Es una vieja dama cubierta de cicatrices que no se deja engatusar ni por jóvenes oficiales de caballería ni por los yuppies del maletín, y aún menos por los burócratas políticos, que pululan y ululan, no tanto en Soria como en Bruselas, Estrasburgo y otras capitales. Y Europa, después de haber vencido al nazismo y al comunismo (pero con la ayuda primordial de los USA, que no se olvide), ha vencido a la UE.
Veamos algunas peripecias recientes. Aunque el paripé de la Constitución sea asimismo reciente, teniendo en cuenta la desmemoria y la desinformación, creo que vale la pena recordar porqué votamos "no". La modestia me impide emplear el plural; diré porqué voté "no".
– Odio la idea de una superpotencia europea, creada autoritariamente con el único (o esencial) objetivo de enfrentarse a los USA. Se expresaron diferentes matices, como no "enfrentarse" sino "independizarse" (?), y sofismas por el estilo, pero quedaba bien claro que se pretendía crear a marchas forzadas una superpotencia contra, y no estrechamente aliada (política, militar y económicamente) al resto del mundo democrático, los USA, claro, pero también Australia y Japón, pongamos.
– Rechazo la idea de una creación arbitraria, burocrática y autoritaria (incluso con el voto favorable de ese fantasmal Parlamento Europeo), de un Superestado que hubiera destruido las naciones europeas. Las naciones, sus señorías (y los españoles lo estamos viviendo trágica y pésimamente estos días), no se liquidan así como así, por voluntad imperial y anhelos de conquista de una clase política bastarda, y de ciertos estados de mediana potencia que sueñan convertirse en superpotencias.
Las naciones se han ido creando durante siglos, y ha corrido mucha sangre, mucho sufrimiento y muchas ilusiones para que lleguen adonde han llegado, y eso es una realidad histórica, política y cultural que no se anula por decreto.
– Y, last but not least, la Constitución era un monstruo, inaplicable y sumamente contradictoria, que permitía y a renglón seguido prohibía las mismas cosas. Cada artículo de moderada inspiración liberal se veía obstaculizado por veinte artículos en sentido contrario. Y lo único que quedaba claro y concreto, como lo reivindicaba el propio padre de la criatura, Giscard d'Estaing, era su voluntad imperial: un Superestado para una superpotencia. Todo ello embadurnando de falaciosas promesas (seremos más fuertes y, por lo tanto, más prósperos y más felices), en las que nadie creía.
Se han expuesto otros argumentos y críticas, pero estas tres me bastan para justificar mi "no". Como debería haber hecho el PP, si fuera consecuente con sus declaraciones liberales. Pero no fue le único: otros partidos europeos, reservados, reacios o contrarios al espíritu y a la letra del mamotreto constitucional de marras no se atrevieron a rechazarla con su voto, por conformismo, miedo a aislarse y parecer "antieuropeos", cuando era precisamente esa Constitución la que era antieuropea.
El "no" en Francia, evidentemente el más importante, también era el más ambiguo. Expresaba a la vez varias cosas: un lógico rechazo a la liquidación de la nación francesa, pero acompañado de una voluntad suicidaria de encerrarse en sus propias fronteras, de una nueva autarquía, a lo que se añadía la demagógica reivindicación de una nueva URSS, disimulada bajo los oropeles de la "Europa social". Porque una cosa es la destrucción de un plumazo de las naciones y otra, muy diferente, que esas naciones estén abiertas al mundo.
Bien sabido es que, desde el Tratado de Roma, lo único positivo, pese a inevitables altibajos, contradicciones y problemas, ha sido el Mercado Común, que procedía de una inspiración liberal, con la apertura de las fronteras económicas, la libre circulación de los capitales, las mercancías, las personas y los servicios, etcétera (¡Hola, Bolkestein! ¿Qué tal?), que la Constitución, en ciertos de sus artículos, impuestos por la socialburocracia, ponía de pronto en tela de juicio.
Pero resulta que, con la globalización, el mercado común europeo ha quedado ampliamente superado. Crear una frontera económica común para 25 países, en lugar de 25 fronteras, aunque sea a todas luces positivo, es insuficiente para impulsar el desarrollo económico, que exige mucha más libertad, a la vez que una política internacional. Y ya que los argumentos a favor de la UE son esencialmente defensivos, cabe preguntarse: ¿cómo resiste al chantaje petrolero, con su increíble aumento de los precios, o a la "invasión" de productos de consumo chinos? Son sólo dos ejemplos. En cambio, la gigantesca burocracia parasitaria de la UE, que despilfarra en balde billones de euros, a cargo de los contribuyentes, sí que constituye un obstáculo al desarrollo, y concretamente al consumo.
Aunque sea brevemente, quiero aludir a dos cuestiones fundamentales: la "Europa de las regiones" y la "política exterior" de la UE. "La violencia se ha acabado y la sociedad vasca no la permitirá nunca más", ha declarado Ibarreche. ¿Quiere esto decir que la sociedad vasca la permitía hasta ayer por la tarde? ¿O que los amos absolutos de la violencia, quienes deciden cuándo empieza y cuándo termina, son él y el PNV, y ETA sólo sus locos de alaeuskalduna, asesinos disciplinados y obedientes? Hay veces en que los discursos se convierten en confesiones involuntarias. También declaró que la única Constitución de los vacos son sus "derechos históricos", o sea nada, porque tales "derechos" no existen, los han inventado para nutrir la Leyenda y el "sacrificio", o sea el asesinato.
Pero el nacionalismo vasco, además de un irredentismo fanático que no piensa, sólo odia, pretende en su vertiente "política" sitúar su futuro en la "Europa de las regiones", considerando, en su delirio, el futuro País Vasco como una de las más importantes, después de haber conquistado Navarra y el suroeste de Francia. Pues resulta que la "Europa de las regiones" no existe, ni existirá jamás, y ese retorno al paraíso medieval perdido, bucólico y placentero, soñado por algunos bretones –y que históricamente fue un periodo de guerras incesantes y de hambrunas–, tiene infinitamente menos realidad de la que tuvo la difunta UE.
No, no hemos terminado con el drama vasco, pese a que tantos se hagan ilusiones y otros parezcan alelados e impotentes.
Lo más grave en relación con la "política exterior" de la UE no es que apenas exista, es que sea catastrófica y reaccionaria. Hace ya tiempo que la UE apoya y mantiene a los tiranos en América Latina, como en Oriente Próximo y Medio. Su paranoia antiyanqui, como sus intereses petroleros, le impulsa a un política "proárabe" –o sea pro déspotas musulmanes– que a veces le conduce a elegir Ben Laden contra Bush, y no hablemos de Sadam Husein, ayer, como de los demás tiranos, hoy.
Desde luego, no siempre existe unanimidad, y, por ejemplo, durante la crisis iraquí Tony Blair, José María Aznar, los gobiernos de los países de la Europa ex comunista, otros, la mayoría en realidad, se opusieron a la política anti Bush y pro Sadam de la minoría, encabezada entonces por Francia y Alemania, pero los medios y la calle lograron, sin embargo, arrinconar hasta cierto punto a los partidarios de la solidaridad internacional de las democracias contra el terrorismo. Lo cual demuestra, si fuera necesario, la importancia que tiene la batalla y la victoria en los medios y en la calle.
Y ante los problemas candentes de hoy, como las armas nucleares y las amenazas del totalitarismo iraní, muy concretamente contra Israel, la única democracia de la región, o la victoria de los fusiles de Hamas en las elecciones palestinas, quienes reafirman su voluntad de destruir Israel, lo mismo que sus aliados ayatolás, ¿qué hace la UE, sino tergiversar y claudicar, tragándose los sacrosantos valores europeos y los derechos del hombre –¡y de la mujer!–, a cambio de "treguas" y "paces" ilusorias?