Les respondí, y apunto ahora aquí, que la diferencia entre uno y otro caso es de 1.300 millones de habitantes a 10. China, con su economía de plantación industrial, ha entrado en el mercado mundial, pero no los chinos: si acaso, una exigua minoría, que a nosotros nos parece una mayoría porque se cuenta en millones. Cuba no puede entrar en el mercado mundial sin que lo hagan los cubanos, sea como empleados de las empresas internacionales que no tardarán en establecerse allí, sea como emprendedores particulares: doy un plazo máximo de cinco años para que el tabaco, el azúcar y su principal derivado, el ron, vuelvan a manos de empresarios privados, no pocos de ellos cubanos, como los potentados rusos que amasaron sus fortunas al amparo de los restos del naufragio del poder soviético. El paso de la URSS a Rusia no implicó una plena democratización, y Putin es tan zar como Stalin o Pedro el Grande, pero hubo ochenta años de suspensión de la propiedad privada, que ha vuelto por sus fueros, y eso lo cambia todo. Hasta es lo que determina que las elecciones las gane Medvedev o cualquier otro candidato al Gobierno, que no al poder, que proponga el ex agente del KGB. Y a esto quería yo llegar.
Las transiciones tras largas dictaduras, y en España sabemos mucho de ello, no suelen ocurrir por la vía de la derrota, sino que surgen del interior del propio régimen. Ninguno de los dirigentes postsoviéticos, ni en Rusia ni en varios de los que habían sido sus países satélites, han sido ajenos a los regímenes previos. Excepciones: Polonia, donde Solidarnosc exigió lo que los comunistas jamás habían concedido, el control obrero de la producción, y el retorno al capitalismo se produjo por la vía de una rebelión situada a la izquierda del poder, por paradójico que ello pueda parecer; en parte, Rumanía, donde el odio a Ceaucescu y a su policía política superó todas las opciones entre un sistema y otro; Checoslovaquia, donde el cambio fue dirigido por Alemania (incluso en lo de la partición de Chequia y Eslovaquia), y Yugoslavia, donde también Alemania intervino de manera directa, al respaldar la separación de Eslovenia y Croacia y dar lugar a la guerra que siguió: eso no era la caída del comunismo, sino la realización del viejo plan germano de recomposición del viejo Imperio Austrohúngaro.
La transición política cubana, casi paralela a la transición económica, viene del interior del régimen. Con asombrosa ingenuidad titulaba La Razón el pasado 21 de julio, en su página 26: "Los partidos libres se asoman a Cuba". Entradilla: "Arco Progresista anuncia la creación de una formación política. Sus promotores pretenden dar cabida a liberales, socialcristianos, demócratas sociales y humanistas". Salvo por el misterio que envuelve la palabra humanistas, el resto es la UCD. Pie de foto: "El activista político Manuel Cuesta, en una fotografía de archivo". Una mirada a Manuel Cuesta Morúa define de golpe un montón de cosas.
En primer lugar, hay que decir que el hombre es negro, lo cual es un avance por sí mismo: el Comité Central del Partido en Cuba sólo albergó un negro en medio siglo, y eso porque era un héroe de Sierra Maestra, Juan Almeida, sin el menor poder real. Ya en la vejez, le dieron el premio Casa de las Américas, y Roberto Fernández Retamar dijo que el jurado no sabía quién era el autor de esas memorias galardonadas, como si hubiera muchos capaces de recordar lo que recordaba Juanito Almeida de la guerra que precedió a la toma del poder en 1959.
En segundo lugar, hay que decir que el hombre es historiador, que en Cuba es mucho decir. Más que en España, donde, además de estar discutiendo la Guerra Civil hasta que no quede de ella más que un montón de mentiras, sigue habiendo temas tabú, como el de la historia empresarial y política de Francisco Cambó, con sus largos tentáculos extendidos sobre Francia, Italia e Hispanoamérica, Argentina en particular. Si la historia, como la guerra, es la continuación de la política por otros medios, en América Latina, y de modo muy especial en Cuba, cabría casi decir que ni siquiera es una continuación: es la política misma, día a día. Sólo en la URSS alcanzó tal relieve la reescritura revolucionaria de la historia, que hoy es difícil investigar la historia rusa presoviética por la inaccesibilidad de los archivos o por su destrucción. Lo que significa que Manuel Cuesta Morúa es un hombre político por oficio, un trabajador del pasado, al que se puede remodelar y se remodela al antojo de los sucesivos regímenes (de paso sea dicho, una de las cosas que definen al zapaterismo como régimen es precisamente ese afán de transformar el pasado nacional hasta borrar Hispania del mapa de los tiempos).
En tercer lugar, Manuel Cuesta Morúa luce buenas gafas, una excelente camisa con doble abotonadura en las mangas y una corbata de diseño (de seda, a juzgar por el nudo). O sea, que no se parece en nada a un cubano de a pie. Que es un personaje con autorización para moverse por el mundo, manejar dólares y desplazarse en coche: no tiene la pinta de clandestino de segunda de Isidoro, lo que significa que nadie se ha preocupado por disimular sus pactos ni por plantear su porvenir como un azar congresual en Suresnes. Que nadie se confunda: tampoco es Adolfo Suárez, que se inició, en gran medida por decisión y confianza de Herrero Tejedor, como ministro Secretario General del Movimiento.
Éste no viene de las fotos oficiales. Tampoco viene del riesgo de las Damas de Blanco, ni del de sus parientes encarcelados, ni de la disidencia esforzada de Raúl Rivero, ni pertenece al mundo del exilio en ninguna de sus vertientes, londinenses, parisinas, mexicanas o floridenses: el mundo de Cabrera Infante, de Franqui, de Sarduy, de Reinaldo Arenas, de Manuel Pereyra, de Jacobo Mahover, de José Kozer, de Carlos Alberto Montaner, de Manuel Díaz Martínez, de Jesús Díaz; ni siquiera al más reciente de Norberto Fuentes, que es la prueba fáctica de que el general Ochoa fue fusilado para que no ocupara el lugar de Manuel Cuesta Morúa.
"Nuevo país, construyendo la Cuba de los ciudadanos": ése es el lema de Cuesta Morúa. Suena, ¿no? Veamos el comienzo de la nota, fechada en Ciudad de México: "Tres grupos de la coalición opositora cubana Arco Progresista (¡AP!) han anunciado en La Habana la creación de un partido político unificado, con el que pretenden conseguir una mejor estructuración de su proyecto socialdemócrata para abordar los desafíos que enfrentará la isla en la transición que según ellos se avecina".
Sigue la nota: "La fusión de la Coordinadora Socialdemócrata de Cuba (en el exilio), el Partido del Pueblo, con base en la región oriental de la isla, y la Corriente Socialista Democrática tuvo lugar durante la sesión inaugural de la Primera Convención Nacional del AP, celebrada este fin de semana en una casa particular del municipio capitalino de La Habana Vieja". "Solamente 25 personas asistieron a la apertura de la convención, que corrió a cargo de Leonardo Calvo, debido a que muchos de los asistentes confirmados fueron retenidos". ¿Por quién y dónde? ¿Por qué retenidos y no detenidos? ¿Alguien detuvo después a Calvo o a Cuesta Morúa? Las respuestas son obvias: nadie detuvo a nadie, y la Seguridad del Estado sabía que la reunión se llevaba a cabo.
¿Alguien se acuerda del franquismo? No era nada fácil hacer una reunión así, y mucho menos anunciar nada parecido en Madrid o en Barcelona: recuérdense la Capuchinada, las reuniones de CCOO en las iglesias y, más tarde, ya en plena transición, las labores de enlace de Miguel Boyer para presentar a Isidoro y Fraga, o a Carrillo y Fraga... Pero este historiador y dirigente de la "disidencia interna moderada" (sic) sostiene que este partido "da cabida a los sectores social-liberales, socialcristianos, demócratasociales y humanistas que quieran participar desde dentro o fuera de la isla", sectores "identificados con los valores del socialismo, el nacionalismo, los derechos humanos, la democracia, la solidaridad, la institucionalidad, la moderación, el diálogo y la reconciliación". Largo me lo fiáis, y un pelín contradictorio, pero menos leche da un ladrillo.
Ésa es la vía oficial de la transición cubana, y así se marcan las reglas del juego. Los movimientos de la sociedad civil irán entrando poco a poco, y diluyéndose, en organizaciones políticas.