En el mundo de hoy, todavía hay cabida para el derecho del alma. Cada individuo vive una continua erosión interior con el paso de la vida. Zozobra, y dice sí a lo que sabe imposible. Y aunque sea un instante, opone una voraz resistencia a la lógica del Estado omnipresente, y sueña con transgresiones permanentes cuando su vida está tan envarada que apenas puede modificarla. Se complace en extravagantes seísmos colectivos que le revientan las sienes de felicidad.
Eso tal vez fue lo que pasó por algunas cabezas durante el pasado mini octubre rojo que padeció el gobierno de Sarkozy. A esa rebelión con ocupaciones de liceos y depósitos de carburantes le había precedido un agosto-de-pasión-vergonzante, con la controvertida expulsión de los roms.
Lo cierto es que los convocantes de las sucesivas huelgas generales no han sacado el menor rédito político. Queda el mal sabor de la impotencia y de una lucha perdida, sobre todo para aquellos trabajadores cercanos a los sesenta años.
El presidente no cedió. Triunfó en lo que no pudo Chirac.
La ley del sistema nacional de pensiones fue aprobada a finales de octubre. Fue el gran reto reformista, anunciado por Sarkozy en la campaña electoral de 2007. Ahora, en noviembre, aquellas voces que llenaron los telediarios se han acallado. El primer ministro, François Fillon, da a conocer a los titulares del nuevo gobierno.
Hacía falta un gobierno estable porque Francia está inquieta.
Sarkozy sobrevuela las contingencias partidistas para finalizar su proyecto de reformas estructurales de un Estado mastodóntico y agotado. Quiere acabar también con los años de inmovilismo. Dicen los que le conocen:
En la filosofía de Sarkozy, la reforma es permanente y no debe quedar supeditada a la campaña electoral.
Lo cierto es que el voluntarismo marca su estilo. A nadie se le escapa que sobre este nuevo damero político empieza la vuelta atrás: le quedan al presidente 500 días hasta las elecciones del 2012. ¡Qué fatiga para el ciudadano! ¡Qué hostigamiento!
No me interesa tanto el Sarkozy político cuanto el Sarkozy estilista. En su comparecencia del pasado día 16, ofreció un espectáculo de pragmatismo que, visto desde España, produce principalmente envidia. Cuando no admiración. Guste o no su habitual sobreactuación, nadie pone en duda su solidez como hombre de Estado.
A las 20:15 se inicia el face á face televisivo: tres periodistas solos frente al presidente. No, no, no me equivoco: tres periodistas solos frente al presidente. Y no lo contrario. Toda la partida dialéctica de la entrevista se desarrolló desde ese ángulo.
Sarkozy observa el trío que tiene delante. Ladea el cuello imperceptiblemente, sin mover un músculo. Alza el mentón como si quisiera tomar aire mientras escucha la primera pregunta de la veterana Claire Chazal. El arranque es algo abrupto. El presidente no responde de entrada, rectifica, corrige, matiza, enmienda y reconduce cada pregunta. Y finalmente, tras un ofuscado pero controlado "permettez-moi", procede a contestar, es decir, a contestarse a sí mismo.
"Sacré Sarko!", dicen los franceses.
El verdadero espectáculo estuvo en ese primer cuarto de hora, que cualquier profesional de la política sabe decisivo. Sarkozy engancha. Sabe medir el tiempo y conoce cada rincón del escenario. Las luces del salón Murat, donde habitualmente se celebran los consejos de ministros, son un mero fuego fatuo, porque un estilista como él sólo trabaja con las palabras.
Las primeras preguntas de la noche abordan los temas políticos más mediáticos del momento: el uso del término identidad nacional, la laicidad del Estado republicano frente a las comunidades religiosas, la inmigración ilegal. En la esgrima de la política, Sarkozy gana por habilidad. Y con sus primeros touchés se hace con la audiencia.
Amonesta a quien le planta cara: "Ne confondez pas les français et les commentateurs". O sea: no confunda a los franceses con los comentaristas. La cámara capta un imperceptible cruce de miradas. Los ojos de uno de los periodistas parecen achinarse súbitamente.
"Hace falta estabilidad para apaciguar al país". Prosigue: "He formado un equipo de combate al servicio de Francia".
Las semanas de protestas de octubre fueron un envite que nació muerto. Sarkozy lo sabe. "Los franceses tienen perfecto derecho a salir a la calle, pero yo debo garantizar la gasolina para todos. Yo soy el jefe del Estado". Creo oír:
Tengo un mandato con el pueblo francés, y lo cumpliré.
Bonita frase. Trivial a la par que enfática, y además es la preferida del general De Gaulle. La pronunció la tarde decisiva del 30 de mayo de 1968. Todos parecen aún recordar esa voz, incluso Sarkozy, que era, con perdón, un pipiolo.
En las actuales circunstancias, no me retiraré. Tengo un mandato del pueblo, lo cumpliré. Anuncio la disolución de la Asamblea Nacional (Discours et Messages. Vers le terme: 1966-1969, Plon, 1970).
Francia tenía esa misma tarde más de seis millones de huelguistas. Las calles abarrotadas exudaban festividad y tensión.
Nunca se estudia con suficiente detenimiento los discursos institucionales, que son, sin embargo, el alma misma de la nación. Nunca se valora suficientemente a quien los escribe, al arqueólogo literario que arroba lo presentable o silencia lo ominoso. Los discursos bien escritos surgen de quien conoce la luminosidad de la Historia, porque esa luz, una vez lanzada, se convierte en tradición retórica.
Pero de eso, en España, no tenemos.
La oratoria institucional francesa es una simbiosis del imaginario republicano con la pedagogía de lo nacional de la III República. Política y literatura han forjado un discurso clásico y culto que da continuidad histórica al sentimiento nacional. Por ello, Sarkozy recuperó el día de su investidura, el 16 de mayo de 2007, la sonoridad gaullista:
El pueblo me ha confiado una misión y la cumpliré. La cumpliré escrupulosamente, con la voluntad de ser digno de la confianza que me han manifestado los franceses.
La referencia al general es constante, tal vez porque, como escribe Max Gallo, "De Gaulle representaba la cara heroica de una Francia que no lo había sido siempre" (Le Point, 18 de noviembre). Y no le falta razón.
Francia se rige por un pacto republicano. Y éste incluye algo tan conceptual como las metonimias y algo tan constrictivo como la Ley. Pacto insoslayable, hasta ahora. Pacto que parece fragilizarse.
El presidente Sarkozy parte de un hecho palpable: el progresivo sentimiento de desafección de los franceses hacia sus instituciones. Constata una "pereza cívica", especialmente instalada en las escuelas. La igualdad de oportunidades en la escuela pública, hoy, se tambalea.
El historiador Max Gallo, uno de los intelectuales que apoyaron a Sarkozy en 2007, habla de des-nacionalización de la nación francesa. Sitúa el inicio del proceso en los dos septenios del presidente Mitterrand y durante la difícil cohabitación Chirac-Jospin. El término nación, dice, se convierte en algo sospechoso.
Pero la caja de Pandora se abrió cuando Eric Besson se puso al frente del Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional. El escándalo mediático se prolongó durante meses. Salieron los demonios del ataúd nacional, que resultó almacenar demasiados olvidos postcoloniales. Aun así, el debate nacional resultó ser intelectualmente apasionante y políticamente costoso para el presidente. En la nueva remodelación, este ministerio ha desaparecido. Queda borrada la expresión identidad nacional. Sarkozy dixit:
He renunciado al uso de identidad nacional porque suscitó malentendidos; pero al fondo no renuncio.
Son palabras. Sólo palabras. Y, para mayor énfasis, deletreó descaradamente la palabra: m-o-t-s.
La identidad es hoy el interés que cada ciudadano tiene por la nación a la que pertenece o en la que vive. Y basta con coger las páginas amarillas para ver la lista de franceses con apellidos de sonoridades muy lejanas.
Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa.
Cambio la palabra, pero eso no cambia nada.
Yo soy pragmático. La política son realidades.
La oratoria de Sarkozy es eficaz y sobria. Cortante como un exabrupto en temas innegociables. "Queremos un Islam de Francia, no un Islam en Francia". Cuestión de preposición. No sólo. Cuestión de Constitución. De soberanía nacional. La laicidad es un principio fundante de la igualdad.
No queremos mujeres en cárceles de tela.
Por encima de las comunidades está la comunidad única de ciudadanos que forma la república.
¿Existe un estilo Sarkozy? Ególatra, disciplinado, preciso. Presidencialista sin arrastrar la inevitable "sombra bonapartista" que acompañaría al general de Gaulle. "El estilo Sarkozy" es un fiat lux.
Ser político, no nos engañemos, es trabajarse la posteridad. "Mezclar su vida con una cierta presencia del sepulcro", como escribió Hugo. De Gaulle nunca se olvidó del sepulcro. Sus últimas lecturas fueron Chateaubriand y Napoleón. Fue un asceta en vida y quiso serlo en el tránsito:
Quiero ser enterrado en Colombey. A mis funerales, ni presidente, ni ministro, ni cualquier representante de Asamblea alguna. Sólo los compañeros de la Liberación.
¿Ascetismo o egolatría desorbitada?
No dudo de que el presidente Sarkozy sueñe con un sepulcro a su medida. Aparentemente más conforme al hedonista. Pero será sin duda otra ceremonia del adiós, bien distinta.