No son muchos los miembros de la familia de las naciones que se toman en serio el escenario derivado de un Irán nuclearizado. Ciertamente, no lo hacen Holanda y la India, países que exportan el 40% del combustible que consumen los iraníes. Tampoco las muchas compañías alemanas que continúan operando en Irán, ni las firmas suizas, italianas, austriacas y españolas que aún mantienen negocios con Teherán. Claramente, no lo hace la UE en su conjunto, cuyo volumen de negocios representa para los iraníes el 40% de su comercio exterior, aunque para aquélla equivale solamente al 1% de su cartera foránea. Definitivamente, no lo hacen China y Rusia, que asisten tecnológicamente a Teherán y simultáneamente obstruyen en el Consejo de Seguridad de la ONU la adopción de sanciones contra el régimen de los ayatolás. Y, muy evidentemente, tampoco lo hace el responsable número uno en materia de seguridad atómica internacional, el Sr. Mohamed el Baradei, director general de la Organización Internacional para la Energía Atómica (OIEA), cuya negligencia ha sido duramente criticada por los israelíes.
"Las reiteradas afirmaciones de El Baradei, que ha negado, con gran incongruecia, que Irán esté buscando armas nucleares y obteniendo progresos en la materia, son difíciles de explicar", ha declarado Gerald Steinberg, titular del Departamento de Estudios Políticos de la Universidad de Bar Ilán. En una breve monografía, este académico afirma que el funcionario egipcio que está al frente de la OIEA "ha perdido credibilidad y está encubriendo amplias violaciones del Tratado de No Proliferación Nuclear [por parte de Irán]".
Steinberg explica que, por más de tres años, los reportes trimestrales de la OIEA sobre Irán dieron cuenta de las obstrucciones a las visitas de los inspectores, de importantes inconsistencias entre las declaraciones oficiales y los resultados de las muestras recogidas en las propias instalaciones, etcétera, pero que, absurdamente, cada reporte firmado por Baradei concluía que las evidencias no demostraban suficientemente que la república islámica estuviera tratando de fabricar armas nucleares.
De hecho, incluso Moscú y Pekín aceptaron la "sobrecogedora naturaleza de la evidencia", rechazaron las afirmaciones de El Baradei e identificaron a Irán como una nación incumplidora del Tratado de No Proliferación Nuclear (septiembre de 2005). La Junta de Gobernadores de la OIEA, reunida en noviembre del mismo año, decidió no obstante posponer el envío del dossier iraní al Consejo de Seguridad para dar más tiempo a los negociadores.
Esta postergación favoreció a los iraníes. Sólo en febrero de 2006 pudo obtener Estados Unidos el apoyo de los principales miembros de la OIEA para que el asunto fuese derivado al Consejo de Seguridad. Desde entonces, las evaluaciones de El Baradei relativas a la cuestión nuclear iraní –que, como señala Steinberg, forman la base para la consideración de nuevas sanciones por parte del Consejo de Seguridad– continúan negando que los ayatolás estén empeñados en cruzar el umbral nuclear.
El 9 del corriente, un día después de que Mahmud Ahmadineyad anunciara que su país disponía de 3.000 centrifugadoras para el enriquecimiento de uranio (es decir, el nivel crítico y final para construir bombas nucleares), Shaul Mofaz, responsable del diálogo estratégico con Washington por el asunto iraní y ex ministro de Defensa de Israel, acusó al funcionario egipcio de poner en peligro la paz mundial con su postura de cerrar los ojos ante el plan de Teherán y pidió su destitución, habida cuenta de su conducta "lenta e irresponsable".
El Baradei, que no había alertado respecto de que el régimen de Bachar al Assad contara con algún programa no convencional, ha criticado públicamente a Israel por su reciente incursión en territorio sirio, donde al parecer destruyó un reactor atómico de construcción norcoreana.
Que en el año 2005 la Administración Bush se opusiera a que El Baradei disfrutara de un tercer mandato al frente de la OIEA (dada su oposición a la guerra en Irak, lo que, por otra parte, le valió el Nobel de la Paz) y que el régimen de Ahmadineyad se haya mostrado poco tiempo atrás dispuesto a negociar con él son quizá los indicadores más claros de lo inadecuado que es este personaje para monitorear el programa nuclear iraní. Sencillamente, parece ser el hombre equivocado, en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Dados la incompetencia del director general de la OIEA, el obstruccionismo de China y Rusia y la imprudencia europea (excepción hecha de París y Londres), cada vez resulta más difícil detener a Irán antes de que se convierta en una nación nuclear. Ni siquiera la actual Casa Blanca parece estar uniendo su retórica condenatoria con sus actos sobre el terreno.
Jerusalén es especialmente sensible a este panorama, a la luz de las aspiraciones eliminacionistas de los iraníes. Diversas figuras relevantes del Ejército israelí han alertado últimamente de la gravedad de la situación, e insinuado que el próximo año será el último del que disponga la comunidad internacional para evitar que Irán sea nuclear. Con el trasfondo de la operación Osirak (1981) y de la reciente incursión en Siria, quizá el mundo dé por descontado que, una vez más, la acción decisiva correrá por cuenta de Israel.
Llegado el caso, qué duda cabe, no serán pocos los que condenen públicamente a Israel, aunque le aplaudan secretamente. Y habrá, también, quienes protesten por el unilateralismo espartano de Israel y lamenten la pérdida de credibilidad del sistema mundial de monitoreo nuclear. Las quejas se dirigirán hacia quien haya finalmente removido de la preocupación internacional una gran amenaza para la paz y la seguridad, y en el olvido quedarán los actos de quienes permitieron, con su incompetencia e irresponsabilidad, que aquélla cobrara cuerpo.
JULIÁN SCHVINDLERMAN, autor de TIERRAS POR PAZ, TIERRAS POR GUERRA.