El mismo proceso habían seguido los tribunales electorales anteriormente. El 8 de diciembre los 27 jueces de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) son depuestos y cambiados, también desde el Congreso. La cabeza de la CSJ anula los procesos judiciales contra Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa y Alberto Dahik, ex mandatarios y exiliados. Con 52 votos sobre 100, la mayoría política, de tendencia populista, había instaurado una política sin barreras. El Ecuador se hallaba inerme ante los atropellos a la democracia, degradada a una dictadura de las mayorías, si seguimos la clasificación aristotélica de formas de gobierno.
Ante este panorama era natural que la gente más consciente del papel que juegan dichas instituciones en el Estado de Derecho se levantasen silenciosa o abiertamente contra el ex golpista y ahora ex presidente Gutiérrez. El 16 de febrero de 2005 una multitud nunca antes vista en una marcha se arma de banderas y pitos para recorrer las calles de la capital. La Marcha de Quito se da unos días después de otra similar en la más populosa ciudad de Guayaquil que tenía un enfoque bastante distinto: demandar el cumplimento de ofertas presupuestarias por parte del Estado central.
En total, unas 150.000 personas de toda edad y condición social caminaron ese día en Quito hacia la plaza de San Francisco para exigir un retorno a la legalidad. Los habitantes de la capital se sienten ese día aislados en su propia ciudad, pues el Centro Histórico, donde se encuentra el Palacio de Carondelet, estaba rodeado con alambres de púa. Asimismo, había cientos de policías nacionales en los alrededores.
El alcalde: Paco Moncayo, el prefecto de la provincia: Ramiro González, Participación Ciudadana, Ciudadanos por la Democracia y el presidente de las Cámaras de Comercio: Blasco Peñaherrera, encabezaban hasta el momento el descontento popular contra los atropellos. Contra éstos y otros ciudadanos se inicia entonces una campaña de amedrentamiento, con llamadas telefónicas amenazadoras e incluso vehículos y oficinas tiroteados, de lo cual se responsabiliza a personas vinculadas con el PSP o con su similar en la costa, el PRE.
Sin embargo, Gutiérrez estaba lejos de querer enmendar lo hecho. El Gobierno central intenta capitalizar a su favor la estabilidad que la dolarización y los altos precios del estatizado petróleo dan al país, así como la diferente actitud que provocan ahora las manifestaciones gremiales en el Ecuador, que si bien durante los 80 y anteriormente provocaban simpatías "reivindicativas", ahora son generalmente percibidas como un entorpecimiento de la tranquilidad y normalidad productiva de los demás ciudadanos.
También se vinculaba directamente la responsabilidad de las marchas y posibles paralizaciones provinciales a Izquierda Democrática, un partido de centroizquierda bajo el cual ganaron las elecciones Moncayo y González. No fue una sorpresa, por ende, que ante la confusión muchos ciudadanos no se unieran a las paralizaciones, en especial a la del martes 12 de abril, que era la que más expectativas acarreaba.
Frente a esto, la rebelión se va depurando de las cabezas institucionales y se torna un fenómeno espontáneo. Decenas de miles de familias empiezan a salir, convocadas por correo electrónico y telefonía celular, a las calles después de la jornada laboral. Las noches de Quito se vuelven entonces una especie de fiesta por la dignidad de los ciudadanos, y aparece con especial centralidad la radio La Luna, con su conductor Paco Velasco, para incitar a la gente en manifestaciones pacíficas pero decididas.
La Luna se vuelve el centro de las amenazas, incluso es "visitada" por personal militar y policial. El Gobierno central definitivamente había calculado mal, al pensar que si la política no toca el bolsillo de la gente, ésta permanecerá tranquila. En esta ocasión el sistema judicial, la libertad de expresión y la propia dignidad fueron motivos suficientes para el hartazgo.
Cada día las manifestaciones van sumando más gente: madres de familia, ancianos, jóvenes y niños salen con cacerolas, pitos, banderas y camisetas tricolor, en una fiesta de participación ciudadana. Los carteles enarbolados decían "Fuera Lucio", "Abajo el dictócrata" (Gutiérrez había dicho que el pueblo le consideraba un demócrata y las oligarquías, un dictador), "Fuera Bucaram y su edecán" (en referencia a que Gutiérrez fuera edecán del bailarín populista) y "Democracia sí, dictadura no".
Así fue como, noche a noche, y parcialmente durante el día, los "forajidos" de toda la ciudad se fueron sumando a la protesta. Mientras tanto, la oposición en el Congreso se hallaba impotente, y en general la situación se volvía insostenible para la clase política.
Para el martes 19 de abril la población de Quito se autoconvoca para partir desde la Cruz del Papa –inaugurada por S.S. Juan Pablo II–, en el parque de La Carolina, en una marcha definitiva hacia Carondelet. A pesar de las represiones policiales, con al menos una víctima fatal, mucha gente logra atravesar el cerco policial. Para la mañana del miércoles 20 de abril las protestas aumentan el tono, y los estudiantes entablan luchas contra la policía, incluso contra matones afines al Gobierno que les disparaban desde el Ministerio de Bienestar Social.
En las horas siguientes la cúpula militar deja de apoyar a Gutiérrez –y le ayuda a fugarse al mediodía–, el Congreso decide desconocer al presidente del Parlamento (del PRE y amigo del detestado Abdalá Bucaram) y sesionar en otro local. La gente seguía tomando las calles y edificios estatales. Se declara desierto el cargo de presidente de la República y se entrega el poder a Alfredo Palacio, vicepresidente y crítico, desde hacía muchos meses, de la gestión gutierrista. De esta forma se seguía el procedimiento constitucional para la sucesión presidencial.
En estos días Palacio empieza a conformar su equipo ministerial, mientras la OEA delibera sobre la situación ecuatoriana, EEUU piden elecciones anticipadas a través de Condoleezza Rice y la comunidad internacional en general tiene reacciones diversas. El Gobierno brasilero, a través de su embajador en el Ecuador, ofrece asilo político a Lucio Gutiérrez, que se concreta en la madrugada del 24 de abril con el arribo del ex mandatario a Brasil.
Hasta aquí lo ocurrido. Esta es la historia de la Rebelión de los Forajidos, es decir, de las clases medias de Quito y otras ciudades, que se levantaron contra un Ejecutivo que se había apoderado del resto de funciones del Estado y empezaba a perseguir el disenso.
¿Qué pasará ahora con Ecuador? El nombramiento de un enemigo declarado de la dolarización y crítico del TLC como ministro de Economía ha causado ya más retiros de ahorros e incertidumbre para las inversiones que la propia crisis política. El ministro de Gobierno ha dicho que se aprovechará esta coyuntura para abrir los canales populares y plebiscitarios e incidir en el Ejecutivo de ahora en adelante.
Un peligro es que Rebelión de los Forajidos se interprete como lo de Bolivia con Evo Morales o lo de los piqueteros en Argentina. Los forajidos no fueron gente de izquierda más que minoritariamente, sino que mostraban puntos de vista diferentes sobre la economía, la política y la sociedad. En común, queremos un retorno a la República, es decir, una división efectiva de poderes para que lo de Gutiérrez no vuelva a pasar. Si esto va acompañado de un régimen de devolución de funciones a la sociedad, o al menos a los gobiernos locales, tanto mejor.
Pero el asamblearismo que algunos quieren instaurar como forma de decisión es enemigo de una economía creciente y justa, donde, por el contrario, cada cual sea soberano en su vida material y cultural. En las manos de Alfredo Palacio está ahora la posibilidad de un replanteamiento de la República o la profundización del atropello por turnos que la politización de las sociedades permite en nuestros países.