograron –en 1984– un Gobierno de unidad nacional con tantos apoyos: 97 bancas. La norma, ya digo, ha sido la inestabilidad: pocos Gobiernos han podido agotar mandato.
Netanyahu era un premier fuerte antes del pacto; y, claro, lo seguirá siendo después. En cambio, y a tenor de lo que señalaban las encuestas, Mofaz estaba destinado a salir derrotado de las próximas elecciones. Ahora será vicepremier, ministro sin cartera y miembro del Gabinete de Seguridad. La incorporación al Gobierno de Kadima, una escisión del Likud creada por Ariel Sharon cuando éste llevó adelante la retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza (2005), dará mayor margen de maniobra a Netanyahu en sus negociaciones con los palestinos, habida cuenta de la pérdida de influencia que experimentará el canciller, Avigdor Lieberman, del partido Yisrael Beitenu, de línea dura. Una coalición menos dependiente de partidos derechistas y que suma a partidarios del ala blanda del llamado campo nacional, seguramente será más concesiva en lo referido al proceso de paz, cuyo progreso real, obviamente, dependerá también de la parte palestina.
Los grandes perdedores de esta recomposición de fuerzas son los haredim o ultraortodoxos, que han tenido un peso considerable en las cuestiones domésticas que más les afectan. Un tema de gran discusión en Israel es la exención del servicio militar de que gozan los estudiantes ultraortodoxos. Ahora, sus representantes políticos deberán hacer frente a un bloque de partidos seculares que suma 70 de los 94 escaños referidos: Kadima, Yisrael Beitenu y Likud.
Pero puede que el mayor impacto del cambio político israelí se perciba a 1.500 kilómetros de distancia del Estado judío, en la República Islámica de Irán. Ahora, Israel tendrá en el Gobierno a tres exmiembros de la prestigiosa Unidad de Reconocimiento del Estado General, conocida en hebreo como Sayeret Matkal, protagonista de las más brillantes operaciones militares del país: el premier Netanyahu, el vicepremier Mofaz y el ministro de Defensa, Ehud Barak. Las próximas elecciones generales tendrán lugar en octubre del 2013, lo que permitirá al Gobierno centrarse en un asunto crítico para la seguridad nacional, y la propia supervivencia del país, sin perder el tiempo en campañas electorales. Cabe preguntarse, por cierto, si el cambio en la coalición gubernamental no ha sido propiciado, precisamente, por el hecho de que la cuestión del programa nuclear iraní siga sin resolverse.
Con el islamismo cosechando los frutos de las revueltas árabes por toda la región (Egipto incluido), el Hezbolá rearmándose sin pausa y los ayatolás iraníes negándose contundentemente a abandonar sus aspiraciones nucleares, es factible que los principales líderes israelíes hayan finalmente comprendido que no se podía seguir postergando la conformación de un Gobierno de unidad nacional.