
Desde estas páginas, los miembros del GEES hemos dedicado algunos artículos a comentar el estado en que se encontraban los trabajos preparatorios, cuáles eran las posiciones nacionales y qué expectativas teníamos de lograr un acuerdo suficiente. Una de las constantes de esos artículos era llamar la atención sobre el debate interno norteamericano. Los norteamericanos tienen muy claras cuáles son sus responsabilidades en la escena internacional. De ahí que vengan animando, más que ningún otro estado, la adaptación de estos organismos a la realidad de nuestro tiempo.
Pero ese compromiso con la reforma no implica que estén dispuestos a esperar el resultado de estos procesos para tomar decisiones sobre qué hacer si el resultado fuese negativo. Más aún, republicanos y demócratas tienen muy pocas esperanzas depositadas en la capacidad de reforma de Naciones Unidas y de la Alianza Atlántica, de ahí que empleen tiempo y esfuerzo en estudiar alternativas.
Si Naciones Unidas no existiera habría que crearla, porque en algún sitio tienen que reunirse los delegados del conjunto de estados que conforman el planeta. Ahora bien, esta reunión, a la que llamamos Asamblea General, no deja de ser un cóctel imposible entre regímenes de toda calaña donde las dictaduras tratan de dar lecciones de democracia, los asesinos, de derechos humanos y los proliferadores, de desarme. En alguna institución tienen que reunirse los grandes para tratar los problemas de seguridad internacional, pero, cuando los derechos de veto impidan la toma de decisiones, en algún lugar habrá que adoptarlas.
La Alianza Atlántica cumplió una función fundamental durante la Guerra Fría, pero si quiere continuar siendo relevante tendrá que asumir competencias de seguridad interior, aceptar las consecuencias de la globalización, incorporar a países lejanos que comparten sus principios fundacionales…

El informe asume la tesis neocon por excelencia: la estabilidad depende de la expansión de los valores democráticos. Por lo tanto, el eje de la política exterior norteamericana tiene que ser la defensa de la democracia liberal. Este principio vale también para la reforma de los organismos internacionales, en especial, por razones obvias, para la Alianza Atlántica. Este organismo debe asumir su promoción como un objetivo fundamental y tiene que abrirse al conjunto de las democracias.
Siguiendo con las tesis presentadas en el Informe Aznar, la OTAN debe trasformarse en una Alianza por la Libertad. Exactamente la posición contraria a la Alianza de las Civilizaciones, donde se renuncia expresamente a importunar con demandas democráticas a las autoridades nacionales, se relativizan los valores a las características de cada civilización y a cambio se busca un entendimiento.
Una de las novedades que presenta el informe es que recoge una idea que estaba en el ambiente y que el GEES ha defendido en más de una ocasión desde estas páginas: si el Consejo de Seguridad no se reforma y/o no es capaz de tomar decisiones, si la OTAN no se hace global, no incorpora a las grandes democracias del planeta y no asume la Guerra contra el Terror… es necesario crear una nueva institución, que denominan "Concierto de las Democracias", que actuaría como último resorte legitimador.
El Consejo de Seguridad tiene legitimidad jurídica, pero no democrática. Muchos de sus miembros son regímenes dictatoriales, empezando por dos que tienen derecho de veto: Rusia y China. La OTAN se está fracturando por la falta de coherencia estratégica y por su propio crecimiento. Sólo un "senado" donde estén representadas las grandes democracias podrá actuar como instancia final, porque sólo la representación democrática puede aportar la necesaria legitimidad.