En Durban, árabes y musulmanes judeófobos unieron fuerzas para borrar a Israel del mapa del discurso moral contemporáneo. Ese "festival del odio", como lo denominó Shimon Peres, tuvo un fervor anti-judío y anti-israelí tan extremo que Estados Unidos optó por abandonarlo. La "Conferencia de Revisión de Durban", o sea, Durban II, será patrocinada por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y tendrá un presupuesto de más de cinco millones de dólares. El comité encargado de los preparativos, del que toman parte veinte países, está presidido por la distinguida Libia. Entre sus vicepresidentes se encuentran emisarios de regímenes tan magníficos como los que gobiernan Irán, Pakistán, Rusia, Camerún y Cuba. La Isla, por cierto, tiene dos representantes: uno en la vicepresidencia y otro en el cuerpo de relatores. Será en reconocimiento a su prestigio en el campo de los derechos humanos, supone uno.
Tal como en Durban I, la nueva ceremonia de la ONU ha hecho de Israel su obsesión central. Tal como en Durban I, se equipara el sionismo con el racismo: así, en el borrador de declaración se afirma que la política israelí hacia los palestinos es –mejor siéntese– "una nueva forma de apartheid, un crimen contra la humanidad, una forma de genocidio y una amenaza seria a la paz y a la seguridad internacional". El comité mantuvo una de sus reuniones más importantes el día de Iom Kippur, para garantizar la no participación de judíos e israelíes. Esta práctica es habitual en los foros de la ONU, y muy especialmente en la CDH, que, dicho sea de paso, entre 2001 y 2006 condenó al Estado judío veintisiete veces. Un informe sobre antisemitismo del Departamento de Estado publicado el pasado mes de marzo señala que las críticas de la CDH a Israel duplican a la suma de las críticas vertidas por dicho organismo contra Sudán, Birmania y Corea del Norte.
Seguramente envalentonados por la experiencia gloriosa de 2001, los organizadores de Durban II han ampliado el abanico de objetivos para este encuentro. Como hemos visto, Israel seguirá siendo blanco de sus ataques, pero ya no será el único foco de esta malicia desvariada. No menos inquietante resulta observar la dirección que Durban II está tomando en relación a lo que el bloque islámico gusta de llamar "islamofobia": el supuesto odio que albergan los occidentales contra el Islam y los musulmanes. El borrador de declaración sostiene que "las más graves muestras de difamación de las religiones son el aumento de la islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas en todo el mundo", y pide que se fijen "patrones normativos internacionalmente obligatorios (...) que provean garantías adecuadas contra la difamación de las religiones" (léase la religión islámica). "Si esto luce como censura", opinó el Wall Street Journal, "es porque lo es".
So capa de esta presunta protección de las religiones, lo que busca el promotor de esta iniciativa, la Organización de la Conferencia Islámica, que agrupa a los 57 países musulmanes y tiene su sede en Arabia Saudita, es criminalizar toda crítica hacia el Islam y la sharia, tal como ha observado el comentarista israelí Isi Leibler. Si ellos se salen con la suya, entonces cualquier crítica hacia prácticas bárbaras como la lapidación de mujeres adúlteras, la amputación de manos o pies a ladrones o la decapitación de blasfemos, apóstatas y homosexuales será punible. Como lo será cualquier crítica hacia las enseñanzas violentas de esa fe, desde la obliteración genital femenina hasta la justificación del terrorismo suicida. La censura se cernirá sobre cualquier caricatura o película que los musulmanes consideren ofensivas.
La lucha contra el terrorismo no ha escapado de la mira de la OCI. El borrador de la declaración exige que no se "discrimine" a religión alguna, en lo que representa una clara denuncia de las medidas adoptadas contra potenciales terroristas suicidas, que en la gran mayoría de los casos proceden del mundo musulmán; y que no se "monitoreen y supervisen lugares de rezo, cultura y enseñanza del Islam", precisamente los lugares en que suele recultarse a los terroristas.
Tanto la CDH como la Asamblea General de la ONU han adoptado resoluciones que demandan la condena penal de quienquiera critique el Islam o sus prácticas. El efecto acumulado de estas votaciones resultará en la creación de un falso consenso que verá en la inexistente "islamofobia" la peor forma contemporánea de prejuicio. El término fue empleado por primera vez en mayo de 2005 por el Consejo de Europa, bajo la presión del premier turco, Recep Tayyip Erdogan, cuando condenó "todas las formas de intolerancia (...) incluyendo el anti-semitismo y la islamofobia". Al poco tiempo, el Consejo Musulmán de Gran Bretaña aseveró: "El hecho es que la islamofobia ha reemplazado al anti-semitismo". El analista político alemán Matthias Küntzel expuso el absurdo:
Nadie quiere borrar un país musulmán del mapa, como amenazan algunos hacer con el Estado judío. Los centros y casas de oración islámicos no necesitan protección policial permanente en Europa, a diferencia de los centros judíos. Ninguna estación satelital llama al exterminio de los musulmanes, mientras que las televisiones de Hezbolá y Hamás, por ejemplo, (...) instan regularmente a la aniquilación de los judíos; incluso en programas infantiles.
Canadá anunció, ya en enero, que no participará en este encuentro-patraña. Israel hizo otro tanto el mes pasado (inexplicablemente, diez meses más tarde que Canadá). Los Estados Unidos de Obama deberían decidir lo mismo, tal como toda nación que valore auténticamente la libertad. En cuanto a la ONU, si éste es el modo en que combate el racismo, mejor no imaginar cómo estarían las cosas si decidiera apoyarlo...
JULIÁN SCHVINDLERMAN, analista político argentino.