Escondiendo, desde luego, que cuando el gran propietario es el Estado la dependencia del mismo difiere muy poco de la esclavitud, porque ningún individuo puede hacer frente de igual a igual a un Estado superpoderoso. La gran conclusión: todos los regímenes sustentados en el estatismo han llevado –y seguirán llevando– a la destrucción de la democracia; y han obligado –y seguirán obligando– a los ciudadanos a recorrer el camino de servidumbre al poder político.
A propósito del espectáculo que brindó Hugo Chávez recientemente en Caracas con Humala y Morales, y del que ofreció hace meses en Lima, cuando convirtió el XVI Consejo de la Comunidad Andina de Naciones en una edición más de su patético programa radial semanal, sólo hay que afirmar algo: a pesar de los lamentables políticos que tenemos –y padecemos– en Perú, jamás llegamos a los límites de vulgaridad de los que el ex militar hizo gala aquí. Aunque parece que el clan Humala Tasso pretende cubrir ese faltante.
Más lamentable es comprobar cómo Chávez se ha convertido en una enfermedad del populismo. No hay explicación clara a por qué un sujeto como el Comandante pudo ganar semejante poder en Venezuela, donde es inconcebible ver cada semana a tanto adulón aplaudiendo los malos chistes del "invocador de citas de texto", que eso es Chávez. Peor si ha reencauchado la imagen de Simón Bolívar para adecuarla a su delirio, sin ruborizarse por desconocer que el Libertador fue un liberal y jamás habría sido socialista. Pero la adulonería cortesana la conocemos de sobra los que padecimos en vivo a Velasco, paradigma del ex golpista venezolano.
La lucha contra el socialismo hay que replantearla. No es sólo Venezuela ni Cuba. Es el apoyo descarado de Chávez a las FARC. También a Evo Morales y a Humala Tasso. Chávez es el nuevo imperialista que, con su petróleo, pretende comprar Latinoamérica. En esta hora, Venezuela requiere todo nuestro respaldo en la restauración de la libertad, del cabal Estado de Derecho y de un futuro compartido orientado hacia el verdadero desarrollo, que nos debe convocar a todos los latinoamericanos. Al igual que en el caso de la independencia, donde la gesta emancipadora requería que todos fuéramos libres, como lo entendieron San Martín y Bolívar, para evitar el camino de servidumbre hay que hacer de cada caso el caso de todos.
Pero hoy la hora histórica marca una gran batalla en el Perú. Sin embargo, es equivocado plantearla como un asunto de luchar contra uno u otro candidato. No es un asunto de una persona, pues más pronto que tarde los socialistas de todos los cuños, desde los de la florcita en el puño, las estrellitas o los caviar, junto con la derecha mercantilista, encarnada por ciertos grandes empresarios que abrazan a todo Gobierno estatista-colectivista para conseguir privilegios, se alinearán con el improvisado mejor colocado en las encuestas. En cambio, esta elección será una gran batalla por la libertad latinoamericana y en contra de los verdaderos grupos de poder en el Perú, independientemente del rostro detrás del cual se camuflen o disfracen.
Deberíamos preguntarnos si a los socialistas peruanos se les podrá convencer alguna vez de que sus modelos hiperintervencionistas no funcionan ni en economías poderosas, como la brasileña o la propia venezolana. Y no funcionan no sólo en los aspectos relativos a la eficiencia, tampoco en la equidad, pues las cúpulas allegadas al poder estatal, sean burocracias privilegiadas o las derechas mercantilistas cortesanas, viven en un "país paralelo" al del gran pueblo. Y menos aún funcionan en lo ético: ahí esta la corrupción del Gobierno de Lula para demostrarlo hoy, como lo ha sido la corrupción en Cuba desde hace décadas, con el altísimo costo del empobrecimiento de ese querido pueblo.
Es hasta truculento imaginar lo que habría pasado en Perú si el socialismo criollo en todas sus versiones, comprometido hasta el tuétano con el actual Gobierno, no hubiera tenido, al menos, alguna contención por parte de la tecnocracia que sostuvo el modelo económico básico, mas allá de algunos errores que se le pueda endilgar y que se pueden corregir, precisamente, reduciendo el intervencionismo estatal.
Esa es la ventaja de la constatación empírica: nos permite ver qué es real y que no. Por eso es tan peligrosa la doctrina autocontenida, que rechaza la evidencia y vive y muere en el limbo de su autismo intelectual. Eso es lo que hace peligroso a Humala Tasso, no su liderazgo de papel crepé.
Asombra la actualidad del libro de Hayek. Su descripción de las formas empleadas por los totalitarismos de todas las caretas resultan de inmediata aplicación a situaciones aparentemente distintas como el nacionalsocialismo alemán o los nacionalismos castrista, velasquista, chavista, evista o humalista. Necesaria la advertencia de sus páginas e insoslayable el compromiso que subyace en ella.