Robert Gates, secretario de Defensa norteamericano y ex jefe de la CIA, funcionario con fama de genio en Washington, escuchó pacientemente la andanada y abandonó el lugar antes de que finalizaran los actos. Morales acusó al gobierno norteamericano de haber estado tras las supuestas intentonas golpistas ocurridas en Venezuela (2002), Bolivia (2008), Honduras (2009) y Ecuador (2010). Dijo que Washington había "ganado" en Honduras pero "perdido" en los demás países. Hugo Chávez no tardó en felicitar a su amigo por lo que había hecho.
Chávez y Morales son rabiosamente antiamericanos. El antiamericanismo, para ellos, es un complemento clave de la ideología. Están convencidos de que el origen de todos los males del planeta está en el malvado comportamiento de lo que llaman "el imperio".
Morales, además, posee informaciones sorprendentes. Explica el origen de la calvicie europea como una prueba de la decadencia de la raza degenerada del hombre blanco, ha tomado nota de las agresiones del imperio romano a su país, y no duda de que la creciente falta de virilidad occidental es producto de la ingestión de pollos hormonados.
En todo caso, el señor Gates salió relativamente bien librado de la ofensiva verbal del pintoresco presidente de los bolivianos: podía haberle dado un rodillazo en los testículos, como el que le dio un jugador de fútbol con el que tuvo un encontronazo durante un partido, paradójicamente, amistoso.
El incidente ha servido para obligar a la administración de Obama a admitir una realidad muy desagradable, de la que la Casa Blanca y el Departamento de Estado pretendían evadirse: en América Latina hay cuatro gobiernos nucleados en torno al eje Caracas-La Habana denodadamente empeñados en perjudicar a Estados Unidos. Esos gobiernos, colocados bajo la etiqueta del socialismo del siglo XXI, aunque no todos de la misma manera ni con igual intensidad, cooperan con Irán en el desarrollo de armas nucleares, protegen a las guerrillas narcoterroristas de las FARC, mantienen una actitud antisemita y antiisraelí que les lleva a colaborar con los extremistas del Medio Oriente y se sienten forjadores de un foco redentor de la humanidad –como en su momento lo fueron la URSS y sus satélites– que algún día conseguirá doblegar a Estados Unidos y a Occidente, esa "civilización de la muerte", como suele decir Morales.
¿Qué puede hacer Estados Unidos frente a esta situación? Para algunos estrategas, se trata de un peligro menor que en algún momento llegará a su fin por razones estrictamente domésticas, dado que emana de gobiernos débiles, desorganizados y corruptos, con un líder natural, Hugo Chávez, con fama de loquito, que despierta cierto entusiasmo zoológico pero al que no se puede tomar en serio.
En época de George W. Bush, el anterior presidente, los norteamericanos jugaron con la fantástica ilusión de que el Brasil de Da Silva los ayudaría a moderar el ambiente, pero no tardaron en descubrir que Lula, realmente, era uno de ellos, aunque dentro de las fronteras de su país se comportaba prudentemente y era casi un viajante de comercio de las empresas brasileras. Era un curioso caso de esquizofrenia ideológica.
Es probable, sin embargo, que el incidente con Robert Gates cambie esta negligente indiferencia con que, hasta ahora, Washington ha juzgado lo que sucede en América Latina con los países del llamado socialismo del siglo XXI. Se lo escuché decir al respetado ex embajador norteamericano Roger Noriega: "Si, como antes lo intentó Moscú, se empeñan en ser enemigos de Estados Unidos, si se asocian a nuestros peores adversarios, aquellos que quieren destruirnos, y si tratan de perjudicar nuestros intereses y liquidar el modelo de gobierno que los norteamericanos nos hemos dado libremente, ¿por qué no tratarlos como lo que ellos mismos han elegido ser?''.
Buena pregunta.