La gran ley educativa del presidente Bush, la célebre "No Child Left Behind" (NCLB), estaba destinada a introducir transparencia en uno de los sistemas educativos más gigantescos del mundo, el de la enseñanza no universitaria en Estados Unidos. Gracias a la NCLB la Administración y los padres dispondrían de información fiable y actualizada sobre la calidad de la educación proporcionada en cada escuela pública. Además, pretendía asegurar una solución a los alumnos escolarizados en centros deficientes, ya sea mediante tutorías o garantizándoles un puesto en otra escuela.
Esta solución no ha funcionado correctamente: primero, porque las escuelas de calidad no pueden acoger a todos estos alumnos; segundo, porque la ley no se está aplicando del todo. Muy pocas escuelas han sido calificadas de deficientes tras la promulgación de la nueva legislación. Buena parte de los resultados de las pruebas a que se deben someter los centros escolares no cumplen los requisitos de transparencia a los que en teoría los debería someter la NLCB.
Se sabe, por ejemplo, que los indicadores sobre la violencia en las escuelas –uno de los grandes problemas de la educación pública en Estados Unidos– han mejorado. Pero también se sabe que el problema se sigue concentrado en unas escuelas, más precisamente en un 2% de ellas (1.600), en las que se produce el 50% de todos los incidentes violentos. Sin embargo, como ha apuntado la revista Reason en un informe publicado en su número de junio de 2005, sólo 26 escuelas en todo el país han merecido la calificación de "persistentemente peligrosas" según lo establecido en la NCLB. La diferencia es tan enorme que incita a poner en duda la eficacia de la ley.
Lo mismo ocurre en otros casos; por ejemplo, en cuanto a la evaluación de los alumnos. Está demostrado que en algunos estados (en Pennsylvania, por ejemplo), la mejora de los resultados escolares desde la introducción de la ley en 2001 se debe a que los estándares utilizados son menos exigentes que los utilizados hasta entonces. En otros casos se sabe que se han movido a alumnos de centro para evitar una evaluación deficiente, que el Departamento de Educación permite a algunos estados no cumplir las exigencias de la ley o que el simple sentido de la palabra "aptitud" está sujeto a interpretaciones muy amplias.
Todo esto es relativamente previsible en un sistema tan complejo como el norteamericano. Aun así, pone en duda el resultado de una ley como la NLCB, y eso a pesar de todas las buenas intenciones que demostraba. No es que el Estado central esté gastando poco; de hecho, ha aumentado el presupuesto hasta los 60.000 millones de dólares en 2005, 7.000 millones más que en 2003. Pero el esfuerzo inversor y la mayor intervención del Gobierno, aunque probablemente conlleve una mejora del sistema, también traen aparejados nuevos problemas derivados de la propia intervención.
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Las familias no pueden esperar a que la burocracia estatal se reforme a sí misma. Y aunque buena parte de los norteamericanos confían en su sistema público de enseñanza, han ido surgiendo alternativas. Signo de lo primero es que las empresas norteamericanas siguen aportando dinero para mejorar el sistema público. Estados Unidos es el país que más cantidad de fondos destina a causas altruistas y filantrópicas. No es de extrañar que la educación pública reciba una cantidad importante de las donaciones que se realizan anualmente. Según el Foundation Center, en 2002 un 7,4 de todo el dinero donado en EEUU se dedicó a la enseñanza no universitaria. Entre los donantes más generosos están Wal-Mart, IBM, Hewlett-Packard, la Bill and Melinda Gates Foundation y el editor Walter Annenberg.
Existen varias empresas que ofrecen modelos de gestión educativa de calidad, que las administraciones públicas pueden contratar para sus centros. Se han convertido en marcas bien conocidas en el mercado educativo. Edison Schools, creada en 1992, gestiona este año 157 escuelas (frente a 79 en 2000), con un programa basado en inversión en tecnología y más tiempo pasado en la escuela, KIPP pone en el acento en una enseñanza rigurosa y exigente, Co-Nect insiste en la tecnología de punta y Success for All en la lectura y la escritura.
Otra novedad reciente son las charter schools, equivalentes a las escuelas concertadas españolas. Se comprometen a defender y a promover unos valores específicos, ya sea de calidad o relacionados con determinados valores. Están financiadas por el Estado y sujetas a los mismos requisitos –inspección, programa, test de evaluación, etc.– que las escuelas públicas. En Estados Unidos las charter schools no surgen de la incapacidad del sistema para proporcionar educación para todos, como ocurre en parte en España con las escuelas concertadas; se crean respondiendo a una exigencia de calidad: en 1991 había dos en todo EEUU, en Minnesota; en 2004 había 3.000, en 37 estados.
Las burocracias estatales les han puesto bastantes obstáculos, pero la iniciativa privada –y también en muchos casos altruista– ha permitido que lo que empezó como un experimento, casi al mismo tiempo que las empresas de gestión educativa, se haya convertido en un gran éxito.
Aunque relativamente poco conocido, también existe un importante sector privado en la enseñanza primaria y secundaria. Según datos del Departamento de Educación, en 1999-2000 unos 27.000 colegios privados, con 404.000 profesores, impartían enseñanza a 5,3 millones de estudiantes. En total, son un 24 % de todas las escuelas en Estados Unidos, un 10% de los estudiantes y un 12% de los profesores. Un 30% pertenecen a la escuela católica, y un 49% a otros grupos religiosos, aunque el 49% de los alumnos que asisten a escuelas privadas son católicos. Una muestra más de la importancia que la Iglesia católica –y los católicos norteamericanos– han concedido a la enseñanza.
La derecha, por su parte, viene reivindicando desde hace de treinta años una reforma drástica del sistema de enseñanza. Es la introducción del "cheque" (voucher) escolar. El "cheque escolar" resulta de la aplicación estricta de las teorías de la Escuela de Chicago a la política educativa: en vez de obligar al usuario a utilizar un servicio público, el Estado le da el dinero al usuario, que éste gasta en el servicio que más le convenga.
La libertad de elección que abre el "cheque escolar" ha formado parte del programa republicano, aunque de forma simbólica. Son pocos los intentos serios de ponerlo en marcha. George W. Bush abandonó el proyecto ante la previsible negativa de los demócratas a ceder en este terreno. Hoy sigue siendo extremadamente minoritario, afecta a unos 20.000 alumnos en todo el país y sólo está implantado parcialmente en unos cuantos estados, entre ellos Florida.
Jeb Bush, gobernador de Florida, puso en marcha en 1999 su propia versión de las reformas educativas emprendidas en Texas. Es el Opportunity Scholarship Program, y ofrece a los alumnos mal escolarizados la posibilidad de pasarse a una escuela privada, recibiendo para ello un "cheque escolar". El programa levantó ampollas entre muchos profesores, los sindicatos y en general la burocracia que controla la educación pública. En realidad, ha tenido una repercusión muy pequeña: sólo lo utilizan 750 alumnos. Pero ha servido como incentivo para que los resultados de la enseñanza pública en Florida hayan mejorado en los últimos años, en particular entre los alumnos hispanos y negros.
El programa está ahora amenazado por los jueces progresistas. En junio de 2005 el Congreso de Arizona ha votado la primera ley que universaliza el cheque escolar. No parece que el paso vaya a tener mucho futuro, porque será vetada por la gobernadora demócrata, Janet Napolitano. Aun así, es otro signo del avance de las propuestas conservadoras.
En contra de lo que se puede pensar, la oposición al "cheque escolar" no ha venido sólo de los demócratas. Un republicano de Arizona votó no argumentando que el dinero público no sólo no mejorará las escuelas privadas: las arruinará.
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Se pensará que estos radicales de entre los radicales están en la franja lunática de la sociedad norteamericana. No es así. La actitud que preconiza una total y completa separación entre la enseñanza y el Estado está extraordinariamente viva en EEUU y ha protagonizado una de las historias de éxito más espectaculares de los últimos años en el campo de la educación.
En tiempos de Ronald Reagan, a principios de los años 80, los niños tenían que ser educados obligatoriamente en una escuela. Debían ser "socializados", como se dice, en el sistema de enseñanza, a ser posible público, que se convirtió en una de las grandes obsesiones de los Estados modernos ya a finales del siglo XIX. Veinte años después, el Departamento de Educación considera que aproximadamente 1.100.000 alumnos no acuden a la escuela y son educados por sus padres en casa.
Es el movimiento de la homeschooling (escolarización en casa), que algunos de sus partidarios prefieren llamar "noschooling" (no escolarización). La HSLDA (Home School Legal Defense Association) considera, por su parte, que el total de alumnos educados por sus padres alcanza los dos millones, un 4% de la población en edad escolar. La última cifra parece más verosímil. Incluso el anterior secretario de Educación la utilizaba.
En cualquier caso, son muchos más los niños escolarizados en casa que los que acuden a las charter schools. Hoy la homeschooling es legal en todo el país, aunque la situación varía entre los estados (diez) que no tienen ninguna regulación al respecto, hasta aquellos otros (once) que requieren una notificación de los padres a las autoridades, así como controles e inspecciones gubernamentales.
Al principio las universidades se mostraron reticentes al ingreso de los alumnos educados en casa. Ahora casi todas les han abierto las puertas. Más aún, son alumnos solicitados porque suelen tener mejores notas en los test de ingreso y luego en las carreras. También ha cambiado la actitud de la opinión pública, que en 1985 era casi unánimemente contraria al movimiento (sólo un 16 % tenía una opinión positiva). Hoy es positiva en un 41%. La educación en casa no sólo se ha extendido: se está volviendo popular.
En 2000 se fundó la Universidad Patrick Henry College. Está situada en Virginia, a menos de una hora de la ciudad de Washington, y acoge a alumnos en su mayoría educados en casa. Reproduce, a una escala todavía pequeña, esa arcadia clásica que evocan algunas de las más prestigiosas universidades norteamericanas de la Costa Este. Ni que decir tiene que no admite financiación pública y se sostiene con las tasas académicas y las aportaciones de 6.000 donantes. Tiene unos 300 alumnos y planes ambiciosos de expansión.
Lo más sorprendente del éxito de la homeschooling es que requiere un enorme esfuerzo de las familias. Sacar a los niños de la escuela para educarlos en casa supone, en primer lugar, una apuesta radical sobre la estabilidad familiar. Uno de los dos miembros del matrimonio –casi siempre la madre– tendrá que dedicarse exclusivamente al proyecto. Un libro de gran éxito entre los homeschoolers prepara a los muchachos para una futura vida familiar en la que sólo haya una fuente de ingresos.
También hay que preparar las clases y el material, enseñar, corregir, evaluar y decidir entre las casi infinitas posibilidades que se ofrecen. ¿Cómo se mantiene la disciplina de las horas dedicadas al estudio, al trabajo personal o al descanso? ¿Cómo se enseña álgebra en casa? ¿Y latín? Esta última pregunta no es gratuita. Una corriente popular en el movimiento es la vuelta al clásico trivium –estudio de la gramática, la dialéctica y la retórica–, para lo que se requiere el dominio del latín.
Se calcula que el volumen de negocios que mueve el material para la escolarización en casa alcanza ya los 1.000 millones de dólares. Internet ha ayudado mucho, claro está, pero no ahorra ni el tiempo, ni el trabajo, ni la tensión de la disciplina que hay que mantener en casa. Incluso hay páginas web dedicadas a ayudar a los padres a responder a los periodistas, cada vez más interesados en el movimiento.
Según el Departamento de Educación, las tres principales razones por las que un matrimonio opta por educar a sus hijos en casa son la preocupación por el entorno escolar –es decir, la indisciplina y la violencia–, el deseo de que sus hijos tengan una educación religiosa y moral adecuada y el descontento con la instrucción impartida por los colegios de su zona.
Hay algunos padres progresistas que se han adherido al movimiento. Todavía hay gente en EEUU que mantiene la llama antigua y venerable, de cuando el progresismo se identificaba con un ideal de libertad, individualismo y responsabilidad. Son los menos. El movimiento de la escolarización en casa es abrumadoramente cristiano. En buena medida, es la respuesta a la deriva laicista o antirreligiosa de la enseñanza pública en Estados Unidos, iniciada en los años 70 y acentuada desde entonces, aunque hoy ya no goce del consenso que en un momento pareció tener.
La mayoría de sus miembros quiere proporcionar a sus hijos una educación sólida y estrictamente cristiana. No creen en una fundamentación no religiosa de la moral. Están convencidos de que el futuro de sus hijos depende de una formación del carácter que sólo la religión, y en particular el cristianismo, pueden conseguir. La declaración de propósitos del Patrick Henry College está saturada de citas de los Testamentos, el Nuevo y el Antiguo. Su lema no deja lugar a dudas: "Por Cristo y por la Libertad".
La expresión no es ajena al movimiento conservador que apoya a la Administración Bush. Como es natural, el propio Bush no ha respaldado nunca la escolarización en casa. Pero sí que ha manifestado comprensión y simpatía hacia sus objetivos. Se ha entrevistado con los líderes y ha invitado a algunos alumnos particularmente brillantes a la Casa Blanca. Texas y Florida se cuentan entre los estados con mayor número de pioneros de esta nueva tendencia. Estos, por su parte, se muestran receptivos ante las propuestas reformistas de la Administración Bush, en particular las que impulsan la transparencia y la capacidad de elección de los padres.
La fábula resulta interesante. Bush lanzó una ambiciosa legislación destinada a reformar la enseñanza pública en Estados Unidos. No está fracasando, ni mucho menos, pero el peso de la burocracia ha ido minando su impulso y poniendo en duda sus resultados.
En el otro lado del espectro, los que han puesto en marcha el movimiento de la homeschooling –puros anarquistas, en cierto modo– están dispuestos a comprometer una buena parte de su vida en un proyecto que exige de ellos una disciplina férrea y grandes sacrificios. Sólo los acometen personas con convicciones muy arraigadas.