Quienes estuvimos cerca de la dramática realidad de las tropas y de los cuarteles en agosto del 2002, cuando no había quedado en el presupuesto nacional con qué remendar las botas viejas ni con qué llenar de gasolina los tanques de los camiones ni de las antiguallas voladoras que componían la Fuerza Aérea, nos conmovemos ante el espectáculo que hoy se ofrece a nuestros ojos.
Imponentes aviones Súper Tucano, docenas de helicópteros de transporte y otras tantas de aparatos artillados de increíble eficiencia, aviones supersónicos que quedan como nuevos en delicadas operaciones de mantenimiento, todo ello garantiza el dominio absoluto de los aires. Nuevas embarcaciones cruzan los ríos, donde las nodrizas, orgullo del talento nacional, siembran el terror en el enemigo y la paz en las riberas; y una tropa reluciente de más de 80.000 soldados profesionales, lujo para cualquier ejército de América, más 120.000 soldados regulares, mejor entrenados y dotados que lo estuvieron nunca los de su clase, componen una máquina de guerra prodigiosa.
Quedaron atrás aquellas horas amargas de Las Delicias, Patascoy o El Billar, de las tomas continuas de los pueblos, de las emboscadas cobardes y de los despliegues arrogantes de jefes y jefecillos de una guerrilla riquísima. También, la pesadumbre de los alcaldes refugiados en las capitales de los departamentos, huyendo de la amenaza, el secuestro y la muerte.
Ese balance se debe al talento y la actividad sin descanso del presidente de la República, que tuvo en Marta Lucía Ramírez un punto de apoyo formidable, en los opacos Uribe y Ospina episodios de claudicaciones parciales y en Juan Manuel Santos las ejecutorias que tanto celebramos y aplaudimos.
Pero no todo son uniformes lustrosos, aviones, helicópteros y naves temibles, ni una Infantería invencible. El problema de hoy es el alma del soldado.
En un día que quisiéramos olvidar, el ministro Camilo Ospina y el fiscal Mario Iguarán, en media página de sandeces, derogaron la Constitución Política y destruyeron la Justicia Penal Militar. Desde esa negra hora, nuestros combatientes quedaron en manos de fiscales que compran testigos, sobornan conciencias y mueven con halagos esa máquina atroz de infamias en que se ha convertido el negocio que llaman de los falsos positivos, o de las ejecuciones extrajudiciales, o de las declaraciones de Justicia y Paz.
Algún día tendrá que hacerse el inventario de montajes e iniquidades con que se ha golpeado a centenares de nuestros hombres en armas, pasando por todos los grados, desde soldados hasta generales. Por ahora, cabe subrayar el hecho doloroso y extraordinariamente grave de que, con el alma del soldado, está herida el alma de la Patria.
Al sucesor del ministro Juan Manuel Santos le cabe una responsabilidad histórica. Porque el fenómeno que se analiza es de una horrorosa magnitud. El tinglado de la farsa urdida por las ONG de extrema izquierda y por todos los aprovechadores de ocasión tiene las ramificaciones más hondas y peligrosas. Hasta el punto de que nuestros hombres no saben por qué ni para quién combaten. Una Patria que los aplaude con frenesí en las encuestas y una miserable realidad de traiciones y abandonos son las caras contradictorias de su amarga circunstancia.
Mientras eso siga siendo así, el soldado carecerá del espíritu de lucha, sin el que nunca se ganó una victoria. Para los más escépticos, o para los más rigurosos, el presidente Obama está dando una soberana lección de cómo se trata a un Ejército. La severidad nunca estuvo reñida con el respeto y la justicia.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.
Imponentes aviones Súper Tucano, docenas de helicópteros de transporte y otras tantas de aparatos artillados de increíble eficiencia, aviones supersónicos que quedan como nuevos en delicadas operaciones de mantenimiento, todo ello garantiza el dominio absoluto de los aires. Nuevas embarcaciones cruzan los ríos, donde las nodrizas, orgullo del talento nacional, siembran el terror en el enemigo y la paz en las riberas; y una tropa reluciente de más de 80.000 soldados profesionales, lujo para cualquier ejército de América, más 120.000 soldados regulares, mejor entrenados y dotados que lo estuvieron nunca los de su clase, componen una máquina de guerra prodigiosa.
Quedaron atrás aquellas horas amargas de Las Delicias, Patascoy o El Billar, de las tomas continuas de los pueblos, de las emboscadas cobardes y de los despliegues arrogantes de jefes y jefecillos de una guerrilla riquísima. También, la pesadumbre de los alcaldes refugiados en las capitales de los departamentos, huyendo de la amenaza, el secuestro y la muerte.
Ese balance se debe al talento y la actividad sin descanso del presidente de la República, que tuvo en Marta Lucía Ramírez un punto de apoyo formidable, en los opacos Uribe y Ospina episodios de claudicaciones parciales y en Juan Manuel Santos las ejecutorias que tanto celebramos y aplaudimos.
Pero no todo son uniformes lustrosos, aviones, helicópteros y naves temibles, ni una Infantería invencible. El problema de hoy es el alma del soldado.
En un día que quisiéramos olvidar, el ministro Camilo Ospina y el fiscal Mario Iguarán, en media página de sandeces, derogaron la Constitución Política y destruyeron la Justicia Penal Militar. Desde esa negra hora, nuestros combatientes quedaron en manos de fiscales que compran testigos, sobornan conciencias y mueven con halagos esa máquina atroz de infamias en que se ha convertido el negocio que llaman de los falsos positivos, o de las ejecuciones extrajudiciales, o de las declaraciones de Justicia y Paz.
Algún día tendrá que hacerse el inventario de montajes e iniquidades con que se ha golpeado a centenares de nuestros hombres en armas, pasando por todos los grados, desde soldados hasta generales. Por ahora, cabe subrayar el hecho doloroso y extraordinariamente grave de que, con el alma del soldado, está herida el alma de la Patria.
Al sucesor del ministro Juan Manuel Santos le cabe una responsabilidad histórica. Porque el fenómeno que se analiza es de una horrorosa magnitud. El tinglado de la farsa urdida por las ONG de extrema izquierda y por todos los aprovechadores de ocasión tiene las ramificaciones más hondas y peligrosas. Hasta el punto de que nuestros hombres no saben por qué ni para quién combaten. Una Patria que los aplaude con frenesí en las encuestas y una miserable realidad de traiciones y abandonos son las caras contradictorias de su amarga circunstancia.
Mientras eso siga siendo así, el soldado carecerá del espíritu de lucha, sin el que nunca se ganó una victoria. Para los más escépticos, o para los más rigurosos, el presidente Obama está dando una soberana lección de cómo se trata a un Ejército. La severidad nunca estuvo reñida con el respeto y la justicia.
© AIPE
FERNANDO LONDOÑO HOYOS, ex ministro colombiano de Interior y Justicia.