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LOS BALCANES

El embrollo de Kosovo

No importa que la hasta hace poco provincia serbia de Kosovo no cuente con uno solo de los atributos de un Estado. Nunca los ha tenido, pues ni siquiera era una de las repúblicas que conformaban la antigua Yugoeslavia. Da igual, la Asamblea kosovar declaró unilateralmente la independencia el pasado día 17 de febrero, y acto seguido los principales actores internacionales corrieron a reconocer a Kosovo como un Estado más.

No importa que la hasta hace poco provincia serbia de Kosovo no cuente con uno solo de los atributos de un Estado. Nunca los ha tenido, pues ni siquiera era una de las repúblicas que conformaban la antigua Yugoeslavia. Da igual, la Asamblea kosovar declaró unilateralmente la independencia el pasado día 17 de febrero, y acto seguido los principales actores internacionales corrieron a reconocer a Kosovo como un Estado más.
Hashim Thaçi, primer ministro de Kosovo.
Sobre los pros y contras del reconocimiento de este nuevo Estado, sobre sus consecuencias en otras zonas con movimientos secesionistas, sobre sus implicaciones para el orden internacional se ha dicho ya prácticamente todo. Por eso me voy a centrar, primeramente, en otros aspectos, más colaterales pero que permiten entender el embrollo de Kosovo en toda su dimensión.
 
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La independencia de Kosovo viene a poner de relieve el fracaso del realismo tal y como se ha aplicado en los Balcanes. Ni la ONU y la Unión Europea, primero, ni la OTAN, después, intentaron jamás atajar el problema balcánico de raíz. Su objetivo fue algo mucho más limitado: detener la sangría en la zona, que ya se había vuelto insufrible para la conciencia de las sociedades europeas.
 
Con la experiencia soviética en mente, lo que se aplicó fue una estrategia de contención del mal, esto es, de Slodoban Milosevic, y de congelación de la situación tal y como estaba tras varios años de combates de unos contra otros. Lo de fomentar la democracia era algo muy secundario, y si se hacía era porque se consideró que el mantenimiento de la paz pasaba por unas instituciones que pusieran coto al odio y a la violencia étnica, no porque aquélla fuera la única opción para garantizar el buen funcionamiento de los pueblos afectados.
 
En todo caso, las instituciones que se sostuvieron gracias a las bayonetas de la Alianza Atlántica nunca dieron el fruto deseado, y la pretendida reconciliación realmente se consiguió mediante la legitimación de nuevas mayorías o de separaciones absolutas (piénsese, por ejempo, en el caso de la República Serbia de Bosnia-Herzegovina). O sea, que el principio por el que luchó la OTAN en 1995, el rechazo a las entidades nacionales construidas sobre bases étnicas, por mucho que se dijera, no se impuso. La prueba la tenemos en los miles de desplazados que todavía no osan, posiblemente ya ni quieran, regresar a sus casas por temor a la violencia de sus vecinos de etnia diferente.
 
Slobodan Milosevic.El caso de Kosovo fue sangrante. Teóricamente, la campaña aérea de 1999 tuvo por objetivo proteger a la población albano-kosovar de una limpieza étnica llevada a cabo por las tropas de Milosevic. Hoy sabemos que el genocidio del que hablaban todos los medios jamás tuvo lugar, que se trató de una campaña de manipulación orquestada, entre otros, por el actual líder de Kosovo, Hasim Thaçi.
 
Nadie en la OTAN fue a la guerra por la independencia de Kosovo. Yo estaba en el Ministerio de Defensa en aquel entonces, y puedo asegurar que quien diga lo contrario está equivocado o mintiendo. Sin embargo, sí es verdad que de la Conferencia de Rambuillet, el fracaso diplomático que condujo a la intervención militar, se salió con la idea de que el statu quo de Kosovo era insostenible. Por muchas razones, de las que el debilitamiento definitivo de Serbia no era la menor.
 
En tanto que pieza en el tablero del poder –y de la debilidad– en la zona, a nadie se le ocurrió exigir entonces que Kosovo, además de independiente, fuera democrático, tolerante y respetuoso con la minoría serbia. Es más, nadie pensó que Kosovo tuviese que mostrar sus credenciales democráticas antes de acceder a la independencia. Sencillamente, porque no era ésa la agenda de los realistas.
 
Sólo los tan criticados neocon americanos llamaron la atención sobre la condicionalidad democrática. Ahí están las páginas del Weekly Standard para acreditarlo. Pero ahora, cuando se sabe que los albano-kosovares han sido tan verdugos de los serbo-kosovares como éstos de aquéllos, todo eso se olvida fácilmente. Porque Kosovo tiene que existir. El hecho de que no importen las cualidades del nuevo Estado representa un ataque frontal a la agenda de la libertad defendida en los últimos años por la Casa Blanca.
 
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Con la crisis de Kosovo se ha vuelto a comprobar que la Europa comunitaria será una unión en lo económico, pero no en materia de política exterior. Y es que la UE no ha sido un actor decisivo ni determinante; más bien ha ido siempre arrastrando los pies, a remolque de lo que los americanos hacían o decían.
 
Europa ha esperado confortablemente hasta que los albanokosovares, a los que alimentamos, han abierto por su cuenta el melón de la independencia, con el discutible beneplácito del Departamento de Estado norteamericano. Por otro lado, su coherencia ha quedado una vez más en entredicho, habida cuenta de que la posición común adoptada por sus responsables de Exteriores: se acuerda de mutuo acuerdo que cada Estado miembro reaccione ante la independencia como mejor crea...
 
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Kosovo abre un nuevo frente para la OTAN, que se encuentra desplegada en ese territorio bajo mandato de la ONU y con un acuerdo arrancado por la fuerza a Serbia.
 
Cuartel general de la OTAN.La Alianza Atlántica no fue allí para garantizar las fronteras o la seguridad de un Kosovo independiente, ni para mantener su integridad territorial, como pretende ahora. Las nuevas circunstancias modifican sustancialmente su misión, y, en consecuencia, su mandato y cobertura legal. El disenso en la Unión Europea no tiene demasiadas consecuencias, pero la falta de unanimidad en el seno de una alianza militar es mucho más grave, como se está viendo un día sí y otro también en Afganistán.
 
Las discusiones sobre qué hacer han sido muy fuertes en el Consejo Atlántico, y forzar opciones en la OTAN jamás ha servido para otra cosa que para generar mayores fricciones en el futuro.
 
Y todo esto, por contentar a poco más de millón y medio de albano-kosovares que quieren ser independientes de Serbia y, para ello, han roto con los principios básicos que motivaron las sucesivas intervenciones armadas en los Balcanes, se han saltado la legalidad que ampara a los Estados nacionales legítimamente reconocidos, han puesto en peligro la recuperación democrática en Serbia, han enfadado a Putin y han alimentado a los independentistas de medio mundo, desde Elgóibar hasta Ramala.
 
Lo peor es que, ahora que Kosovo es independiente, tenemos que seguir tratándolo como si no lo fuera, porque resulta absolutamente incapaz de funcionar como un Estado.
 
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Cabe destacar, por último, la incongruencia del Gobierno Zapatero, que se niega a reconocer a Kosovo, sin explicar muy bien por qué, pero que actúa como si lo hubiera hecho. Ha tenido cuatro años para prepararse para este momento crucial, y los ha desperdiciado. Su irrelevancia internacional ha tenido por consecuencia que nuestros socios no nos escuchen y que, por temor a un aislamiento todavía mayor, caigamos en la inconsecuencia.
 
Las tropas que tenemos desplegadas en Kosovo se han quedado sin la cobertura y el mandato que sustentaban su misión. Pero eso a Rodríguez Zapatero parece darle igual. Y no debiera ser así, pues no se ha de enviar a nadie a correr riesgos innecesarios. En este punto, conviene recordar que el Gobierno exige mandatos de la ONU para las actuaciones de nuestras Fuerzas Armadas. Así las cosas, deberá explicar por qué nuestros soldados siguen en Kosovo, sin aprobación de la ONU.
 
Sea como fuere, ha llegado el momento de que todo dirigente responsable piense qué hacer, ahora que Kosovo ha sido reconocido como lo que no es y lo que no nos gusta que sea, un Estado independiente. Que no sea de verdad independiente da lo mismo: lo es formalmente. Y que no nos guste es, a estas alturas del zapaterismo, irrelevante. ¡Qué se la va a hacer!
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