Un joven que conoció el inicio de los movimientos sociales en la plaza Tahrir de El Cairo se molestaba cuando su épica se pretendía comparar con la de los que han aparecido después en Occidente.
Es insultante. Es una falta de respeto a los miles de individuos brutalmente asesinados en Medio Oriente y el Norte de África en su verdadera lucha por libertad.
En realidad, los actos y propuestas de nuestros estudiantes buscan cercenar la libertad de otros. Se dejan acompañar por la violencia, con daño a muchos. Usando la fuerza y sin un razonable proceso democrático, toman escuelas e impiden que quienes lo desean terminen el año.
Pero más grave es que buscan reestructurar el sistema educacional estatizándolo aún más. Millones de personas que hoy eligen escuelas privadas o educación terciaria distinta de la tradicional saldrán perjudicadas. La municipalización, con sus defectos, fue una mejora sobre un sistema central ineficiente. Las escuelas privadas subvencionadas, con sus distintas organizaciones, son hoy en promedio mejores que las estatales y reciben menos aportes. Las cifras de la OCDE muestran el avance que Chile está consiguiendo. Mientras en EEUU, desde hace mucho tiempo, el número de personas con educación terciaria es de 40 por cada 100, en Chile es de 35 entre quienes tienen entre 24 y 35 años, una mejora sustancial si se tiene en cuenta que sólo posee ese tipo de estudios el 17% de sus compatriotas con entre 54 y 65 años.
Cuando miramos con detalle la cuestión de la desigualdad, vemos que se ha venido mejorando en este rubro en las últimas generaciones. Curiosamente, otros países sudamericanos que nos superaban de lejos están estancados, y eso que son países que supuestamente cuentan con acceso libre y gratuito a la universidad.
Lo anterior no significa que no se pueda hacer nada. Si la preocupación es la calidad, debieran retomarse, para la educación primaria y básica, las propuestas que facilitaban la evaluación de profesores y directores, dando incentivos para que mejoren. En vez de más aportes sin rendición de cuentas a las universidades tradicionales, se debe avanzar en que compitan por ellos.
El problema del costo de la educación superior es el que más interés suscita en la opinión pública. Educar a los hijos es una de las responsabilidades más grandes que se asumen. Pero la educación no es gratis: tiene un costo. Hay que pagar a profesores, a funcionarios, costear infraestructuras y servicios. La pregunta no es si debe ser gratuita o no, sino quién la paga. Un mínimo de equidad dice que los que la reciben tienen que asumir responsabilidades, y un buen sistema de becas y créditos lo hace posible. Los cambios que el gobierno propone en estas materias mejoran lo que hoy existe.
No es cierto que para bajar los costos baste con eliminar la posibilidad de ganancias. Si fuera tan fácil, ¿por qué no hacerlo en los sectores alimentario, textil, sanitario? Los totalitarismos marxistas intentaron eliminarlas, con consecuencias desastrosas.
La realidad es que las ganancias, o posibles pérdidas, son un costo más... e indispensable. Lo que sí ayudaría sería ampliar el tipo y el número de instituciones que pueden competir en tal sector, no reducirlo, así como ofrecer un buen sistema de información, para facilitar la decisión de los alumnos.
Es mal presagio que, discutiendo de calidad y costos, cientos de miles de jóvenes terminen con un pésimo año escolar, o incluso lo pierdan. Los costos serán enormes y los pagarán toda la vida. Nuestros líderes políticos no debieran amedrentarse o caer en el oportunismo. Desgraciadamente, algunas propuestas y proyectos muestran que lo están haciendo. Si prosperan, el costo para los jóvenes será aún mayor.
© El Cato
HERNÁN BÜCHI, exministro chileno de Economía.