Son adoradores de la santa muerte, y las vidas que quitan las ofrendan a su deidad. Para hacer alarde de su poder, difunden en la internet sus crímenes: a veces degüellan a sus víctimas, o las ametrallan, y en no pocas ocasiones se cobran la vida de inocentes.
Esta semana supe con estupor del asesinato de dos pequeñas de 8 y 13 años en Guadalajara. Murieron en medio de una balacera, cuando unos sicarios intentaban secuestrar a un grupo rival. Lamento la pérdida de las chiquillas; asimismo, deploro que vayan a ser olvidadas. No sumarán en la lista de homicidios que se está cobrando la guerra del narcotráfico: para maquillar la realidad, el gobierno del presidente Felipe Calderón no las cuenta, sino que las considera muertes colaterales. Según la Comisión de Grupos Vulnerables de la Cámara de Diputados, entre diciembre de 2006 y octubre de 2010 fueron asesinados colateralmente 1.600 niños, y otros 40.000 quedaron huérfanos.
De acuerdo con el propio gobierno, el año 2010 fue uno de los más violentos. El crimen organizado, macabro protagonista del brutal sacrificio social y ciudadano, es responsable de por lo menos 15.723 de los homicidios registrados, que se convierten en más de 35.000 si tomamos como referencia todo el mandato de Calderón. Esto, sin contar los colaterales, que son centenares.
La ruina moral y la pérdida de valores están llevando a México a un punto irreversible. Las secuelas las padecerán también las generaciones venideras, pues algunas de las heridas son incurables.
Joaquín el Chapo Guzmán, una especie de reencarnación de Pablo Escobar, es uno de los responsables de este genocidio que está sufriendo México. El Chapo, jefe del Cártel de Sinaloa, se mueve entre México y Guatemala, y autoridades corruptas de ambos países le encubren. Él cree que lo que hace, ensangrentar la tierra, lo hace por su "México lindo y querido", por el bien de su familia, y que saldrá airoso. Pero cuando deje de ser útil y aparezcan nuevos capos, capos que paguen más a quienes le cuidan, su suerte cambiará.
Si cae Guzmán, surgirán otros chapos, porque el problema que representa la existencia de asesinos despiadados como éste seguirá ahí mientras haya hogares sin valores familiares, religiosos y morales. Sin esas bases, la maldad surge por inercia, y de ahí la corrupción y la falta de respeto por la ley. Es un círculo vicioso.
Quienes se benefician del narcotráfico: políticos, periodistas, banqueros que lavan dinero, están siendo cómplices de este genocidio. Quienes venden armas, ya sean Estados o grupos de negociantes, para que esa guerra prosiga, también han de ser juzgados. Quienes consumen cocaína y heroína, además de arruinarse la salud, están llenando los bolsillos de todos los anteriores. Ninguno de ellos tiene vergüenza ni corazón.
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