Rockefeller y Ford, los hombres más ricos de su tiempo, hicieron fortuna fabricando productos de calidad –kerosén y automóviles– a bajos precios para las masas. Más recientemente, el fundador de Wal-Mart, Sam Walton, hizo lo mismo vendiendo al por menor. Por el contrario, Slim es un "empresario político" que ha hecho fortuna manipulando a la burocracia mexicana en lugar de complaciendo a los consumidores en un mercado competitivo.
Durante el gran auge del capitalismo decimonónico norteamericano los empresarios exitosos tenían que innovar y competir, y ayudaban en la creación de mercados masivos. El Gobierno era limitado, protegía la propiedad privada, hacía cumplir los contratos y, exceptuando algunos aranceles y subsidios, no incurría en favoritismos. Aquel que satisfacía al mayor número de consumidores lograba tener la empresa más grande. Rockefeller decía a sus socios: "Tenemos que recordar siempre que refinamos petróleo para la gente pobre, que lo debe tener bueno y barato". Mientras el precio del kerosén bajó de 26 centavos el galón en 1870 a 8 centavos en 1885, la prensa, el Congreso y la competencia acusaban a Rockefeller de monopolista.
Ford, Walton y Gates también tuvieron que vender a las masas y a bajos precios para alcanzar el volumen que los haría muy ricos. El lema de Ford era poner un automóvil en cada garaje, no sólo en los de los ricos. Lo mismo hizo Gates con las computadoras. Cuando Washington se desvió del libre mercado, otorgando subsidios a empresas del sector del ferrocarril, la economía sufrió.
Lamentablemente, México tiene una larga tradición de derechos de propiedad débiles y Gobiernos grandes e intervencionistas. La Constitución de 1917 casi garantiza el caos económico; según el artículo 27, la propiedad no es un derecho, sino una función social, y los funcionarios pueden confiscar tierras e industrias que consideren no están beneficiando al interés general.
Así, inevitablemente, surgen grupos que cabildean con el fin de confiscar propiedades "en beneficio público". En los años 30 se nacionalizaron los ferrocarriles, que quedaron en manos de los sindicatos. La industria petrolera, los bancos y las compañías eléctricas fueron expropiadas, y a los accionistas gringos de esas empresas les pagaron unos 10 centavos por dólar.
Como era de esperar, las empresas nacionalizadas funcionaron con gran incompetencia, estando como estaban en manos de sindicalistas y funcionarios sin experiencia, que no sabían en qué tecnología invertir ni a quién contratar. La petrolera Pemex perdió dinero durante décadas.
En ese ambiente apareció Carlos Slim. Su padre, un inmigrante libanés, hizo dinero como comerciante en los caóticos tiempos que condujeron a la Constitución de 1917. Carlos Slim multiplicó la fortuna familiar con su habilidosa manera de acercarse a los funcionarios gubernamentales. En realidad, no hay otra manera de hacer grandes fortunas en economías masivamente intervenidas.
Su gran oportunidad surgió cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari decidió privatizar algunas empresas estatales ineficientes. Slim compró la telefónica Telmex en 1990, en una subasta nada transparente. Esa compra incluía la garantía de un monopolio telefónico durante seis años. Aunque ese monopolio supuestamente terminaba en 1997, él se valió de herramientas legales para mantenerlo; logró órdenes judiciales que bloquearon el acceso de la competencia a su red telefónica. Las tarifas telefónicas siguen siendo altas en México, y menos de una cuarta parte de los mexicanos tiene teléfono en casa.
Con un virtual monopolio en el sector de la telefonía y en la internet, Slim ha reinvertido sus inmensas ganancias de manera inteligente y amasado una inmensa fortuna. Sus nuevas empresas de construcción y de servicios petroleros disfrutan de contratos gubernamentales. Recientemente, el presidente mexicano, Felipe Calderón, se reunió con el Sr. Slim para insistirle en que acepte una mayor competencia.
No debe sorprendernos, entonces, que los mexicanos que aspiran a una vida mejor suelan voltear sus miradas hacia donde rige la competencia y se respetan los derechos de propiedad.
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