Por supuesto, no estamos ante un error inocente, sino frente a una calumnia muy bien estudiada. Primero, un agente de influencia del régimen situado en Miami, un viejo periodista al servicio del gobierno de Castro, dijo en su hora radial que hay un informe secreto de un país europeo que afirma que Reich y yo somos asesores de los golpistas. No reveló de qué país se trataba ni cómo obtuvo esa información. No podía hacerlo: es una pura invención. La calumnia, plantada en la radio, inmediatamente se abrió paso por internet hasta La Habana. Allí, los jefes del agente de influencia la reprodujeron en Granma, y toda la radio cubana y las cadenas de noticias la lanzaron al exterior.
Inmediatamente, muchos medios de comunicación del mundo entero la reprodujeron, sin detenerse a verificar el contenido. Gracias a internet, ese efecto se multiplicó por mil en un instante.
¿Por qué mienten? Muy sencillo: propaganda, desinformación, medidas especiales propias de los gobiernos totalitarios. En inglés existe una expresión muy gráfica para cierto tipo de difamación extrema: character assassination. Consiste en destruir metódicamente la imagen de una persona hasta convertirla en una figura repugnante a la que nadie desea vincularse. Contra los escritores incómodos existe una variante igualmente vil: el asesinato de la voz. La campaña se encamina a intentar silenciarlos mediante calumnias, amenazas y presiones de todo tipo sobre ellos y sobre los medios que divulgan sus ideas.
Este episodio no es nuevo. Hace muchos años que padezco ininterrumpidamente una de esas operaciones de los servicios de inteligencia. En 1980 Jesús Arboleya, alto oficial de la Dirección General de Inteligencia de Cuba, explicó al profesor Lisandro Pérez, de Florida International University, que se interrumpían los contactos académicos entre el gobierno de Castro y el Instituto de Estudios Cubanos de Miami mientras yo escribiera en el boletín de la Institución. Para honra del IEC, jamás me pidieron que dejara de colaborar.
A partir de ese momento, el gobierno cubano, por medio de su vasta red de colaboradores, se ha dedicado a propagar sistemáticamente dos falsedades que jamás ha podido probar: unos supuestos vínculos con la CIA que nunca he tenido y un pretendido pasado terrorista que, por supuesto, es totalmente falso. Esos son los dos caballos de batalla en los que montan sus campañas.
A veces las presiones son más intensas. A fines de los años 80 los servicios cubanos de inteligencia me enviaron a mi oficina de Madrid un libro bomba titulado Una muerte muy dulce. Querían asustarme para que me callara. La bomba no estaba preparada para que estallara. Era sólo una macabra amenaza. Acababa de publicar un libro que les irritó mucho: Fidel Castro y la revolución cubana, y pretendían que no siguiera escribiendo. Obviamente, denuncié el hecho y continué mi labor.
El siguiente capítulo de este intento de asesinato de la voz tiene fecha fija. El próximo 4 de agosto una delegación de miembros de la Red Informativa Virtin, un grupo de presión pro FARC que opera en Colombia –mamertos, les llaman en ese país– hará entrega al Dr. Gustavo Bell Lemos, director de El Heraldo de Barranquilla, de unos cuantos centenares de peticiones de diversas partes de América, todas de la misma cuerda política, para que cancelen mi columna. Según revelan ellos mismos en sus publicaciones de internet, la operación de recogida de firmas la ha coordinado desde La Habana la señora Rosa Cristina Báez Valdés, persona designada por la Seguridad del Estado para estos menesteres policiacos.
¿Por qué esta exagerada fijación de los servicios secretos cubanos conmigo?
Según me cuentan algunos desertores de alto rango, en su momento fue el propio Fidel Castro el que decidió que su aparato de propaganda y difamación me colocara en el punto de mira. Parece que le irritaban mis comentarios sobre su gobierno y, sobre todo, mis análisis sobre su personalidad psicopática y sus limitaciones morales e intelectuales. En realidad, no sé exactamente por qué me odia. Lo único que se me hace evidente es que quiere asesinar mi voz.
Inmediatamente, muchos medios de comunicación del mundo entero la reprodujeron, sin detenerse a verificar el contenido. Gracias a internet, ese efecto se multiplicó por mil en un instante.
¿Por qué mienten? Muy sencillo: propaganda, desinformación, medidas especiales propias de los gobiernos totalitarios. En inglés existe una expresión muy gráfica para cierto tipo de difamación extrema: character assassination. Consiste en destruir metódicamente la imagen de una persona hasta convertirla en una figura repugnante a la que nadie desea vincularse. Contra los escritores incómodos existe una variante igualmente vil: el asesinato de la voz. La campaña se encamina a intentar silenciarlos mediante calumnias, amenazas y presiones de todo tipo sobre ellos y sobre los medios que divulgan sus ideas.
Este episodio no es nuevo. Hace muchos años que padezco ininterrumpidamente una de esas operaciones de los servicios de inteligencia. En 1980 Jesús Arboleya, alto oficial de la Dirección General de Inteligencia de Cuba, explicó al profesor Lisandro Pérez, de Florida International University, que se interrumpían los contactos académicos entre el gobierno de Castro y el Instituto de Estudios Cubanos de Miami mientras yo escribiera en el boletín de la Institución. Para honra del IEC, jamás me pidieron que dejara de colaborar.
A partir de ese momento, el gobierno cubano, por medio de su vasta red de colaboradores, se ha dedicado a propagar sistemáticamente dos falsedades que jamás ha podido probar: unos supuestos vínculos con la CIA que nunca he tenido y un pretendido pasado terrorista que, por supuesto, es totalmente falso. Esos son los dos caballos de batalla en los que montan sus campañas.
A veces las presiones son más intensas. A fines de los años 80 los servicios cubanos de inteligencia me enviaron a mi oficina de Madrid un libro bomba titulado Una muerte muy dulce. Querían asustarme para que me callara. La bomba no estaba preparada para que estallara. Era sólo una macabra amenaza. Acababa de publicar un libro que les irritó mucho: Fidel Castro y la revolución cubana, y pretendían que no siguiera escribiendo. Obviamente, denuncié el hecho y continué mi labor.
El siguiente capítulo de este intento de asesinato de la voz tiene fecha fija. El próximo 4 de agosto una delegación de miembros de la Red Informativa Virtin, un grupo de presión pro FARC que opera en Colombia –mamertos, les llaman en ese país– hará entrega al Dr. Gustavo Bell Lemos, director de El Heraldo de Barranquilla, de unos cuantos centenares de peticiones de diversas partes de América, todas de la misma cuerda política, para que cancelen mi columna. Según revelan ellos mismos en sus publicaciones de internet, la operación de recogida de firmas la ha coordinado desde La Habana la señora Rosa Cristina Báez Valdés, persona designada por la Seguridad del Estado para estos menesteres policiacos.
¿Por qué esta exagerada fijación de los servicios secretos cubanos conmigo?
Según me cuentan algunos desertores de alto rango, en su momento fue el propio Fidel Castro el que decidió que su aparato de propaganda y difamación me colocara en el punto de mira. Parece que le irritaban mis comentarios sobre su gobierno y, sobre todo, mis análisis sobre su personalidad psicopática y sus limitaciones morales e intelectuales. En realidad, no sé exactamente por qué me odia. Lo único que se me hace evidente es que quiere asesinar mi voz.