Luego de proclamar que Hamás estaba dispuesta a aceptar a Israel como el "vecino de al lado", sus amigotes terroristas le mandaron a tomar viento. Recibieron con alborozo la legitimidad diplomática que les confirió la visita de Carter, pero se mantuvieron en sus trece, esto es, en abogar por la destrucción del Estado judío.
Luego de hacer una ofrenda en memoria del criminal de Yaser Arafat, Carter se prestó gustoso a entregar a los padres del soldado israelí Gilad Shalit, secuestrado en junio de 2006, una carta de su hijo. Con toda la razón del mundo, el padre de Gilad le motejó de mero cartero de Hamás.
Luego de afirmar que el Departamento de Estado en ningún momento se había opuesto abiertamente a su viaje, Condoleezza Rice recalcó que le había prevenido explícitamente de un encuentro con Hamás. ¿Qué parte del "¡No te reúnas con esos asesinos judeófobos, idiota!" no entendió el ex presidente?
El artículo 13 de los estatutos de Hamás es claro como la luz del día:
No hay solución para la cuestión palestina que no pase por la yihad. Las iniciativas, propuestas y conferencias internacionales no son más que empresas inútiles, una pérdida de tiempo.
La obcecación y miopía moral de Jimmy Carter son una vergüenza y un problema para América; o, mejor dicho, un problema demócrata: el ex presidente arroja una sombra larga y duradera sobre el partido, y la Convención Nacional está a la vuelta de la esquina.
Carter es uno de los superdelegados del Partido Demócrata, y, sin duda, tratará de desempeñar un papel importante en la convención de agosto. Pero el partido a duras penas puede permitirse que este viejo apologista del terror se descuelgue con una de sus deposiciones habituales. El mundo entero está observando.
Aunque no ha dado formalmente su apoyo a Barack Obama, Carter ha metido tanto ruido en la campaña que ha provocado el éxtasis en la televisión iraní. El brazo mediático del régimen de los ayatolás se despachó el otro día con este titular: "Carter: Obama es el favorito en todo el mundo". En el desarrollo de la información, se recogían unas declaraciones de Carter en las que éste decía que al senador por Illinois lo apoya "mucha gente" en lugares como Ghana, Nigeria o el Nepal. "La opinión mundial es firmemente partidaria de Obama, eso es todo lo que escuchamos", añadía el ex mandatario, que, por supuesto, no incluyó a Israel en su lista mundial.
A pesar de las tímidas protestas de Obama por el viaje de Carter, y de su tecnocrático rechazo de Hamás, el rival de Hillary está siendo apoyado tanto por la organización terrorista palestina como por el antecesor de Ronald Reagan en la Presidencia de los Estados Unidos: sus relaciones con antisemitas como los reverendos Jeremiah Wright y Michael Pfleger, seguidor de Louis Farrakhan, le hacen merecedor de todo el crédito.
Los conservadores se han movilizado para protestar por la complicidad de Carter con el terrorismo. Así, la congresista Sue Myrick ha pedido que le quiten el pasaporte, y su colega Joe Knollenberg ha abogado por que se retire a su fundación los 19 millones de fondos procedentes del bolsillo del contribuyente que recibe. Ahora bien, en la coalición Estamos Hartos de Carter no sólo militan republicanos: según el Jewish Daily Forward, "algunos observadores progresistas (...) temen que el viejo estadista provoque quebraderos de cabeza a los demócratas durante la convención de agosto".
Esos temores están de sobre justificados. Sin embargo, la pregunta es: ¿bastará con alejar del estrado de Denver al mayor apologista de Hamás en América para disipar la sombra de la rendición? O, parafraseando a Obama, ¿pueden los demócratas repudiar a Carter sin hacer lo propio con el muy estúpido y progre núcleo ideológico de su partido?