Fidel, por ejemplo, cuando actuaba en la pista mayor del gran circo habanero, acusó a Estados Unidos de desviar los huracanes hacia la Isla. Muchos años más tarde, su discípulo Hugo Chávez aseguró que el terremoto que destruyó medio Haití fue un arma secreta probada por el Pentágono en el Caribe. Todo vale para salir en los papeles y para generar noticias.
Uno de los rasgos más notorios de los presidentes-payaso es la candorosa irresponsabilidad que exhiben. No advierten, o no les importa, el daño que hacen a sus países. Viven tan pendientes del aplauso y del titular de primera plana, que son incapaces de calcular o prever el coste de sus acciones. Incluso sucede algo más grave: sus compatriotas suelen reírles las gracias, sin percatarse de las adversas consecuencias económicas generales que acarrea tener como rostro visible de la sociedad a un presidente-payaso.
Un caso reciente es el del presidente ecuatoriano Rafael Correa. Correa acaba de armar un espectáculo absolutamente mediático con su demanda triunfal de cuarenta millones de dólares contra un respetado diario, El Universo de Guayaquil, que acabará confiscado o clausurado por una crítica columna de opinión publicada por Emilio Palacio. Los propietarios del diario, además, como el autor del artículo, fueron condenados a tres años de cárcel y tuvieron que exiliarse antes de acabar tras las rejas.
Durante las semanas que duró el sainete, Correa mantuvo en vilo al país y a la prensa internacional, generando una enorme cantidad de información, culminada en una manifestación muy fotogénica, encabezada por él, el día de la sentencia, con velas incluidas.
¿Qué fue lo que trascendió de este lamentable show? Muy sencillo: que Ecuador es un país poco fiable en el que no vale la pena invertir. Es una sociedad amable, desgraciadamente administrada por un gobierno poco serio. Se trata de una nación "bananera", de acuerdo con el editorial del Washington Post, en la que,
tras cuatro cambios de jueces, un magistrado temporal asume el caso, ordena una vista, y 33 horas después emite una resolución de 156 páginas, probablemente escrita por un abogado de Correa.
A los dos días de la trágica payasada contra El Universo, un panel especial administrado por la Corte Internacional de Arbitraje de La Haya emitió un laudo provisional a favor de Chevron para detener una sentencia ecuatoriana que condenaba a la empresa petrolera a pagar miles de millones de dólares como compensación por un discutido daño ecológico infligido al país hace varias décadas... por otra compañía.
Chevron, según su testimonio, descubrió pruebas de fraude, corrupción y, como en el caso de El Universo, que la sentencia había sido escrita por los demandantes y no por el juez encargado de dictarla. El sistema judicial ecuatoriano, presumiblemente, estaba podrido y funcionaba como un brazo de los deseos y caprichos de la presidencia de la República y como una fuente de enriquecimiento ilícito dentro de las alcantarillas del poder.
Todo eso es carísimo. En los tiempos de la globalización y de la información instantánea, los presidentes están obligados a cuidar la marca-país con el mismo celo con que los empresarios tratan de proteger el prestigio de las compañías que dirigen y los productos que manufacturan.
Los países y las ciudades proyectan ciertas imágenes muy importantes para la toma de decisiones. Existe un baremo internacional, el Anholt-GfK Roper Nation Brands Index, que mide y contrasta la calidad de la imagen de las naciones; lógicamente, Ecuador aparece por los suelos. Por eso los capitales se refugian en Zúrich y huyen de Quito.
Ello significa que cuando Rafael Correa gana 40 millones de dólares por medio de detestables trucos legales –aunque luego los asigne a una causa caritativa–, no sólo arruina a una familia y a centenares de trabajadores de El Universo, sino que perjudica a todos sus compatriotas. Con esos escándalos, los ecuatorianos pierden miles de millones en inversiones que nunca se van a hacer, o en negocios que no se llevarán a cabo, porque nada hay más importante que la seguridad jurídica para cualquier inversionista serio del planeta, y en Ecuador no hay siquiera vestigios de ese fundamental clima institucional.
Los payasos, sin duda, son criaturas adorables, pero es muy conveniente mantenerlos alejados de la política. Cuestan demasiado.